La desvergüenza de Puigdemont
Sólo Puigdemont y la CUP impiden una cierta normalización en Cataluña. Aislarles es una cuestión de Estado que En Comú Podem y el PSC deben compartir y aplicar sin excusas ni dilaciones.
A pesar de la inmensa fractura en el bloque soberanista, con el propio Junqueras y su predecesor Artus Mas claramente en contra, Puigdemont insiste en ser investido president de Cataluña desde la distancia, sin haber ganado las elecciones, forzando de nuevo la ley y sin personarse en el Parlament.
Aceptado a regañadientes el marco constitucional por la mayoría de los partidos catalanes, que no renuncian a su desquiciada independencia pero ya no se atreven a imponerla por la vía uniltateral, sólo quedan dos escollos al respecto: el inefable president en el exili, y las pintorescas CUP, que pretenden repetir una fórmula de pacto y objetivos que convirtió la pasada legislatura en un despropósito ineficaz, sólo válido para enfrentar a la sociedad catalana y desestabilizar al conjunto de España.
Que ni los protagonistas del procés se creían esa deriva queda reflejado por su negativa a acudir en coalición a las urnas el pasado 21D; y da cuenta de ello también la inmensa tensión y degradación que desde entonces han sufrido: unos están en prisión, otros fugados y todos enfrentados entre sí, con una derrota histórica en las urnas que no disipa ni la posibilidad aritmética de mantenerse en el Govern con un pacto de intereses más que de coincidencias.
Un retroceso
Con ese panorama, la primera obligación de todos los partidos respetuosos con la ley, sean cuales sean sus objetivos político en todo lo demás, debiera ser ayudar a sustituir o al menos aislar a un movimiento capcioso que ha hecho virar a Cataluña desde las posiciones más vanguardistas de Europa hasta las más retrógradas.
La primera obligación de Podemos y del PSOE es sustituir o al menos aislar al soberanismo
Pero no parece estar pasando eso, sino todo lo contrario. En Comú Podem parece volcada en sostener al nacionalismo, tanto en la composición de la crucial Mesa del Parlament cuanto en la investidura para presidir la Generalitat: quizá Colau e Iglesias no estén del todo de acuerdo en que Puigdemont vuelva a la presidencia desde la distancia, pero sí parecen hacer lo imposible para que lo que representa se perpetúe en las instituciones catalanas.
El silencio
Y el silencio del PSC, secundado por el PSOE de Pedro Sánchez, tampoco es un indicio positivo de cuál es su hoja de ruta. La tentación de gestionar este momento pensando en futuros pactos en toda España es alta para los socialistas, que no han aprendido al parecer de sus propios errores y del desgaste que personalmente tuvo para su secretario general ese coqueteo con un soberanismo que nunca renunciará a sus objetivos por mucho que los edulcore en público.
Estabilizar Cataluña es una cuestión de Estado; librarla del independentismo, una misión que excede del ámbito ideológico para adentrarse casi en el de los derechos humanos. Quizá la derrota total no sea factible en estos momentos, pero dejar que se cueza en su propia degradación y no retroceder ni un ápice en un discurso en contra de él sí supone un gran paso que todos los partidos presentables deben dar. Sin excusas ni dilaciones.