Algo más que una simple Cabalgata travesti torpe
No es sólo una decisión desafortunada aislada: cambiar tradiciones, himnos o banderas forma parte de la estrategia básica del populismo para "construir pueblo" reseteando su memoria.
Analizada de forma aislada, la inclusión de una carroza con drags queens en una de las Cabalgatas de Reyes de Madrid podría ser, simplemente, un hecho pintoresco, desafortunado o improcedente más, impulsado o alimentado por el partido que gobierna en la capital con Manuela Carmena al frente de una disgregada y folclórica amalgama de siglas y cuotas.
No es un hecho aislado, sino el emblema de cambiar símbolos, banderas, himnos y tradiciones para "construir pueblo"
Y nada tendría que ver esa crítica con el desprecio a las artistas ni al discurso sobre el respeto a las distintas identidades sexuales, un valor que sin duda es indiciario de sociedades maduras y avanzadas que, en el caso de España, está además protegido por ley: simplemente, hay momentos, eventos y contextos para cada reivindicación, y uno reservado a los niños y de corte tradicional y navideño no lo es para manifestar nada que no tenga que ver directamente con el universo infantil.
Eso es lo que distingue la inclusión de personajes nada navideños en las cabalgatas, como Bob Esponja o Batman, de otros que tampoco lo son pero además encarnan un mensaje ideológico inexistente en los casos anteriores: se puede discutir si la llegada de los Reyes a ciudades de toda España ha derivado en una excusa comercial que desnaturaliza lo que representan realmente; pero utilizar ese razonable debate para intentar justificar la inclusión de posturas políticas es de una pobreza intelectual aguda.
Algo más que un episodio
Pero si sólo fuera eso, la controversia se agotaría en sí misma en poco tiempo y se alojaría en el capítulo de esperpentos, para unos; y hallazgos, para otros, habituales en los autodenominados gobiernos 'del cambio'.
El problema es que hay algo más, y bien preocupante. El asalto a las tradiciones, entendidas como un devenir cultural y social asentado de manera natural en el acervo popular y transmitido de generación en generación y no como una casposa imposición de unos pocos a todos que nunca perduda; es un parte crucial de la estrategia del populismo para, según sus propias palabras, "construir pueblo".
Esto es lo inquietante, el deseo expreso que dirigentes clave de Podemos, como Iglesias o Errejón, han mostrado en incontables ocasiones de anular tradiciones, himnos, banderas y canciones para, de algún modo, resetear esa memoria compartida e implantar un código nuevo adaptado a su cosmovisión de un país.
La Cabalgata con la que se estrenó Carmena hace dos años, recordada por la innecesaria transformación de los Reyes en una especie de magos y payasos, no es un hecho aislado, sino el inicio de un viaje del populismo a la implantación de un nuevo código sociocultural adaptado a sus fines ideológicos: romper espacios comunes es la única manera de crearlos con un nuevo esquema, y nada mejor para un régimen de esas características que derribar la iconografía más emblemática para acuñar otra con la habilidad propagandística y emocional que caracteriza a este tipo de movimientos.
Estos dislates nacen de un deseo perverso: adaptar a un pueblo al perfil de sus gobernantes y no a la inversa
Atacar la Semana Santa, modificar la Navidad o convertir la tauromaquia en un objetivo no atiende a posturas ideológicas o religiosas legítimas; sino que forma parte del mismo discurso y del mismo objetivo que lleva a este tipo de organizaciones a detestar la bandera de su país; a acercarse antes a partidos secesionistas o cercanos al próximos al terrorismo como ERC o Bildu respectivamente; a arramblar contra celebraciones tan respetables como la Toma de Granada o a lanzar discursos con mensajes incendiarios para enfrentar a unos ciudadanos contra otros al dibujar un escenario de división falso entre "los de arriba y los de abajo".
Y el mejor ejemplo de que en realidad no les importa tanto el espíritu de esas costumbres, ritos o símbolos cuanto se condición de adhesivos de una sociedad a reinventar; es que nunca dicen ni hacen nada contra otros similares de otras culturas que conviven entre nosotros: con los pechos descubiertos, como hizo Rita Maestre, jamás entrarán en una mezquita; nunca querrán hacer pedagogía de la variedad sexual durante un Ramadán y no es probable que cualquiera de los dirigentes de Podemos digan o sugieran de la bandera de Marruecos o China lo que sí han dicho o demostrado con la española.
Ingeniería social
Aunque el populismo excede del comunismo y esa etiqueta es insuficiente para definirlo, sí comparte con él un conocimiento de las herramientas de movilización sentimental más eficaces y sí ha aprendido de él la necesidad de aplicar técnicas de ingeniería social y propaganda El populismo es bien consciente de que lograr ese objetivo lleva tiempo y empieza con sonoras polémicas que, no obstante, ponen en circulación un debate público que a la larga puede devenir en el resultado esperado.
Lo consigan o no, que lo intenten es suficiente para activar las alarmas y entender que no se trata ni de hechos aislados ni de chuscos desparrames ideológicos de mal gusto. Tienen importancia, resumen un credo mayor y nacen de un deseo perverso se haga en nombre de la ideología que se haga: adaptar a un pueblo al perfil de sus gobernantes y no a la inversa.