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Samuel Vázquez / El Club de los Viernes

Dejad a las mujeres en paz

Los autores se irritan contra el machismo y el maltrato, pero también contra quienes, a su juicio, se aprovechan de esta tragedia para obtener rédito político sin ofrecer soluciones reales.

Dejad a las mujeres en paz

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Hace ya más de una década un macho alfa llamado José Luis Rodríguez Zapatero decidió que las mujeres eran inferiores a los hombres, y que por lo tanto había que aprobar una ley que discriminara a estos para la consecución de una política de supuesta igualdad.

Como el argumento de discriminar para llegar a la igualdad no se lo tragaba nadie, le pusieron apellido: “discriminación positiva”, y a correr. Luego regaron con abundante dinero público a una serie de asociaciones para que hicieran de Laica Inquisición, y a cualquiera que se saliese del pensamiento único lo lincharan en la plaza del pueblo.

Hay más mujeres muertas desde que se aprobó la ley que antes de aprobarse. No se hizo pensando en las maltratadas, sino en el rédito de los políticos

Son malos tiempos para la incorrección política. Más allá de opiniones personales, una ley debería ser valorada por su eficacia a la hora de resolver el problema para el que fue aprobada, y es en este punto donde el fracaso de la LIVG admite pocas dudas.

Entró en vigor en el 2005, y al año siguiente el número de mujeres muertas por violencia de género aumentó, al siguiente volvió a aumentar, y en 2008 llegó a una cifra récord que todavía no ha sido superada. Desde entonces, el número de víctimas fluctúa sin que la citada ley haya tenido ninguna incidencia en la evitación de los trágicos finales.

Las cifras

En el cómputo del S.XXI, hay más mujeres muertas desde que se aprobó la ley que antes de aprobarse. Está claro: la ley no se hizo pensando en las mujeres maltratadas, se hizo pensando en los políticos y en el rédito que le pudieran sacar.

Empecemos por decir la verdad, no sólo porque la verdad nos hará libres, sino porque el exceso de victimización no ayuda en nada a las mujeres realmente maltratadas, y sí da mucho juego a quién se quiere aprovechar de ellas.

En España estamos a la cola de los países europeos en número de mujeres muertas por esta lacra. Los tan alabados países nórdicos nos duplican en tasas de víctimas mortales. Y decir esto no implica ningún tipo de justificación, sólo implica decir la verdad.

La primera gran mentira en esta historia es la de “la igualdad”, constructo artificial creado desde la política para ganar votos. Las mujeres y los hombres somos distintos desde antes del nacimiento, y seguimos siéndolo el resto de nuestras vidas. Cualquier psicólogo puede ofrecer un listado de diferencias emocionales, intelectuales, de desarrollo, etc.

Pero hay una diferencia que tiene mucha importancia en el tema que nos ocupa: la física, clave en muchos de los episodios llamados de violencia de género. En la mayoría de las parejas, el hombre es físicamente superior a la mujer.

El discurso

Hablar de diferencias hoy —que no de superioridad ni inferioridad— implica sufrir un linchamiento por parte de los censores de la corrección política, ya que supondría asumir el fracaso de su ideología de género impuesta.

La segunda diferencia es el discurso. En la generación de nuestros abuelos e incluso padres sí que había arraigada en la sociedad una cultura machista. Los planteamientos teóricos actuales habrían sido muy útiles hace 50 años a las mujeres de entonces, pero son en la mayoría de los casos estériles hoy.

Presuponer que a una licenciada universitaria de 26 años que habla tres idiomas, su novio que trabaja en un taller la maltrata por creerse superior a ella es errar en las premisas, lo que nos llevará a una propuesta de solución también errada.

La mayoría de los casos de gente joven tienen más que ver con los problemas que genera la convivencia, la maldad innata de algunos individuos, el exceso de agresividad en algunas conductas adquiridas y la prevalencia de la ley del más fuerte.

No es que no haya ningún caso explicable desde el machismo —es decir, violencia sobre la mujer por el mero hecho de ser mujer y creerse superior a ella— pero desde luego no todos los casos se pueden explicar así, ni siquiera la mayoría entre la gente de las últimas generaciones.

