La frivolidad de una política mediocre
Ada Colau y Pablo Iglesias van a ser decisivos tras el 21D. Pero la alcaldesa no aclara del todo su posición, nunca, y se limita a convertir en espectáculo televisivo su vida personal.
Es muy posible que el partido de Ada Colau, En Comú Podem, decida quién ocupa la presidencia de la Generalitat después del inminente 21D: aunque va a cosechar un resultado modesto, si se cumplen los pronósticos de todos los sondeos, sus diputados serán sin embargo clave para inclinar la balanza hacia un lado u otro. Y todo indica que, llegados a ese punto que en la pasada legislatura ocupó la siniestra CUP, Colau -y Pablo Iglesias- optarán por Puigdemont, Junqueras, Rovira o la persona designada por ese bloque, fragmentado y enfrentado entre sí.
Si lamentable sería eso, aunque bien coherente con la trayectoria política de un personaje que ha recubierto sus inclinaciones soberanistas de una falsa equidistancia, mucho más lo es que no se atreva a decirlo abiertamente y haya que deducirlo de sus declaraciones y, sobre todo, de sus decisiones: desalojar al PSC del gobierno municipal de Barcelona; equipara la ilegal DUI con el constitucional 155 o llamar 'presos políticos' a presuntos delincuentes denota dónde está Colau y qué quiere hacer con sus escasos pero decisivos votos.
Propaganda íntima
Pero mientras no aclara sin ambages su estrategia, sí se sirve de su vida personal para atraer la atención de electores poco exigentes, acudiendo a programas de televisión a glosar su bisexualidad, denunciar agresiones sexuales o detallar su relación adolescente con el alcohol: si las intimidades de los personajes públicos no deben ser materia de debate para sus rivales; tampoco gancho para quienes sustituyen sus verdaderas obligaciones por una frívola utilización de sus vivencias individuales como supuesto imán de votantes.
Colau ha sido un desastre para Barcelona y puede serlo para Cataluña si de ella depende el próximo Govern
Y eso es lo que hace sistemáticamente Colau, una dirigente política a la que hay que juzgar por lo que hace allí donde gestiona, con un balance demoledor: Barcelona ha perdido imagen internacional a raudales; el turismo y las inversiones están en retroceso; la Agencia del Medicamento ha rechazado ubicarse allí y la sociedad condal, tradicionalmente abierta y cosmopolita, se ha fracturado en dos bloques cada vez más alejados.
El futuro
Buena parte de ese resultado es imputable a la alcaldesa y a su partido, un proyecto improvisado al calor de la ascendencia mediática de Colau que gobierna con sólo 11 de los 41 concejales del Ayuntamiento y es más conocido por atraer a toda clase de antisistema que a inversores. Que el próximo Govern de Cataluña pueda depender de estas siglas produce pánico, sea cual sea finalmente el president investido.
Pero si además lo es un candidato en el banquillo o cerca de él, el horror será absoluto. Aunque mientras la alcaldesa prefiera hablar sobre sus relaciones sentimentales, irrelevantes para una ciudadanía necesitada de otras respuestas.