El golpismo pierde
La histórica victoria de Arrimadas es, junto al 155 previo, entierra la independencia unilateral. Pero la victoria del bloque soberanista garantiza que el debate, de otra manera, seguirá.
La histórica victoria de Ciudadanos en Cataluña deja un profundo sabor amargo por el mantenimiento del bloque secesionista, cuyos partidos siguen sumando técnicamente la mayoría absoluta, aunque de una manera bien distinta a la terrible legislatura pasada: el ahora denominado Junts pel Catalunya y ERC se presentaron por separado, visualizando su profunda división, la CUP ha perdido más de la mitad de sus diputados y el conjunto de todos ellos ha descendido en votos y actas de diputado.
Hubiera sido mejor, desde luego, que los partidos respetuosos con el Estatut y la Constitución vencieran, y dice mucho de la eficacia de la ingeniería social aplicada desde hace lustros en Cataluña que, pese a las evidencias económicas y de todo tipo sobre los estragos causados por el procés, tantos catalanes sigan aferrados a la falacia de que los causantes de tanto daño son en realidad las víctimas y que, en consecuencia, los problemas originados por ellos son en consecuencia la solución.
Aunque gobierne, el soberanismo ha perdido votos y escaños y Arrimadas les ha ganado de manera rotunda
Pero es obvio que, con este resultado, todo va a cambiar en quienes probablemente van a volver a gobernar con una coalición contra natura entre dos partidos ideológicamente antagónicos como los de Puigdemont y Junqueras cuya única coincidencia, la apuesta por la independencia, no van a poder aplicar: si lo hacen será porque volverán a contar con la ínclita CUP, al precio de ganarse de nuevo otro 155 y un sinfín de acciones judiciales; y si no lo hacen será porque se apoyan en En Comú Podem, debilitadísima tras el paso por las urnas pero señalada como más que posible nueva bisagra.
El antídoto
En todo caso, lo sustantivo es que si la secesión unilateral era imposible con la ley en una mano, ahora también lo es con los resultados electorales en la otra: nunca fue presentable lanzar ese desafío, pero ahora lo es aún menos gracias al triunfo sin precedentes del partido que ha encarnado, a ojos de los ciudadanos, la resistencia al golpismo, la defensa de la Constitución y la unidad de España. Inés Arrimadas ha ganado, y aunque quizá no pueda ser presidenta, es el mejor antídoto contra la locura separatista.
Si el soberanismo mantiene su desafío, España mantendrá su respuesta: el Estado de Derecho no depende de los votos en una comunidad
Otra cosa es que el procés vaya a reformularse, pero no a desaparecer, para encauzarse por el único terreno en que, guste o no, es legítimo: el de la reivindicación por los cauces institucionales, el respeto a los procedimientos y el encaje en la Constitución. Y ese camino, frustante siempre en una España que tiene otros retos pero está eternamente enfangada en la cuestión territorial, sí ha salido reforzado: con En Comú como tercera pata del nuevo Govern, sea dentro de él o permitiendo su investidura, la presión para que el "Estado" renegocie la relación de Cataluña con España va a subir y va a tener en el Congreso de los Diputados el altavoz de los 70 diputados de Podemos y sus socios.
El 21D, lo ha recalcado ESD en las vísperas en incontables ocasiones, no se decidía la unidad de España ni la independencia de Cataluña y las elecciones, por mucho que se quisieran presentar como un plebiscito, servían de otra cosa que no fuera para escoger diputados autonómicos que actuaran dentro de las leyes vigentes. El imperio de la ley y del Estado de Derecho, especialmente cuando se refiere a los valores esenciales de la democracia, no varían ni dependen de lo que voten los catalanes, como tampoco la aplicación de las decisiones judiciales por los episodios golpistas se deslegitima o se condiciona por un resultado electoral.
La hoja de ruta
Si el soberanismo mantiene su hoja de ruta, en fin, la España constitucional tendrá que mantener obviamente la suya. Si la varía, para adecuarla a los cauces institucionales, se tendrá que abrir una negociación que, en ningún paso, podrá exceder las líneas rojas del Estado de Derecho constitucional. En ese sentido, y pese al hundimiento del PP y la debilidad del PSC, el panorama de hoy es algo mejor que el de ayer: el secesionismo ha perdido apoyos, un partido constitucional ha ganado y aunque el Gobierno resultante siga instalado en la independencia, ni podrá aplicarla ni podrá exigirla.