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Daniel Ortiz Guerrero

El encaje de los separatistas

Desde la Transición, España ha hecho un esfuerzo enorme por integrar a todas las sensibilidades, respondido con ruptura y ofensa por un nacionalismo que crece y se extiende a otras regiones.

El encaje de los separatistas

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Durante la actual etapa democrática hemos vivido en España un fenómeno insólito y poco frecuente en los países de nuestro entorno y tradición. Si bien es cierto que que desde los tiempos de la Mancomunidad y después de la Segunda República, contábamos con poso histórico, nunca habíamos llegado al nivel de abyección vivido desde la Transición a esta parte.

El nacionalismo es un odio visceral basado en supuestos agravios infundados y en la confusión de España con la dictadura franquista

Utilizando la palanca del rechazo al régimen anterior, caracterizado además de por su autoritarismo por su centralismo y so pretexto de buscar la comodidad de los nacionalistas catalanes y vascos; en España se ha rechazado, perseguido, odiado y estigmatizado el patrimonio común. Lo que nos une. Y al mismo tiempo se ha dado un fenómeno de sacralización de todo aquello -real o imaginario- que divide a las diferentes regiones que integran el territorio nacional.

Se ha equiparado a los catalanes y a los vascos con los nacionalistas, no dejando más alternativa a los leales que confundirse con el paisaje o resignarse a la marginación y a la muerte civil. En la vía pública no hay espacio para ti si hueles a español.

En ninguna otra Nación pasaría

Lo que se ha llegado a decir en los medios de comunicación o, incluso, en sede parlamentaria o municipal sobre lo que representa la Nación española sería considerado una aberración intolerable si se dijera casi de cualquier otro pueblo de la tierra. Es un odio visceral basado en supuestos agravios infundados y en la interesada confusión de España con la dictadura franquista.

Mientras avanza un conflicto étnico y se extiende, el PSOE se pregunta cómo hacer encajar al nacionalismo

Y mientras tanto, en Madrid, los dos principales partidos han ido tragando. Con todo. Desde la idea de que Cataluña y País Vasco son propiedad exclusiva de los nacionalistas, como con la idea de que la lengua española estorba a la expansión de las regionales, hasta el punto de que los topónimos en castellano han sido proscritos de los medios de comunicación públicos -y de la mayoría de los privados- si se refieren a lugares ubicados en esas regiones especiales.

Lo más indignante de todo no es que el nacionalismo periférico siga siendo igual de cavernario que hace un siglo. No en vano, seguimos de vez en cuando escuchando hablar de genética, de grupos sanguíneos o de mentalidades propias de determinadas regiones.

Enfrentamiento étnico

Lo más sangrante es que no hay voluntad de acabar de una vez por todas con este disparate que nos conduce irremediablemente a un enfrentamiento civil de carácter étnico. ¡En España!

Mientras el odio sigue su cauce, regando los surcos de la sociedad con su penetrante humedad, el PSOE facilita las cosas a los mismos que han destruido la convivencia en Cataluña. Vemos cómo siguen el mismo patrón de imposición lingüística, invención de agravios y rechazo a la lengua común y a la Nación en Baleares y en Valencia. Paso a paso, el mismo proyecto basado en el control de la educación y de los medios de comunicación. En Navarra ocurre un fenómeno similar, de la mano de Podemos.

Mientras contemplamos el avance de esos siniestros proyectos particularistas y etnicistas todavía escuchamos al portavoz socialista en el Congreso hablar del encaje de los separatistas. Para vomitar.