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Editorial

Un crimen de odio con cómplices

El detenido por asesinar a un hombre por sus tirantes de España tuvo un respaldo político insólito tras ser condenado por dejar tetrapléjico a un guardia. Urge una reflexión política.

Laínez, asesinado en Zaragoza

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El asesinato de Víctor Laínez en Zaragoza no es un execrable crimen cualquiera y tiene unas dimensiones políticas que exceden, en mucho, de la simple delincuencia común. Porque si bien bien los delitos son siempre individuales, el caldo de cultivo en que algunos se desarrollan les confieren una dimensión distinta que, en este caso, es inocultable.

Desde luego por las circunstancias de los hechos, para empezar: el uso de unos tirantes con la bandera de España motivó, según las primeras investigaciones, la brutal agresión por la espalda, con un barra de hierro, a un ciudadano de 55 años presente en el mismo bar que sus agresores. Y si la identidad de la víctima es indiciaria del tipo de suceso, la del presunto agresor mucho más: un okupa antisistema condenado ya a pena de cárcel por otra salvajada contra un guardia urbano en Barcelona al que dejó tetrapléjico.

Pero lo que definitivamente eleva este caso a una categoría inédita es el contexto y la lectura que en determinados partidos políticos y dirigentes de primera línea se hizo -y se hace- de la trayectoria del detenido, Rodrigo Lanza y del fallecido.

Porque este antisistema ha sido elevado durante años a la categoría de héroe y referente; y presentado como una víctima de un sistema represivo que manipulaba pruebas en los juzgados y se servía de las torturas policiales para cargarle, por sus ideas políticas, delitos que no había cometido. Que lo dijeran el afectado, su familia o los grupos marginales a los que pertenecía es una cosa.

El delito es individual, pero el contexto de complicidad es obvio: les han dado una causa política a simples criminales

Pero que lo suscriban, de manera pública nada sutil, Podemos, IU, ERC o la CUP y dirigentes como Pablo Iglesias, Ada Colau o Alberto Garzón, es escandaloso. Y todos ellos lo hicieron suscribiendo e impulsando un documental, totulado 'Ciutat morta', que escondía las andanzas condenadas de Lanza y las transformaban, con el de protagonista, en un ejemplo de represión en España, insultando con ello a la inteligencia y al buen nombre de los Cuerpos de Seguridad y de la Justicia.

La propia Colau figura en los créditos de la película, a la que Iglesias o Garzón y sus formaciones concedieron el crédito que le negaban a jueces y policías, elevando a categoría institucional el lenguaje y los recursos defensivos típicos del mundo abertzale: convertir al verdugo en víctima y a la víctima en verdugo. En la propia Zaragoza, gobernada por Podemos, el hoy detenido impartía conferencias sobre la represión en España, aireadas por miembros del Gobierno municipal maño.

Seguramente Lanza, si se confirman los hechos, se hubiera comportado igual con Laínez, cuya supuesta simpatía por Falange o pasada pertenencia a la Legión se ha utilizado, de manera repugnante, para hurtarle la solidaridad que sin duda merece: las condenadas han sido mínimas y de trámite, con la excepción de Ciudadanos, que al menos se ha atrevido a señalar la obviedad de que le atacaron por su portar una bandera española. Pero ni el partido de Rivera se ha atrevido a señalar a quienes le han dado cobertura.

Alfon y Bódalo

Y éste es el gran problema. Lanza es otro Alfon y otro Bódalo cuyos delitos y comportamientos son vistos como un efecto de un problema previo, achacable al '´regimen' español; y no como una barbaridad injustificable que no puede tener ni altavoces ni justificaciones ni cobertura política alguna. Pero las tiene, tal vez porque una parte de los dirigentes políticos españoles procede, en realidad, de los mismos círculos que todos estos indeseables. Sólo así puede entenderse que en lugar de aislarles, les hayan tratado de héroes, ora portando camisetas en el Congreso con sus nombres, ora aplaudiendo los documentales que les mitificaban.

Sin ese contexto, inquietante y deleznable, Lanza sería un cruel delincuente ajeno al sistema. Con él aupándole, es el clímax terrible de un discurso ya institucionalizado que denigra a la democracia española y aúpa a los más cafres a sentirse al frente de una cruzada en la que todo vale.

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