"España no se toca, España no se rompe"
La presidenta de la Comunidad de Madrid hace una defensa de la Constitución y de España frente a nacionalistas y populistas, con una advertencia: sólo puede haber reformas desde la lealtad.
No es una conmemoración más, ni es un cumpleaños más. Porque han pasado 39 años desde que los españoles refrendaron con su voto ese gran pacto nacional, que hizo posible una Constitución nacida del diálogo y del consenso.
Un pacto que marcaba un antes y un después en nuestra historia reciente. Historia salpicada de enfrentamientos, desigualdades, y división entre españoles. La Constitución de 1978 venía a poner fin a décadas de falta de libertad. A cerrar las heridas de una cruel guerra civil.
A hacer que dejáramos de mirar el pasado inmediato con rencor y con dolor. Y a abrir las puertas de un futuro mejor y de una España mejor. En 1978 cambiamos dictadura por democracia. Estado unitario por Estado descentralizado. Aislamiento internacional por apertura al mundo... y caminamos hacia la libertad, la igualdad, y el pluralismo.
Abrimos las puertas de un nuevo destino colectivo, cimentado sobre la unidad de España y de los españoles. Pese a todo ello, lo cierto es que la Constitución Española conmemora su 39 aniversario fuertemente cuestionada por quienes la consideran una enemiga y pretenden acabar con ella.
Nacionalismo y populismo
La cuestionan los que consideran que abrió las puertas de lo que ellos llaman, con menosprecio, “el régimen del 78”. Opinan así, paradójicamente, quienes han dado muestras reiteradas de su devoción por regímenes totalitarios donde los más elementales derechos constitucionales son papel mojado.
La Constitución conmemora su 39 aniversario cuestionada por quienes pretenden acabar con ella
Junto a ellos están quienes, desde el oportunismo y la deslealtad institucional, ven en la Constitución un obstáculo para avanzar en el independentismo y la ruptura de España. Son aquellos que en Cataluña han roto sin pudor el juramento de cumplir y hacer cumplir la Constitución como norma fundamental del Estado.
Esos dirigentes independentistas que no han dudado en vulnerar los principios constitucionales, llevándonos a una de las mayores crisis políticas y sociales de nuestra democracia. Y no dudando tampoco, después, en decir que abrazan la Constitución con la fe propia del falso converso.
Y cuestionan nuestra Constitución, también, quienes a sus 39 años, la tachan de vieja, de obsoleta, de no responder a las necesidades de la España de hoy. Opinan así quienes olvidan la antigüedad de las Constituciones de países tan democráticos como los Estados Unidos, Alemania o Francia.
Todas ellas han sido objeto de modificaciones que han actualizado derechos, pero no han afectado a la configuración de su modelo de Estado. Y todas ellas, pese a su longevidad, tienen hoy plena vigencia.
A pesar de las críticas, lo cierto es que los 39 años transcurridos desde su aprobación han fortalecido a la Constitución Española, que hoy sigue siendo la mayor garantía de nuestro Estado de Derecho.
Dos golpes de Estado
En primer lugar, porque la Constitución ha sido capaz de vencer los dos intentos de golpe de Estado que se perpetraron contra ella. En el Congreso de los Diputados en 1981 por parte de Tejero, y en el Parlamento de Cataluña de la mano de Puigdemont hace solo unas semanas.
En segundo lugar, porque la Constitución ha sabido configurarse durante estos 39 años como la más eficaz protectora de derechos y libertades. Unos derechos y unas libertades que nos han puesto a la altura de Europa y que ya son irrenunciables para todos nosotros.
Y, en tercer lugar, porque la Constitución ha configurado un nuevo modelo territorial, con elevadísimos niveles de autogobierno en las distintas comunidades autónomas. Por eso hay que decir, de manera clara y rotunda, que mienten.
Mienten descaradamente quienes afirman sin pudor, desde algunas comunidades, que hoy están igual que hace casi 40 años… y que incluso han retrocedido en derechos y libertades. Mienten quienes afirman que los gobiernos de España han sido un freno; y la Constitución ha supuesto una barrera para el reconocimiento de sus derechos.
Por Cataluña
Hay que vivir en un mundo muy irreal y crear una realidad paralela para decir (como hacen algunos en Cataluña), que los niveles de autogobierno son hoy los mismos que en 1978, y que nada se ha avanzado desde entonces.
