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Javier Rodríguez

El penúltimo resbalón de Pablo

Iglesias no apuesta por el independentismo pero quiere reformar la Constitución fuera del Congreso. La enésima contradicción de Podemos con Cataluña le sitúa en un terreno pantanoso.

Pablo Iglesias y Ana Pastor, en la recepción del Congreso por el 6D

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Acorralado por las encuestas, entregado en Cataluña al discurso de una Ada Colau desinflada que reza por superar al PP de Albiol para ocupar el puesto decisivo de la CUP con menos de un 10% de los votos el 21D; Pablo Iglesias vive tal vez sus peores momentos desde que saltó al primer plano de la arena política.

Sus resbalones con la cuestión catalana, que le han situado a ojos vista de la opinión pública como un aliado del secesionismo aunque repita a menudo que no defiende la independencia, le colocan ante una tesitura diabólica: tal vez depende de él, a través de En Común Podem, la identidad del próximo presidente de la Generalitat: o se retrata con Ciudadanos, PSOE-PSC PP; o lo hace junto a ERC y el PdeCat, si se cumplen los presagios demoscópicos.

Podemos está en misa y repicando: en el Congreso y en la barricada, contra la independencia y contra la Constitución

Si la primera opción le mengua como rival del "régimen del 78"; la segunda quizá le debilite irremediablemente en toda España, donde el separatismo es la kryptonita de cualquier héroe social que aspire a gobernarla.

La jugada, dicen quienes conocen los arcanos de este profesor de Políticas desbordado por la política real, consistiría en decantarse en el último segundo por el bloque constitucionalista; toda vez que Miquel Iceta ha descartado -al menos de momento- el pacto que, de ser posible aritméticamente, prefería Iglesias: ERC, PSC y sus comunes.

Pero con una condición: que el beneficiario del acuerdo no fuera Inés Arrimadas, la más votada con seguridad de ese bloque, sino Iceta, como en esa serie danesa, Borgen, en la que termina de primera ministra la candidata de un partido que no gana para facilitar el consenso entre rivales en torno a ella. Realidad o ficción, sólo puede pasarle algo peor a Iglesias y a Colau: que no pinten nada.

El tirabuzón

Mientras se descanta el escenario, Iglesias acaba de protagonizar su penúltimo traspiés, en otra escena contradictoria que nace del discurso con el que inició la legislatura: un pie en el Congreso y otro en la calle, una especie de antisistema dentro del sistema, un tirabuzón estratégico difícil de asumir para quienes ven difícil estar a la vez en las barricadas y pisando confortable moqueta del Parlamento.

Esa paradoja la escenificó Iglesias en el Día de la Constitución, ése que otras veces no celebra y ayer disfrutó haciendo cola en la recepción de Ana Pastor como cualquier otro ilustre miembro de la casta. Y lo hizo al decir, desde allí, que había que cambiar la Carta Magna, pero no desde la Cámara Alta, sino fuera de ella.

Hay que abrir "un diálogo de país" para abordar la reforma de la Constitución, un debate que "no se puede resolver en comisiones" y que "incumbe a toda la sociedad", dijo en un brindis al sol sin explicitar cómo se puede hacer algo así fuera de los cauces institucionales establecidos.


Iglesias querría un pacto con ERC y PSC; pero quizá piense ya en otro con el 'régimen del 78' con Iceta al frente sin ganar


Quizá la respuesta esté en la recuperación de una propuesta de Podemos de 2015 que, dos año y medio después, parece obsoleta y superada por la tensión generada por el procés y destinada, en exclusiva, a contentar al independentismo: incluir en la reforma de la Carta Magna la supuesta plurinacionalidad de España y el derecho a decidir.

El disimulo

Desde el Congreso pero sin el Congreso, contra el secesionismo pero a favor de definir el concepto de autodeterminación. El resbalón antisistema de Iglesias no es nuevo. Pero sí lo es que tenga tan poco impacto y suene tan estrambótico en los dos bloques: si para ERC la candidatura de En Comú Podem en una versión edulcorada del españolismo que traiciona a su patria catalana; para el constitucionalismo es un aliado del soberanismo que intenta disimularlo, sin éxito, camuflando su apuesta por la independencia en un discurso genérico antisistema.

Iglesias se presentó en la recepción vestido con cuatro capas de camisa, jersey, cazadora y abrigo; escondiendo el producto con un atrezo de despiste. Una metáfora de su discurso actual, ubicado en esa indefinición que, según los expertos en teoría política, siempre despista y disgusta a los ciudadanos. Ellos quieren claridad; pero Iglesias sólo les da una mercancía borrosa.