El éxito de Tabarnia, un sopapo de democracia al separatismo más ultra de Europa
Tabarnia es el espejo donde el separatismo refleja todos sus males y miedos. Y el escudo cívico para defender la vigencia de la ley, la historia y la Constitución de unos asaltantes necios.
Decenas de miles de personas (bastantes más de las 15.000 citadas por la tendenciosa Guardia Urbana de la Barcelona de Colau) se manifestaron el domingo bajo la bandera de Tabarnia, la irónica bandera de un movimiento inteligente, masivo y atrevido que simboliza el rechazo al separatismo catalán y a la perniciosa combinación de ilegalidades, mentiras y victimismo que le da forma.
Por divertida que sea la figura de Albert Boadella y sarcásticos que sean los mensajes y campañas de esta plataforma, lo que dice, defienden e intentan es muy serio y saludable: derrotar esa idea funesta de que, como en Cataluña todo el mundo piensa igual que Puigdemont y compañía, saltarse la ley, provocar el choque con España y adoptar decisiones golpistas es, en realidad, un legítimo ejercicio democrático frente a una presión totalitaria.
Tabarnia sí es el pueblo de Cataluña. El soberanismo se aferra a la Cataluña de pueblo tras manipularla
Tabarnia, la comunidad metafórica compuesta por Barcelona y Tarragona, reúne a siete de cada diez catalanes, acumula cerca de un 60% de voto constitucional, agrupa al 80% de las ciudades más pobladas de la región y supera en 18 puntos al PIB del resto de la autonomía: es el pueblo catalán, y no la Cataluña de pueblo bautizada con sorna Tractoria donde prende más la llama independentista.
Lo más importante de este movimiento es que completa la imprescindible acción política y judicial con una respuesta ciudadana que refleja la auténtica naturaleza del soberanismo: no es sólo un movimiento ilegal ni contra una idea abstracta de España; es sobre todo un golpe contra los propios catalanes y el sistema que les permite vivir en un espacio democrático europeo de la máxima jerarquía.
Contra el miedo
Tabarnia ha logrado contraponer a los mantras nacionalistas, un mero cúmulo de falacias repetidas masivamente por TV3 y alojadas en el espíritu de la educación pública catalana, un relato verídico y cívico de Cataluña, de su relación con España y de la verdadera esencia histórica, económica, social y cultural de la autonomía. Y ha quitado el miedo a millones de catalanes que, no estando de acuerdo con el mensaje totalitario del separatismo, se sentían huérfanos y aislados para decirlo.
Tabarnia ha sido decisiva en que millones de catalanes se liberen de las cadenas del soberanismo
Que todo ello lo haya hecho un grupo de chavales con talento y esfuerzo, sin ningún dirigismo político y sin otra intención que defender la democracia en el espacio vital y sentimental que les vio nacer, es casi emocionante: liberarse de las cadenas es siempre el reto más difícil en regímenes totalitarios que consideran disidente a todo aquel que no comulgue con el discurso oficial, y Tabarnia lo ha hecho animando con ello al resto a seguir sus pasos.
La respuesta social al golpismo supremacista cierra un círculo de resistencia al pulso que, pese a las caricaturas denigratorias del separatismo y sus altavoces, es impecable y definitoria de un espacio democrático donde operan la separación de poderes y la sociedad civil con un mismo fin y medios complementarios: las instituciones activan sus respuestas reglamentarias a desafíos de esta calaña, con el 155 como símbolo de ello; los jueces aplican las leyes y las hacen respetar y los ciudadanos, con su protesta en la calle y su voto, colocan a cada uno en su sitio.
Sin miramientos
Aunque el imperio de la ley y la defensa de la Constitución no dependen del apoyo que tenga tal o cual partido en comicios en los que, por mucho que se intenten presentar como plebiscitos o referendos, se deciden diputados autonómicos estrictamente; conviene recordar que además el nacionalismo no ganó las elecciones y tampoco tiene la calle.
Por eso es comprensible la simpatía que en toda España ha suscitado Tabarnia, prueba viva de que la condescendencia con el soberanismo es, amén de una debilidad, un error: con movimientos de esas características no sólo no se puede ser equidistante; tampoco se puede ser tibio. Llegados a este punto, no basta ya con frenar al independentismo; hay que cercenar sin miramiento alguno la ideología que lo soporta y controlar los recursos públicos que lo extienden como una epidemia.