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El soberanismo ha perdido: que se note

El independentismo tiene más escaños por una ley injusta, pero la independencia ha perdido de manera espectacular. No se entiende que los partidos nacionales no lo dejen más claro.

El soberanismo ha perdido: que se note

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El constitucionalismo ha ganado las Elecciones en Cataluña, ha situado a uno de sus partidos en la primera posición con más escaños que ningún otro, ha fulminado la independencia y, en el cómputo total de votos, ha superado cualitativa y cuantitativamente al secesionismo por goleada.

Todos los datos objetivos son positivos, pues, y se resumen con cifras inopinables: el bloque soberanista ha perdido dos escaños desde 2015 y varias décimas porcentuales de votos; mientras que el constitucionalista ha ganado dos escaños y casi tres puntos, venciendo además en las diez ciudades más relevantes de Cataluña y sacando 200.000 votos a quienes apostaban por la independencia.

Puede que el soberanismo gobierne, pero su hoja de ruta ha sido arrasada con los votos además de con la ley

En pleno auge del victimismo soberanista, con los medios públicos catalanes convertidos en su altavoz impúdico y con una medida tan traumática como el 155 vigente; lo cierto es que los catalanes han votado de manera nítida y abrumadora en contra de la secesión, tal y como ya hicieran en 2015, pero de forma más rotunda: un dato de lo más prometedor, pues de aquí en adelante esa mayoría silenciosa ha despertado y es previsible que siga movilizada, con el efecto contagio que eso pueda tener para estimular a no pocos rehenes involuntarios del secesionismo, desmovilizados hasta ahora por su asfixiantes presión.

Es verdad que, desde el punto de vista institucional, ese resultado dificulta la composición del Gobierno de la Generalitat y que, a efectos prácticos, la combinación de siglas soberanistas antagónicas en todo menos en su delirio nacionalista tiene más sencillo aritméticamente mantenerse en el poder y gestionarlo, por la cuenta que le trae, dentro del Estatut y a Constitución.

La Ley D'Hont y el sistema de circunscripciones provinciales avala la paradoja de que gobiernen quienes no han ganado y tienen menos voto, un contrasentido que algún día habrá que reparar para el ideal de que todos los votos valgan lo mismo sea una realidad.

Aunque a PP y PSOE les haya ido mal, a lo que defienden le ha ido bien: han arrasado al golpismo y debe notarse más

Por todo ello, no se entiende nada bien el clima derrotista de los partidos constitucionalistas, que parecen anteponer sus lecturas individuales a las consecuencias colectivas, permitiendo en ese viaje que el nacionalismo, demagógico y triunfalista por definición, asiente la idea de que ha ganado y además se han legitimado sus aspiraciones.

Es verdad que al PSOE le ha ido mal, al PP muy mal y a Ciudadanos muy bien. Y es cierto también que la eventual conservación de la Generalitat dificulta la visualización de la derrota separatista. Pero no lo es menos que, planteadas por Puigdemont y Junqueras las elecciones como un plebiscito, lo han perdido con estrépito y que la mayoría no nacionalista ya existente ha crecido pese a las adversidades, las coacciones, la propaganda y la espantosa ingeniería social aplicada en Cataluña desde hace años.

El 'No' arrasó al 'Sí'

Aunque ni ha habido ni habrá referéndum, los catalanes sí han votado pensando en la independencia para alimentarla o rechazarla, y se han inclinado por la segunda opción: los partidos contrarios a la secesión han sumado un 50.94% (que crecería en otro punto si se le añaden los votos de otras formaciones extraparlamentarias); mientras que los partidarios de ella se han quedado en el 47.7%.

El resultado, en fin, les ha valido a los soberanistas para tener más escaños y retener tal vez la Generalitat; pero a España en cambio le ha servido para frenar también en las urnas un procés agresivo, una independencia unilateral y la falsedad de que la mayoría estaba contra la Constitución y la unidad del país.

Por eso los partidos defensores de la unidad (hasta Podemos lo es, aunque auxilie tanto al bloque contrario a ella), más allá de sus lecturas internas, deben sentirse orgullosos y reclamar para sí tanto la victoria cuanto la derrota definitiva del separatismo. No se entiende que, con estos resultados, emitan la más mínima señal de derrota ni permitan a los perdedores la reactivación, siquiera retórica, de su mensaje totalitario y triunfalista: aunque gobiernen, el golpismo ha perdido.

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