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De manadas y jaurías

La Justicia no es un espectáculo, sino un asunto de los jueces y del Código Penal. La respuesta a la repugnante Manada no es el linchamiento, sino la acción fría de los tribunales.

De manadas y jaurías

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La Justicia, precisamente para serlo, tienen unos procedimientos, unos plazos, unas garantías y unos códigos que la diferencian del resto de respuestas que suele provocar un acontecimiento de interés público. Cuando, a pesar de la expectación, se resiste a dejarse llevar por esa presión, es más fácil además que se imparta de manera razonable.

En España desde luego, pero también en tantos otros países, suele criticarse a la Justicia cuando no actúa ni con la rapidez ni en el sentido exacto que, probablemente, reclama una mayoría de ciudadanos convencidos de que su criterio es el válido y de que la respuesta que ellos esperan de los tribunales es la adecuada: casos como la Gürtel o los ERES lo evidencian, y en general todos aquellos que suscitan un gran revuelo televisivo.

Es lo que sucede con 'La Manada', en el juicio más mediático tal vez del año. La indignación está sin duda justificada: no todos los días, afortunadamente, se enjuicia si cinco hombres en la treintena ha violado salvajemente a una mujer recién entrada en la mayoría de edad, en unas circunstancias inmundas y con unas dosis de humillación aberrantes.

Abuso y sordidez

Esas circusntancias ya son suficientes para repudiar a los acusados. ¿A ninguno se le ocurrió frenar, aunque hubiera plácet incluso, ante la evidencia de la sordidez y el abuso de posición que supone practicar sexo colectivo, en un lúgubre portal, con una chica mucho más joven y sola, para humillarla después dejándolo tirada y sin su teléfono móvil? ¿Ninguno de ellos, aun con un consentimiento negado por la acusación y la Fiscalía pero insistido por la defensa, supo ver lo indecente y agresivo de ese comportamiento para detener a los compañeros de orgía?

Ocurra lo que ocurra, y para eso están el juez y un Código Penal muy eficaz en situaciones como ésta, los encausados de 'La Manada' se han ganado ese apodo u otro peor de inspiración porcina y en ningún caso pueden ser contemplados como inocentes de ser unos bárbaros y unos sinvergüenzas.

Hay que cuidarse de las manadas, pero teniendo precaución a la vez de las jaurías. Mejor dejarles a los jueces

Pero hace falta que se demuestre, además, que ese repugnante comportamiento es también un delito. Aspecto tiene, desde luego, a poco que se escuche a los abogados de la víctima y se lea el prolijo alegato de la Fiscalía, demoledor y extenso. Pero en un Estado de Derecho tiene que haber finalmente un pronunciamiento de un tribunal que, estudiadas las pruebas y encajado todo el proceso en el código que determina el alcance de unos hechos, encuentre motivos incuestionables de culpabilidad y decida la condena que merecen.

A buen seguro esto lo hará el tribunal de este caso, de eso no cabe duda, y emitirá el fallo que considere oportuno, en el sentido condenatorio o exculpatorio, pero siempre razonado y razonable, ajeno a consideraciones externas y sustentado en la ley. No tenemos ni idea de cuál será, por mucho que se dé por descontada la condena a tenor de los indicios y escalofriantes revelaciones de los últimos meses.

Justicia y linchamiento

Pero hasta en ese contexto probable, conviene insistir en la diferencia entre justicia y linchamiento o venganza. La Manada no da ninguna lástima y, de probarse la violación, se habrá ganado a pulso una larga estancia en la cárcel. Pero sí inquieta constatar que en España hay demasiados ciudadanos que, además de al consabido seleccionador nacional y árbitro de fútbol, llevan dentro un juez espoleado por demasiados minutos de televisión y espectáculo.

Hay que cuidarse de las manadas y frenarlas con toda la contundencia al alcance de la ley, sin la menor duda, pero teniendo precaución a la vez de las jaurías. Mejor dejarles a los jueces que hagan su trabajo: no hay dureza mejor ni mayor que la derivada de las manos correctas.

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