La gran mentira del hombre que quiso gobernar por Skype acaba devorándolo
Los mensajes del expresidente de la Generalitat entierran del todo el "procés", pero además le presentan como un peligroso cínico capaz de incendiar las calles mientras le consta su fracaso.
Seguramente no es muy presentable grabar a escondidas y difundir luego los mensajes privados de nadie y, en ese sentido, la sociedad tiene pendiente un debate profundo sobre el valor de la privacidad y de la intimidad, hoy menos respetadas que nunca.
Pero es imposible, una vez conocidos los mensajes de Puigdemont, limitar el análisis a un aspecto que, sin ir muy lejos, ni se valoró en el famoso caso de los recados entre Mariano Rajoy y Luis Bárcenas.
Lo que ya se intuía ahora es, simplemente, un hecho: Puigdemont se sabe derrotado por la ley y por sus propios compañeros en el delirante procés; es consciente de que no va a ser de nuevo president de la Generalitat; le consta la profunda división del bloque independentista y tiene asumido que la separación de Cataluña es imposible.
Puigdemont no va a ser presidente y Cataluña no se va a separar: lo sabe y lo escribe en privado
Todas sus expectativas se limitan a intentar evitar la cárcel o a que salgan de ella quienes ya están dentro, para "no hacer un ridículo histórico", según sus propias palabras.
El precio del procés
Es decir, cuando Puigdemont se sincera y dice lo que de verdad piensa; se expresa como cualquiera de los observadores serios que repetimos ese mismo diagnóstico porque, simplemente, no puede haber otro. Lo que siempre ha estado en juego en Cataluña es el precio de la restitución del orden constitucional, y no la derrota de éste.
Los mensajes de Puigdemont son importantes sobre todo para que ese precio, en términos de convivencia y confrontación civil, sea muy bajo. Y a ser posible inexistente. Porque evidencian el cinismo irresponsable de un dirigente que, desde su cómodo retiro en Bruselas, intenta incendiarlo todo aun siendo consciente de que el fuego será inútil.
El 'Moncloa ha ganado' resume a Puigdemont: piensa lo que cualquiera con sentido común, pero en público incendia la calle
La decisión del Parlament de ayer, negándose entre eufemismos a saltarse la ley y proceder a la investidura telemática del prófugo, tiene aún más sentido con estas revelaciones. Y acaba con la absurda idea de que, en los próximos días, puede intentarse de nuevo la designación del fugado.
Con mensajes o sin ellos, el Parlamento de Cataluña sólo tiene dos opciones: o investir a un candidato nuevo que respete el marco constitucional y se desmarque de las andanzas de Puigdemont, o repetir Elecciones.
O normalidad o 155
Si después de escuchar al vecino más incómodo de Bruselas aún queda alguien que persiste en el error de apostar por él, no quedará más remedio que mantener la aplicación del 155 e intensificar incluso su hegemonía en la acción gubernamental en Cataluña. Lo ideal sería que el independentismo entrara de una vez en razón y limitara sus aspiraciones políticas al lenguaje retórico, incluyendo sus decisiones y gestiones en el ámbito legal que les obliga y faculta para gestionar el amplio espectro competencial de la Generalitat.
Y resulta más sencillo sacudirse el chantaje de Puigdemont una vez se han conocido sus reflexiones más íntimas. Las de un dirigente alocado que exige una inmolación de todos los demás en un viaje suicida abocado al fracaso del que, además, él intenta librarse.
Especialmente si prospera la tesis del Tribunal Supremo, contada por Esdiario, y se impulsa la más que lógica inhabilitación exprés de todos los cabecillas del procés de cara a una hipotética convocatoria de comicios en los que ellos, afortunadamente, ya no podrían participar.