El patriotita español
Si de algo me arrepiento es de mi ejercicio como torero, que lleva intrínseco el vacile, humillación y posterior asesinato de seres a todas luces inferiores intelectualmente. Os pido perdón.
La tradición taurina de nuestro país se demuestra en tardes como la del domingo, en las que agité el capote en forma de tuit y una manada de repentinos patriotas me embistió sin reparar en que mi intención era precisamente esa, torearles. Mi ofensivo mensaje rezaba así: "No olvidéis una cosa: los jugadores de balonmano son aquellos que no valen ni para el fútbol ni para el baloncesto". Si de algo me arrepiento es de mi ejercicio como torero, que lleva intrínseco el vacile, humillación y posterior asesinato de seres a todas luces inferiores intelectualmente. Y os pido perdón.
Toda esta manada de la que hablo es fiel representante del patriotita medio español, de los de bandera en el balcón y factura sin IVA. La selección de balonmano ganó el campeonato de Europa y miles, qué digo miles, millones de españoles saltaron, lloraron y gritaron por un deporte que ni entienden ni, por supuesto, conocen.
La realidad es que si hoy preguntas al 80% de los que se ofendieron por mi tuit no te sabrán decir ni tres jugadores de la selección. Si a esos mismos les preguntas dentro de un año, no sabrán ya ni si era un deporte que se jugaba con las manos y se metían goles o si se jugaba con los pies y se metían canastas. Por supuesto no sabrán que existe una liga nacional de balonmano e incluso hasta una copa de Europa, que obviamente ni conocen ni siguen a pesar de ser fervientes defensores de ese deporte. Pero como el domingo todos éramos Hispanos, pues nos ofendemos con el que se siente más de Lusitania.
Como el domingo todos éramos Hispanos, pues nos ofendemos con el que se siente más de Lusitania.
El patriotita español es, por definición, un cazurro. Un cebollino que actúa por impulsos. Pero no impulsos intrínsecos. No. Impulsos de bar, de tertulia verbenera, AS bajo el sobaco y cabezas de gambas bajo el zapato. Impulsos que les obligan a sumarse a la manada y a berrear al que se queda fuera. Es este un defecto clásico del ser humano, que al tener irremediablemente conectadas la voz y el oído no es consciente de que si grita, no oye. En España, y esto se sabe en todo el planeta, se grita mucho y se oye poco.
Y da igual lo que haya dicho el otro, porque no lo habrán escuchado. Y, volviendo al tema, ningún torete de los que me embistió será capaz de asimilar que fueron presa de una ofensa premeditada, porque estaban demasiado ocupados gritando yo soy español español español. Y si al gritar no da tiempo a escuchar, no digamos ya a reflexionar.
Y, por cierto, el campeón ese que tenemos del patinaje…un maricón. Como todos. Caña aquí.