El viaje de Arturo a Artur
De buena familia, tecnócrata, educado en los mejores centros y nada soberanista, Arturo se cambió a Artur e inició un viaje desde el cielo político hasta el infierno legal e institucional.
En 1982, mientras España celebraba el Mundial de fútbol y se sacudía la sombra del Golpe de Estado de un año antes, Arturo Mas Gavarró, según figura en su DNI, entró en contacto por vez primera con las esfereas públicas: nacido en 1956 en Barcelona, el joven economista criado en las selectas aulas del Liceo Francés, entró a trabajar en la Consejería de Turismo de la Generalitat.
Hasta 2010, Mas afirmaba que no creía en un procés que dividiera en dos a Cataluña
De ahí ya no salió, salvo un paso de ocho largos años que ya nadie recuerda por el Ayuntamiento de la Ciudad Condal, del que fue concejal: en 1995 inició su carrera en el Parlament, alcanzado la presidencia de Cataluña entre 2010 y 2016.
Todos los años previos ostentó distintos cargos en el Govern, siempre en calidad de hombre de máxima confianza de Jordi Pujol, su mentor, padrino y trampolín hacia el cielo... y hasta el infierno de su dimisión y procesamiento por distintos delitos, de manera directa por el procés y como responsable político de la corrupción de Convergencia y de la desaparición de un partido que llegó a ser clave para la propia gobernabilidad de España, con el PSOE y con el PP.
Mas, de adolescente y a los 30 años, en dos imágenes de su álbum vital
Esa ruta de ángel caído, el ungido por Dios expulsado con las alas arrancadas, le llevó del todo catalanista a la nada independentista, una Fe de converso de la que sólo unos años antes de desafiar al Estado de Derecho con el 'referéndum' ilegal del 9-O renegaba abiertamente. Esto decía Mas de la independencia en 2002, en una entrevista convertida en libro del periodista Rafael Ribot: "El concepto de independencia está anticuado y un poco oxidado (...). Sería irresponsable ir por un camino que significara una frustración colectiva".
Apenas dos años antes, y pese a esa reflexión, Arturo pasó a llamarse oficialmente Artur, en catalán, con una grafía que su mujer también emuló para esconder un poco su origen checo: Helena pasó a ser Elena en sus escritos, con el Rakosnik indeleble por delante y un amor entre ellos a prueba de todo pese a no ser el primero de Mas. Antes, paradojas de la vida, tuvo por novia formal a Margarita García Valdecasas, hermana de Julia, con los años ministra de Administraciones Públicas con Aznar.
Pata negra
El 'soberanismo' de Mas, un pata negra de Convergencia del círculo más íntimo de El Padrino y de su hijo Jordi Pujol Ferrusola, fue sobrevenido y casi impropio de alguien moldeado en la clase pudiente catalana, educado en los mejores colegios y facultades y criado en una familia industrial catalana que no logró llevarle por el camino de la empresa: antes de entrar en política, intentó prolongar la saga sumergiéndose en el duro mundo de la metalurgia y los ascensores de su saga, con tan poco éxito como su carrera en el grupo peletero Tipel, propiedad de otro de los grandes nombres del pujolismo, el controvertido Lluís Prenafeta, implicado con el tiempo en la 'Operación Pretoria' contra la corrupción urbanística.
La familia Mas al completo, en 2006
En 2010, apenas dos años antes de iniciar la escalada definitiva hacia la independencia que le ha dejado maltrecho, embargado e inhabilitado; Artur Mas visitaba un plató de TVE en Cataluña para someterse a las preguntas de los espectadores. Y dijo esto: “Como presidente de CIU no provocaré un proceso rápido que yo sepa que divide al país por la mitad. Con una mitad a favor y una mitad en contra. Porque esto es generar un problema dentro de Cataluña. Una cosa es que Cataluña tenga una cierta tensión con el resto del Estado y sobre todo con los poderes de Madrid. Otra cosa es que nosotros genereremos ese problema en el interior de Cataluña”.
Sin Camelot
Curiosamente, unas palabras similares han marcado su salida definitiva de la presidencia del PdeCat y su distanciamiento de Puigdemont, el exalcalde de Girona al que regaló la presidencia por elveto de la CUP a investirle a él mismo. Artur, tal vez, se ha ido por la puerta pequeña a escasos días de que los tribunales emitan la sentencia del 'Caso Palau', saludando tímidamente, humillado por las circunstancias y sintiendo, quizá, que vuelve a ser un poco Arturo. Sin ninguna Camelot esperándole.