Los políticos eran conocedores desde el inicio de la mentira, por eso necesitaron de algo más que la ley para imponer su obra de ingeniería social en nuestros cerebros.

Lo primero fue crear una serie de asociaciones y movimientos subvencionados cuyos cargos -todos- eran escogidos por políticos, cuando no eran directamente militantes. Ellos serían los encargados de juzgar una ley que habían creado los mismos que les pagan. No parece muy objetivo. Ellos serían también los encargados de amedrentar a todo aquel que se atreviera a cuestionar el dogma.

El marketing

Lo segundo fue crear todo un producto de marketing de género que incluía pancartas, desfiles, manifiestos y fotos…muchas fotos…con muchos políticos sacando rédito de la tragedia. Y mientras unos se hacen fotos, otras son acorraladas por sus parejas en sus casas, y la ideología de género no les llega para defenderse.

Poco ayuda a las verdaderas víctimas la constante victimización que algunos personajes mediáticos que están lejos de sufrir esta lacra muestran cada día en redes sociales, televisión,etc. Esta semana han utilizado la muerte de Diana Quer para volver a hablar de machismo, una joven asesinada por un loco, un lunático depredador sexual, un maldito asesino; pero los miserables que hacen política con todo, no han dejado pasar la oportunidad de hacer su tweet progre del día.

Lo primero que hay que hacer para revertir esta situación es decir la verdad, no vender ideología. Hay que ir a los institutos a decirles a las mujeres que es mentira que seamos iguales —que somos diferentes en muchas cosas—, porque esta verdad las preparará para enfrentarse y vencer a las desigualdades reales, —las cuales no implican superioridad o inferioridad en un todo— sino que hay cosas en las que unos y otras son superiores a la otra parte.

Si una persona acepta desde joven una desigualdad física se puede preparar para contrarrestarla, si cree ciegamente que esa desigualdad no existe, no se preparará nunca para vencerla, y llegado el momento fatal no tendrá armas para defenderse.




Las mujeres debieron de ser las primeras en ponerse en pie de guerra contra cosas como la Ley de Paridad, la ley más machista de toda la democracia


Por otra parte las mujeres deberían empezar a levantar la voz cada vez que un macho alfa pretenda legislar sus vidas. No dejarse utilizar por nadie. El éxito de su lucha es un proceso histórico de generaciones de mujeres que llevaba muy buen camino, no de leyes estrella hechas básicamente por hombres.

Pocas son las que se atreven, por miedo a ser linchadas políticamente, a levantar la voz contra esta utilización macabra; se me vienen a la cabeza Cristina Seguí, María Jamardo o Cayetana Álvarez de Toledo, entre otras valientes.

Las mujeres debieron de ser las primeras en ponerse en pie de guerra contra cosas como la Ley de Paridad, la ley más machista de toda la democracia, que las incorpora en los puestos con calzador no por méritos, lo cual implica asumir de facto una inferioridad que nunca debieron aceptar.

Como dije anteriormente las mujeres no son superiores ni inferiores a los hombres, simplemente distintas. Es imposible evitar todas las muertes, pero si logramos detectar las premisas reales del problema, despolitizarlo y profesionalizarlo, estaremos más cerca de las soluciones.

Contra el machismo

Es difícil actuar sobre una verdadera víctima de machismo, la que sufre a diario la violencia de alguien que se cree superior. Este tipo de víctimas casi nunca se atreven a denunciar por lo que los efectos de esta ley no suponen nada para ellas. Pero en muchos casos, que no son en realidad fruto del machismo, sobre todo entre la gente más joven, quizá sería mejor dotar a la mujer de herramientas para defenderse en vez de utilizarla políticamente.

Una mujer a punto de enfrentarse al minuto más fatídico de su vida necesita armas, no ideología de género.


“Nunca he creído que por ser mujer deba tener tratos especiales, de creerlo estaría reconociendo que soy inferior a los hombres, y yo no soy inferior a ninguno de ellos".

Marie Curie (primera persona en recibir dos premios Nobel)