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Buendía

Fujimori, el abuelito cruel

Que nadie se engañe por la imagen de senectud enferma: el paciente de la cama, indultado en un apaño, fue un dictador despiadado con cadáveres a la espalda, masacres y secuestros.

Fujimori, el abuelito cruel

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Que no somos nada ya lo cantaba Betty Missiego, aunque hay 'nadas' de lo más inquietantes y engañosas: ese abuelito compungido que parece en la imagen, más derrumbado que postrado sobre una cama, fue condenado no hace tanto por crímenes contra la humanidad.

Ahí donde lo ven, protagonizó un Golpe de Estado y, a continuación, una ristra de secuestros y matanzas al confundir a unos pobres ciudadanos, incluido un niño de ocho años, con terroristas de la organización Sendero Luminoso. La masacre de Barrios Altos ha pasado a la historia andina como uno de los episodios más crueles y vergonzosos de la era contemporánea.

Aunque ahora parezca más inofensivo que un plato de sushi y un chupito de pisco peruano, este individuo contra el que nada el pudo ni el mismísimo Vargas Llosa fue un sátrapa endemoniado y un precusor, desde las supuestas antípodas ideológicas, de la estirpe de caciques modernos que tiene en el venezolano Maduro su líder natural.


El indefenso abuelito de la cama fue un sátrapa despiadado con cadáveres a la espalda: incluido el de un niño


El indulto legal que ha recibido Fujimori, supuestamente por razones humanitarias, es más un cambalache indigno del actual presidente, Pedro Pablo Kuzcynski, necesitado de los votos del partido del ahora indultado, comandado aún en la actualidad por su hija Keiko.

La paradoja peruana, con su eterno ambiente pseudocastrense y castrante descrito por Llosa en 'La ciudad y los perros', se visualiza en una imagen insólita de dinastía 'nipona' en el país andino, con el padre influyendo desde la cama a través de una hija dispuesta a intercambiar apoyos por indultos sin ningún tacto estético ni ético.

Sin harakiri

Aunque Fujimori tiene antecedentes japonenes, la huella del país del Sol Naciente ya está muy borrosa: lejos de elegir la dignidad del sepuku, ese ritual ancestral de suicidio con honor, don Alberto ha optado por la indecencia de salir de la UCI por la puerta falsa, con uno de los chanchullos que no podrá borrar de su currículo sangriento pero sí le permitirá comerse las uvas en casa. Tal vez las últimas. Quizá aquejado, al día siguiente, por la 'Venganza de Moctezuma'. Que nada sale gratis, pese a todo.