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Pensiones, mordaza, represión o pobreza: la demagogia desborda en España

Urge responder a la epidemia de mentiras que asolan a España, un gran país presentado cada día como un infierno para la libertad, el bienestar o la igualdad. Todo es falso.

Pensiones, mordaza, represión o pobreza: la demagogia desborda en España

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Si un extraño viera casi cualquier canal de televisión en España, se llevaría una idea atroz del sistema de libertades, bienestar, igualdad y en definitiva democracia que impera en nuestro país. El relato, con pocos matices, dibuja una tercera edad abandonada a la miseria; una represión policial, judicial y política exacerbada; un machismo institucionalizado masivo; una hambruna extrema de ingentes millones de familias; una corrupción de todos los partidos y de todos los políticos o la mordaza global como mecanismo de control de derechos tan básicos como el de manifestarse.

No es una caricatura injusta con el Gobierno del PP, que también como lo sería con cualquier otro; lo es ante todo con España, con los ciudadanos que viven y sufren en ella y con los logros obtenidos entre todos que, además, anula el necesario debate sobre cómo subsanar los evidentes problemas que, sin esos brochazos pero en todos esos ámbitos, existen sin duda.

España es un gran país con problemas que debe atender, pero no esa caricatura funesta y represiva que cada día se inflama

Pero resulta imposible buscar soluciones razonables si la premisa es falsa, está sobredimensionada y no obedece al deseo de solventar problemas, sino a la estrategia de magnificarlos hasta un punto asfixiante para servirse de ellos como plataforma electoral. Es sorprendente que quienes más se dicen preocupados por el bienestar social más empeño pongan en asustar al ciudadano, como si sólo generando pánico y crispación se vieran capaces de alcanzar su objetivo.

Y eso es lo que pasa, creándose un cada vez mayor abismo entre lo que piensa y vive la inmensa mayoría de los españoles y lo que, sin embargo, se proyecta en los medios de comunicación audiovisuales, en las redes sociales y, finalmente, en las instituciones.

¿Qué represión?

En España no se reprimen libertades ni se utiliza la brutalidad policial contra nadie. Tampoco es un país asolado por la pobreza. La repugnante violencia de género y su machismo estructural en algunos ámbitos no marca, sin embargo, la manera de relacionarse entre hombres y mujeres ni las leyes y costumbres en que se soporta esa convivencia. Tampoco se le pone a nadie la mordaza ni, en ningún caso, se impide la protesta ni la defensa de ninguna idea, por lamentables que sean algunas de ellas como el separatismo.

Todo lo contrario. Los índices democráticos españoles están entre los mejores del mundo. Su respuesta social desde el Estado en la cobertura de necesidades está a la cabeza pese a medirse con países de mayor renta y recursos. El coste de las pensiones se ha incrementado en más de un 30% en una década y la jubilación media es similar al -insuficiente- salario medio de España, que es de mil euros. Y en cada epígrafe donde se dirime una discusión magnificada y agresiva, ocurre lo mismo: no se parte de la verdad, para mejorarla diagnosticando con honestidad su naturaleza y buscando remedios decentes, sino de una versión manipulada de la misma destinada a sembrar el odio, la fractura y la tensión.

De mentira en mentira

Ése es el relato que se ha impuesto en España. Y la falta de respuesta del PP, su principal error: no basta con tener razón y poder mostrar un objetivo avance de España, que hace nada estaba a punto del rescate y la quiebra. En un mundo dominado por la posverdad, que es una manera sutil de bautizar a la mentira de siempre, hay que saber responder a la infame propaganda con apariencia de verdad que cada día se propaga de manera ostentosa.

España puede estar muy orgullosa de sus progresos, achacables desde el 78 a Gobiernos de distintos colores e imputable, en realidad, al esfuerzo del conjunto de los españoles. Son ellos, y no el PP como partido de Gobierno ni Ciudadanos como novedad en un espectro sociológico parecido, los mayores responsables de ese avance como antes lo fueron la UCD o el PSOE de González.

Y también son ahora las máximas víctimas de esta epidemia brutal de demagogia que apela a emociones desbocadas y esconde realidades medibles para sustituir la pugna por la lucha y la solución por la agitación.

Lo que España padece, además de la crisis, es un desafío brutal del nacionalpopulismo, con demasiadas complicidades

Sorprende que en lugar de identificarse la certeza de que, junto a la crisis económica, el mayor desafío que sufre España es la pavorosa combinación de un populismo trasnochado con un nacionalismo rupturista; se añadan leñas innecesarias a una hoguera sobrada de fuego. Falta pedagogía en la acción política, sin duda, y sobra deslealtad y manipulación.

La ciudadanía, por otro lado

Decirlo sin ambages es el primer paso indispensable para saber replicar a un ataque reiterado a los cimientos democráticos y a la convivencia en España. Y aunque resulte muy difícil de lograr con tantos altavoces dispuestos a sostener cada día un apocalipisis nuevo, es una obligación hacerlo que la sociedad agradece y respalda: si en 2015 la suma de PSOE y Podemos (hoy felizmente menos clara que entonces) empató con la de PP y Ciudadanos (que ahora está enfrentados pero tienden a entenderse en los grandes asuntos); en el CIS de 2018 el segundo bloque sacaba ya cinco puntos al primero.

Es una distancia abrumadora que demuestra hasta qué punto la percepción del ciudadano es una y la agenda, melodramática e interesada, otra bien distinta. Pero el célebre 'efecto Pigmalión' explica que, a fuer de insistir en una profecía, ésta tiende a cumplirse. Y ése es el gran peligro: que una agenda falsa, violenta y contraproducente para los ciudadanos acabe imponiéndose por la insistencia, bochornosa, en decirle a los españoles que deben avergonzarse cada día de su país pese a lo que ve con sus propios ojos.

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