Porque ha sido la Constitución la que ha hecho posible que Cataluña alcance un régimen de autonomía, que está muy por encima de otras regiones europeas. Porque ha sido la Constitución la que ha garantizado todos y cada uno de los derechos que corresponden a los catalanes.
La Constitución ha sido capaz de vencer los dos intentos de golpe de Estado: el de Tejero y el de Puigdemont
La misma Constitución que ha ejercido sus facultades democráticas para garantizar la unidad de España. ¿Alguien puede aventurar el escenario que estaríamos viviendo hoy si el artículo 155 de la Constitución no hubiera permitido introducir cordura en el disparatado proceso secesionista? Mejor no pensarlo.
Aunque hay partidos, a quienes parece no importarles cómo sería hoy ese escenario (sin la aplicación del artículo 155) y, precisamente por ello, lo han impugnado ante el Tribunal Constitucional.
Entre unidad y ruptura, han elegido ruptura, y una vez más, en el examen de patriotismo, algunos no ha pasado la prueba del 9. Nada hubiera sido igual en España sin nuestra Constitución.
Y desde la perspectiva de sus cuatro décadas de vida, algunos están planteando ahora abordar su reforma. Una reforma que es posible, y que la propia Constitución Española contempla en su Título décimo.
Abordar esta reforma es complejo desde el punto de vista jurídico y arriesgado desde el punto de vista político, por lo que solo debería afrontarse, sobre la base de varios requisitos previos y simultáneos.
Lealtad y consenso
En primer lugar, la existencia de un consenso político suficiente sobre la necesidad de la reforma constitucional y los objetivos específicos que debería perseguir. Porque la reforma no puede ser el inicio de un camino hacia ninguna parte.
En segundo lugar, se necesitaría concretar aquellos aspectos que, por constituir la esencia de la nación y de la propia Constitución, en ningún caso podrían ser objeto de reforma, y por tanto deberían permanecer inalterables y al margen del debate político:
La reforma de la Constitución no puede ser un caballo de Troya para destruir España
Entre ellos, la unidad de España, el carácter indisoluble de nuestra nación, y la consideración del conjunto del pueblo español como depositario de la soberanía nacional. Porque la reforma no puede ser un caballo de Troya para destruir España.
Y, en tercer lugar, sería necesario también que cualquier proceso de reforma se abordara con lealtad y sentido de Estado. El mismo sentido de Estado con el que llevaron a cabo su redacción los constitucionalistas del 78, quienes dieron todo un ejemplo de cordura, pensando en España por encima de ideologías radicalmente opuestas.
Solo con ese espíritu de reconciliación, lealtad y concordia pudo acometerse la elaboración del texto constitucional, y solo con ese mismo espíritu podrá abordarse cualquier modificación sustancial.
Porque la reforma no puede nacer del enfrentamiento ni alimentar la división, respondiendo a intereses espurios. Mantengamos inalterable lo sustancial, lo que nos une, lo que es garantía de una España diversa y plural.
Y reforcemos, si todos lo entendemos necesario, solo aquellos valores que el tiempo, la experiencia y la razón, acreditan como merecedores de una nueva mirada. Valores vinculados a la igualdad, para que las comunidades autónomas tengamos un sistema de financiación homogéneo y sin privilegios.
Una Constitución garantizar principios y derechos; pero también preserva la integridad y el espíritu de la nación
Valores vinculados a la coherencia, para que todas las Administraciones sepamos con la máxima precisión cuáles son nuestras competencias. Valores vinculados a la solidaridad y a la justicia, para que todos contribuyamos de forma equitativa al reequilibrio social y territorial.
La esencia de la Nación
Aquellos valores, en definitiva, cuyo reforzamiento pueda contribuir a que exista una mayor sintonía entre nuestra Constitución y la sociedad española del siglo XXI. No olvidemos nunca que el fin primordial de la Constitución, de cualquier Constitución, es garantizar principios y derechos; pero también preservar la integridad y el espíritu de la nación que constituyen su esencia, y que deben trascenderla.
Mantener la integridad, en definitiva, del cuerpo y del alma de la nación, representada en un día tan solemne como hoy, por la bandera de España y la de todas las comunidades que la integran. Lo diré con más precisión:
España no se toca.
España no se rompe.
Y quienes pretendan hacerlo, con o sin reforma constitucional, nos tendrán siempre enfrente. Por amor a España. Por respeto a su pasado. Por confianza en su futuro. Por los españoles que han sido y los que serán. Por todos, gritad conmigo:
¡Viva España!
¡Viva la Constitución!
¡Viva el Rey!