Goyo Ordóñez, un mito contra el nacionalismo que sigue vigente en España
España tiene una deuda con las víctimas del terror que, como Ordóñez, resistieron por todos el pulso y pagaron con su vida. Su lección es bien vigente: el nacionalismo siempre es perverso.
Se cumplen ahora 23 años del asesinato de Gregorio Ordóñez, ejecutado por la espalda por ETA mientras departía el dirigente del PP vasco departía con sus compañeros en una cafetería de San Sebastián.
Su muerte a balazos, pocos meses antes de que su partido ganara las Elecciones Municipales en Donosti, cercenó la carrera del probable alcalde de aquella ciudad e intentó acallar una de las figuras más valientes, decisivas, comprometidas y ejemplares contra el terrorismo etarra y la ideología y objetivos que movía a la repugnante banda.
Goyo, como le conocían sus amigos, es un icono de la resistencia, un valor inmortal de la dignidad política y un ejemplo simbólico del martirio que cientos miles de personas sufrieron en el País Vasco durante cuatro décadas: casi un millar fue asesinado, como él; pero muchos otros sufrieron coacciones, ataques, extorsiones, heridas o exilio.
La esperanza
Frente a aquel inmenso drama, olvidado en demasía en supuesto pago a una paz que nunca será decente ni total si no va a acompañada de la memoria y justicia, personas como Ordóñez representaron la esperanza y el valor imprescindibles para lograr, a un precio inmenso, la victoria frente al horror.
Si Ordóñez estuviera vivo, hoy sería enérgico en su oposición al secesionismo y brillante a la hora de describir su letal carga supremacista
Y resulta muy triste que su aniversario no haya tenido el eco y la dimensión que merecía, no sólo en agradecimiento a la persona, sino también en reconocimiento a los valores que encarnaba y que hoy siguen estando vigentes. Porque la ideología que impulsaba al terrorismo es la misma que hoy alimenta el conflicto en Cataluña, y aunque los medios sean distintos, los objetivos son idénticos: fracturar un país democrático, pisotear el Estado de Derecho y convertir la convivencia en un infierno.
España no se vacuna
De hecho, es sorprendente que un país como España, damnificado por el mayor fenómeno terrorista de toda Europa inspirado en tensiones territoriales, se haya visto sometido de nuevo con tanta facilidad a una variante del mismo problema: si alguien debía de estar inmunizado es quien lo sufrió, pero aquí ha ocurrido todo lo contrario y, lejos de ser el caso vasco un antídoto para el catalán, parece haber sido un estímulo.
Eso dice mucho de la imperiosa necesidad de cerrar los capítulos más negros de la historia de un país con dignidad: saber quiénes fueron los buenos y quiénes lo malos es, además de un acto de justicia, una necesidad para vacunar a una sociedad de enfermedades similares.
Seguramente si Ordóñez estuviera vivo, hoy sería enérgico en su oposición al secesionismo y brillante a la hora de describir su letal carga supremacista y excluyente. Recordar a Goyo es, en fin, reforzar la democracia e inocular en la sociedad una vacuna, siempre necesaria, contra los abusos sistémicos y las políticas perversas.
Las víctimas del terror no son sólo un testimonio dramático de una época, también son una invitación dolorosa a la prevención: su inmenso martirio nunca tendrá un sentido completo, pero si algo adecenta su sufrimiento es que seamos capaces de aprender la lección formidable que nos dieron en vida y cuando murieron. Por nosotros, por la democracia.