20 años sin la feliz pareja aniquilada por ETA
Un 30 de enero de 1998 dos etarras asesinaron en Sevilla, por la espalda y con disparos en la nuca, al concejal del PP, Alberto Jiménez Becerril, y a su mujer Ascensión García Ortiz.
Regresaban a casa tras tomar unas copas con unos amigos por una de las callejuelas del céntrico e intrincado barrio de Santa Cruz de Sevilla y dos terroristas se acercaron silenciosos por la espalda y les dispararon a la nuca. Al principio se dijo que los asesinos decidieron matar también a ella porque empezó a gritar. Pero no fue así. Dispararon a la vez precisamente para que no diera ninguno la voz de alarma. Y ni se enteraron. Caminaban abrazados y así cayeron al suelo. Mientras, a unas cuantas decenas de metros, en su casa, dormían sus tres hijos, Ascen, Alberto y Clara, de cuatro, siete y ocho años. Más lejos, y unas horas después, los dos asesinos y una compinche celebraron “con una cena especial y sidra” el crimen.
Así fueron asesinados el concejal del PP en el Ayuntamiento de Sevilla, Alberto Jiménez Becerril, y de su mujer Ascensión García Ortiz en las primeras horas de la madrugada del 30 de enero de 1998. Y aún hoy, veinte años después, sigue conmoviendo aquel brutal asesinato, que de inmediato se convirtió en otro de los símbolos de la barbarie de ETA y de la resistencia política y social en torno al Estado de Derecho.
Alberto y Ascen, con dos de sus tres hijos.
Bien es verdad que, tras aquella acción sangrienta, los etarras consiguieron lo que querían: extender al miedo a todo el país, generalizar la necesidad de vigilancia y el uso de escoltas y, en definitiva, lograr aún más publicidad y propaganda para su vesánico ideario. La alcaldesa de Sevilla y tía del asesinado, Soledad Becerril, era un principio el objetivo de los terroristas. Pero al contar con más seguridad a su alrededor, optaron por poner la diana en un objetivo más sencillo. Y el concejal de Hacienda, segundo teniente de alcalde y hombre de confianza de la alcaldesa lo era sin duda.
Concejal y vecino
A sus 37 años, Alberto Jiménez-Becerril tenía un brillante porvenir político por delante. Licenciado en derecho y, pese a su juventud, con amplia experiencia en la política municipal, dejó la impronta de su simpatía y de su talante cercano y conciliador. Y formaba una pareja modélica con Ascensión, procuradora en los juzgados de Sevilla, y a la que conoció en la universidad y de la que ya no se separó.
En semejante existencia, con una mujer y una familia a las que adoraba, y un trabajo político que le llenaba de satisfacciones y le proporcionaba toda de clase de estimulantes desafíos presentes y futuros; no parecían caber los peligros y las amenazas. Y menos, en una ciudad tan luminosa y animada como Sevilla.
De ahí que Jiménez-Becerril se comportara como cualquier sevillano, acudiendo a locales públicos, recorriendo la ciudad a pie y relacionándose con todo el mundo sin cuidado ni medida, inconfundible con su 1,90 de estatura. Ni siquiera los infaustos ejemplos de Goyo Ordóñez y Miguel Ángel Blanco, que se conducían exactamente igual que él, como concejales y vecinos, le movieron a cambiar de hábitos, aunque conociera los riesgos.
Y así les sorprendieron los terroristas, caminando tranquilo y confiado junto a su esposa por la calle, después de haber cenado y charlado con unos amigos en un bar de copas.
El objetivo era Soledad Becerril. Pero sus medidas de seguridad hicieron que los etarras colocaran su diana en el conciliador concejal Jiménez-Becerril
Siguiendo órdenes del jefe militar de ETA, Javier Arizcuren Ruiz, 'Kantauri', los asesinos fueron Mikel Azurmendi Peñagarikano y José Luis Barrios, detenidos un año después y condenados a 60 años. A Maite Pedrosa, colaboradora de ambos y miembro del comando ‘Andalucía’, le cayeron diez años, aunque posteriormente el Tribunal Supremo elevó la condena a 12 años. Los tres se dieron el citado homenaje gastronómico y brindaron con sidra tras asesinar a la pareja, según su propia confesión en sede judicial.
Azurmendi y Pedrosa no renegaron de la violencia de ETA, y concibieron a un hijo en la en la cárcel de Albolote, en Granada. Y allí lo criaron.
De la crianza de los hijos de Alberto y Ascensión se ocupó la abuela materna. Son el mejor legado de sus padres, que dan nombre también a la Fundación contra el Terrorismo y la Violencia creada en 1999 por el Ayuntamiento de Sevilla.
Cosecha negra
Sus nombres aparecen unidos a los de otros representantes políticos a los que ETA puso el punto de mira y el tiro en la nunca en aquellos duros arranques de año de la peor etapa terrorista.
El 6 de febrero de 1996, por ejemplo, fue asesinado del mismo modo en una calle de San Sebastián, y a la vista de su hijo Fernando Múgica Herzog, abogado e histórico dirigente del Partido Socialista de Euskadi, además de hermano del que fuera ministro y defensor del pueblo Enrique Múgica.
Y solo ocho días más fue cosido a tiros en su despacho de la Universidad Autónoma toda una eminencia de la judicatura y del pensamiento de nuestro país, Francisco Tomás y Valiente, el que fuera presidente del Tribunal Constitucional.
Y no a tiros, sino con la explosión de un coche bomba, fue asesinado Fernando Buesa, el que fuera vicelehendakari y secretario del Partido Socialista Vasco, junto a su escolta, en Vitoria el 23 de febrero de 2000.