Almodóvar se merece todos los premios de cine, no ser hijo adoptivo de Madrid
El cineasta se merece todos los galardones por sus películas; pero ninguno por su sectarismo agresivo. Para ser hijo adoptivo de Madrid se necesitan virtudes de conciliación que él no tiene.
El pleno del Ayuntamiento de la capital ha decidido, con la unanimidad de todos los grupos políticos y a propuesta de Carmena, nombrar hijo adoptivo de Madrid a Pedro Almodóvar. Los méritos artísticos del formidable cineasta son indudables, de carácter internacional y ajenos a cualquier otra lectura sobre el personaje.
Es un gran director, dueño de un discurso cinematográfico único y propio, reconocido en todo el mundo y reconocible para un espectador seducido, durante lustros ya, del magnetismo y el lenguaje de un grande del celuloide.
Las ideas de Almodóvar no afectan a los premios de cine que sin duda merece; pero su sectarismo le invalida como símbolo de todos
Todo eso le ha hecho merecedor de los premios más relevantes del sector, incluyendo el Oscar, y el reconocimiento unánime de crítica y públicos muy diversos, que entienden y disfrutan de la peculiar mirada, entre notarial y distorsionada, que el manchego utiliza para narrar la vida a través de personajes, historias, localizaciones y paisajes combinados con su sello intransferible.
Pero conceder a alguien un título honorífico como el de hijo adoptivo, especialmente en el ámbito municipal, no atiende a los valores profesionales, suficientemente reconocidos en este caso por las instancias oportunas; sino a la identificación sentimental que una inmensa mayoría de ciudadanos sienten con un personaje determinado por su vida, su comportamiento personal y, también, su obra.
Un 'hijo adoptivo' simboliza, en fin, la conciliación entre todas las maneras de vivir Madrid y un puente entre distintos que hallan en el distinguido un valor superior capaz de derribar barreras y acabar con las trincheras. Justo lo contrario de lo que ha hecho Almodóvar en reiteradas ocasiones, de manera agresiva y despectiva para, al menos, la mitad de los madrileños.
Sería ridículo dejar de reconocer y premiar al director por sus ideas políticas e, incluso, por sus excesos ideológicos si lo que se dirime en un Goya, un Óscar o una Palma de Cannes. Pero también es imposible olvidar ese bagaje si lo que se reconoce no es una obra espléndida, sino su idoneidad como símbolo de integración entre ciudadanos.
Un recordatorio
Dicho de otra manera, se puede ser un redomado sectario y un merecidísimo galardonado en Hollywood; pero no se puede haber insultado gravemente a un partido como el PP en una fecha tan terrible como el 11-M y esperar, a continuación, el reconocimiento social de todos los madrileños, requisito necesario para obtener ese galardón. José Luis Garci, otro gran cineasta, jamás merece una distinción de este tipo sin haber hecho nada; simplemente por no comulgar con determinadas ideas.
Almodóvar insultó al PP y a sus votantes; impulsó la célebre ceja y ayudó a Carmena. Por menos, otros son linchados
Porque el autor de tantas obras maestras no sólo acusó a un partido democrático de la peor vileza golpista en pleno drama terrorista; sino que además avaló de algún modo la necesidad de hacerle un cordón sanitario y se volcó en ese objetivo apoyando a Zapatero antes y, más recientemente, a la propia Carmena. O atacó sin miramientos a la Familia Real para luego aparecer en los célebres papeles de Panamá.
Almodóvar tiene todo el derecho a defender la postura política que considere oportuno y hacer proselitismo de ella -sólo faltaría-siempre y cuando no veje a nadie, sin que ello afecte a la consideración artística de su trabajo, ciertamente sobresaliente. Pero en ese viaje se pierde el derecho a recibir homenajes que reconocen otros valores mucho más discutibles en el autor.
Sorprende que el PP -y Ciudadanos en menor medida- se haya sumado a la propuesta de Carmena apelando a unos méritos cinematográficos ajenos al espíritu de la distinción o destacando su amor por Madrid, la ciudad que él mismo crispó cuando aquel 11M hacía falta lo contrario.
Lo justo, nada más
Entre el desagradable e injusto exabrupto que a menudo soportan personas como Almodóvar o Bardem de quienes mezclan la valoración política que les merecen con la incuestionable talla artística y la barra libre de reconocimientos con independencia de que atiendan o no a su trayectoria profesional; hay un término medio: el de darles el premio que merecen cuando lo merecen y el de no verse obligado a dárselo cuando no han hecho méritos para ello.
La genialidad no se castiga cuando el jurado examina virtudes artísticas, se premia y aplaude. Pero el sectarismo no se premia con complejo y seguidismo cuando los méritos a analizar son otros. Y Almodóvar, lamentablemente, no los reunía.