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El milagro de 'Goiri'

Cinco años después del rescate a Bankia con una riada de dinero público, la entidad está fuerte, al margen de escándalos y con muchos planes de futuro. La clave, la actitud de su presidente.

El milagro de 'Goiri'

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Hace cinco años, Bankia era el epítome del mal, el símbolo de todos los males juntos de la crisis, los abusos y la corrupción, envueltas en una estética tenebrosa pasto de la televisión: Blesa, Rato, black bard... Cada palabra asociada a la entidad remitía a episodios oscuros y comportamientos siniestros rematados por un rescate, con dinero público, sin precedentes en España, con la excepción de la Catalunya Caixa de Narcís Serra, tal y como atestiguó en su día el propio Tribunal de Cuentas.

Pero vino Goirigolzarri, Goiri para sus amigos y para el equipo que desembarcó con él, y todo empezó a cambiar. El presidente de Bankia, un señor serio, afable, seguro y con un carisma que no epata en el esprint pero se recalca en el medio fondo, es ahora el principal responsable del cambio de una entidad asociada como pocas al cliente particular que vuelve a estar sólidamente asentada entre las cuatro primeras de España y suena para comprar siempre otras entidades, desde el Banco Popular hasta ahora Unicaja; para fusionarse con el Sabadell o para ser comprada por los gigantes a un precio que hace nada hubiera sonado a sueño. "Nosotros estamos bien así", se limita a decir el presidente, oriundo de Deusto y con esa mirada de monje y filósofo escondido tras unas gafas para ver muy lejos sin perder la perspectiva más próxima.

Goiri ha reflotado el Titanic, salvado a la tripulación y dejado que se hundan las ratas, sin perder el rostro amable

Con el Estado como principal accionista y la obligación de ser privada al 100% a medio plazo, Goirigolzarri ha detallado la receta de su 'milagro' en una conferencia en el Foro de la Nueva Economía, presentado por su buen amigo Luis de Guindos, ministro de Economía, y secundado por buena parte de su equipo, con la elegante y siempre discreta Amalia Blanco en primera fila junto al trío de leales que, en pleno naufragio del Titanic, reflotó el barco y a los pasajeros pero fue capaz de dejar que se hundieran las ratas.

De necesitar 22.000 millones del contribuyente a empezar a devolver casi 2.000 millones a las arcas públicas, que crecerán cuando Bankia dé acceso a capital privado aunque probablemente nunca lleguen al importe total de un rescate inevitable -la otra opción era hundir a los depositantes y de paso a todo el sistema financiero-; la mano de Goiri y sus tres décadas de trayectoria en el BBVA se ha hecho notar con dos recetas simples que, al enunciarlas él mismo, describen también los problemas de sus precedesores: reputación y profesionalidad.

Un pasado superado

Aunque no todos los problemas de Bankia y la antigua Caja Madrid proceden de los insólitos comportamientos de sus dos presidentes anteriores, pues nadie con algo de conocimiento puede afirmar sin ruborizarse que la concentración de siete cajas y la salida a Bolsa pudo hacerse sin el consentimiento o incluso el impulso del Gobierno y los reguladores; todas las soluciones sí empiezan por demostrar que esa etapa negra está cerrada.

Bankia ha dejado de ser el recuerdo de todos los males para ser el resumen de muchas esperanzas económicas

Y, con humildad, "por razones de Estado" ajenas a una remuneración que Goirigolzarri no necesitaba tras su jubilación dorada del BBVA, ésa ha sido la doctrina: transparencia, un consejo de Administración profesional y la eliminación de hasta 800 consejeros que consumían, en dietas, más de siete millones de euros.

Si unos dieron mala imagen, el equipo actual de Bankia se apunta al viejo consejo de Einstein, aquel que decía que "dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera". Los empleados de la entidad, así como los directivos, dan cuenta de ello.

Que le vaya bien a Bankia, en un contexto duro para el sector por los bajos tipos de interés, la feroz competencia y quizá el exceso de operadores; equivale a que le vaya bien al Estado, dueño y financiador de una operación que dio sin duda solvencia a la entidad. "Pero los resultados los tuvimos que lograr nosotros", recalca un presidente sin fecha de caducidad pero con pocas ganas de ser eterno.

El futuro

En el acto del Fórum en el Ritz, algo más quedó claro de este ejecutivo amable, enamorado del potencial español en Latinoamérica, aficionado a la historia y al monte y convencido de que no hay problema que mil años dure ni solución que no se pueda empezar a aplicar desde los primeros cinco minutos: si Bankia parecía hace cinco años la laguna Estigia, con un Caronte enfervorecido paseando cadáveres decrépitos en su lúgubre barca; hoy es una cala tranquila de un Cantábrico espiritual que crece en clientes, se plantea financiar a las grandes empresas inmobiliarias, ha mejorado todas sus ratios y no va a volver a dar ningún espectáculo.

Goirigolzarri tiene el respeto del sector, ése que le señaló en tiempos como sucesor seguro de Francisco González al frente del poderoso BBVA. Y también lo tiene del Gobierno, aferrado a esa máxima de Jefferson que vinculaba la felicidad a una síntesis poco habitual de tranquilidad y trabajo. Pero, sobre todo, lo tiene de los impositores, esos ciudadanos anónimos que, tras las olas del pasado, disfrutan de la brisa de Goiri y crecen cada trimestre pertrechados con sus libretas, tal vez ya virtuales, de toda la vida.

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