¿Por qué gana el show party?
El populismo gana terreno. La política emocional sobre la racional, en comunión de intereses con los medios de comunicación, casual o premeditada. Éstas son las claves del fenómeno en auge.
Nunca se hubiera imaginado P.T. Barnum que su eslogan “greatest show on earth” con el que promocionaba su primer circo de tres pistas en 1889, aplicaría como un guante en la mano de la política actual. Una vicepresidenta baila en plató, un candidato escala el peñón de Ifach, otro corre un rally o bien unos y otros se van a cenar a casa de un popular showman en horario prime time.
El populismo es la política del espectáculo, la campaña permanente y la simplificación de la democracia
No es algo nuevo ni algo exclusivo; la conversión de la política en espectáculo del actual presidente Trump demuestra que no es algo doméstico ni novedoso: Ross Perot anunció ni más ni menos que su candidatura a la Casa Blanca en febrero de 1992 en el talk show Larry King Live y la reacción no se hizo esperar: desde los programas y canales “convencionales”, los periodistas y analistas “formales” dijeron desde el primer momento que Perot era un candidato “poco serio”.
La utilidad de lo 'frívolo'
Pero, por encima de cualquier opinión subjetiva sobre la mayor o menor seriedad de estas decisiones, lo que parece que está objetivamente claro es que es útil. Los programas de entretenimiento tienen un gran potencial para influir en las opiniones, actitudes y comportamientos políticos y electorales.
A pesar de la incomprensión, el escepticismo o la displicencia que se muestra desde de formatos e intermediarios tradicionalmente informativos o “serios”. En general se suele asociar el entretenimiento con el escapismo o la evasión, lo que afectaría, en teoría, a la percepción que las personas tienen de la compleja realidad de un país y se manifestaría en una débil capacidad para involucrarse con esas realidades socio-políticas.
De esta forma se generaría una manera superficial de procesamiento de la información que sería incompatible con la formación de posiciones políticas fundamentadas.
"Ya venga de Podemos o de Puigdemont y sus aliados, los eslóganes sustituyen a la reflexión, el Teatro Nacional se convierte literalmente en eso y 140 caracteres son el evangelio según San Pablo"
Pero, por otra parte, el entretenimiento tiene claramente efectos emocionales en los públicos. Y lo emocional se convierte casi siempre en una evaluación primaria, inicial, que filtra, orienta y conecta realidades. Y cuanto menos fundada o menos sólida sea la posición política de la audiencia, más relevante es la influencia de los contenidos de entretenimiento.
Dicho de otra forma, el procesamiento de la información proveniente de la tele-realidad política no llega a sustituir pero si a condicionar o completar la interpretación y la formación de la opinión de los públicos.
Racional Vs emocional
Así que tal como están las cosas, parece que el argumentario racional y el argumentario emocional deben formar parte de la misma estrategia de comunicación política. Los contenidos de uno y otro tipo, los formatos y programas de una u otra naturaleza no son incompatibles, sino complementarios. Lo ideal es combinar las diferentes valoraciones que hacemos de aquello que recibimos por un canal informativo convencional y aquello que recibimos a través de programas de infoentretenimiento.
Para que se produzca se tiene que dar la cooperación necesaria entre los intereses de los actores políticos y de los medios
Ahora bien, lo que deviene en un problema de calidad democrática es la sustitución deliberada de los contenidos por el espectáculo y que la fuerza emocional de la tele-realidad no se equilibre con la información y los contenidos racionales. Y este es el terreno abonado del populismo y de la demagogia en su pleno sentido político.
Ya venga de Podemos o de Puigdemont y sus aliados, los eslóganes sustituyen a la reflexión, el Teatro Nacional se convierte literalmente en eso y 140 caracteres son el evangelio según San Pablo.
El populismo es el resultado de la espectacularización de la política, de la campaña permanente y de la simplificación de la democracia: de la sustitución del contenido-contenido por la forma-contenido. Del desplazamiento de lo real a lo simbólico. De lo racional a lo puramente emocional.
Ganando terreno
Y es evidente que esto no es sólo un efecto de las estrategias de comunicación política. Para que se produzca se tiene que dar la cooperación necesaria, aunque no siempre consciente, entre los intereses de los actores políticos y de los medios de comunicación.
Formatos tradicionales de reportaje o debate de expertos (que consumen tiempo valioso de forma no siempre rentable) son excepcionales en las parrillas de programación, mientras proliferan los formatos de entretenimiento informativo y las tertulias, más rentables, si, pero que abordan la realidad política de manera muy anecdótica, cortoplacista y emocional. Por el momento, el show-party controla la situación y sus actores políticos van ganando terreno.