8 de Marzo: no nos libramos de unas cadenas para que nadie nos ponga ahora otras
La dirigente del PP madrileño y concejala en Villaviciosa María Martín Revuelta lanza un alegato a favor de una igualdad inclusiva, sin las exclusiones que imperan en el mensaje oficial.
“No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.” Virgina Woolf
La igualdad no es un camino con meta fija, sino un viaje incesante que nunca termina, plagado de estaciones que vamos alcanzando, entre todos, en una combinación perfecta de educación, compromiso, leyes, civismo y acción política.
Ese anhelo no es privativo de un sector, aunque haya sectores más necesitados de apoyo específico siempre, como síntoma de un problema mayor que ha de ser abordado de manera transversal y colectiva: las mujeres podemos necesitar especialmente esa mirada específica, pero los avances siempre vendrán de un esfuerzo conjunto impulsado por unos valores que no tienen sexo. Los tenemos todos, o debemos de tenerlos todos, como es fácil de entender en otros ámbitos, sean la raza, la religión, la identidad sexual o los credos políticos.
Nadie necesita haber nacido en Missouri a finales del XIX para entender y respaldar la imprescindible igualdad racial, como no es preciso ser católico para defender esa fe siendo musulmán, y a la inversa. La lista de desatinos y desigualdades que nos ha perpetrado la historia es inmensa, y con seguridad seguirá creciendo con nuevos retos que pondrán a prueba nuestro empuje, valor y humanidad individual y como sociedad.
La igualdad de la mujer es un viaje inclusivo: no puede partir de quienes, mientras dicen que nos defienden, excluyen a muchas y muchos
Precisamente porque la lucha por la igualdad deriva de un imprescindible espíritu inclusivo de una parte de la sociedad que está y se siente infravalorada a efecto de oportunidades y derechos; lo primero que debe de ser ella misma es inclusiva.
No es una opción, es una necesidad contar en ese viaje hacia la igualdad con todos, pues el esfuerzo será más eficaz, los plazos más cortos y el poso más sólido. Ya lo decía sobre la mujer esa liberal ejemplar llamada Clara Campoamor, siempre en brega para acabar con injusticias como la pena de muerte, la prostitución o el empleo infantil, aunque conocida sobre todo por su abrumador trabajo para lograr el sufragio femenino.
En su obra El voto femenino y yo: mi pecado mortal, reeditado en 2006 por la Editorial Horas en Madrid, la ejemplar diputada resumía ya un sentir y una actitud que sigue vigente en nuestros tiempos y es perfectamente válida para señalar por igual a quienes se niegan a aceptar los valores de igualdad cuanto a quienes, por intentar patrimonializarlos en exclusiva, los dificultan.
“(...) Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras”.
Entre todos
Ni una coma me atrevería a cambiar del alegato de doña Clara, que suscribo y convierto en lema personal como trabajadora, política, madre, hija y todo lo que una es con inmenso agradecimiento a su clarividencia, pero sí me gusta destacar de todo su discurso inclusivo una frase que, para ella misma, siempre fue crucial: “Las hacemos todos en común”. Ahí está, de verdad, el espíritu inclusivo de cualquier avance social digno de tal nombre. Entre todos.
La igualdad es un reto compartido no una guerra patrimonial de nadie que se arrogue hablar en nombre de todo
Quien niegue esa evidencia es posible que esté perjudicando gravemente lo que dice defender y que, a la vez, esté más preocupado por amortizar en beneficio propio cualquier lacra y problema social que por ayudar a solventarlo, echando a una parte de la sociedad de un desafío que es de todos y presentándose como inventoras e intérpretes únicas de un reto que dura ya siglos y ha tenido paladines de los más diversos ámbitos, épocas y fronteras.
Santa Teresa ya denunciaba en el siglo XVI que “el mundo nos tiene acorraladas”, y Virginia Woolf, mucho tiempo después, sospechaba y denunciaba como resumen de todo que en algunos excelsos poemas se llegaba a consignar una firma anónima con tal de esconder la autoría de una mujer.
Un viaje, no una guerra
Nadie en su sano juicio puede discutir la necesidad de trabajar, proponer, legislar y educar en términos de igualdad. Ni nadie con sensibilidad y aprecio a la verdad puede negar la existencia de barreras, limitaciones, prejuicios y heridas específicamente dirigidas a la mujer.
Pero tampoco se puede discutir el inmenso avance obtenido entre todos, prueba fehaciente de que este reto por la igualdad está asumido y potenciado por una abrumadora mayoría de los ciudadanos y de sus instituciones. No se entendería, por eso, ningún intento de instrumentación que intente presentar un reto compartido en una guerra privativa de unos pocos que, por alguna razón que sólo ellos conocen y con algún mérito especial que sólo ellos se adjudican, parte de la funesta premisa de que en ese reto sobran casi todos menos ellos y que la lealtad a los valores de igualdad sólo se puede demostrar a su manera.
Las mujeres que nos precedieron
No, claro que no. Es para empezar una falta de respeto que nosotras, que vivimos en una sociedad mejor, les digamos a nuestras madres y abuelas que tanto y tan discretamente lucharon por dejarnos a sus hijas un mundo mejor, que no hicieron nada.
Que hasta ahora, con discursos radicales como los que oímos a diario, nadie había hecho nada, como si no hubiesen sido ellas las verdaderas pioneras de un camino incierto que a nosotras nos ha llevado por un sendero más luminoso.
No hay yugos buenos y yugos malos. Somos mujeres, de esas ataduras sabemos un rato y no nos gustan ningunas. Ni las de quienes, una vez más, nos dicen aquello de que todo es por nuestro bien
Y para terminar, porque no sería justo con nadie saltar del aislamiento por género que hemos sufrido en la historia al aislamiento ideológico que algunos colectivos y partidos quieren en realidad impulsar. No podemos presumir de campeones de la inclusión partiendo de la exclusión. Sin más. Ni sustituir un tipo de machismo deleznable por una especie de paternalismo detestable que nos diga a las mujeres, en un caso y en el otro, cómo tenemos que ser: unos tal vez para que no fuéramos nada; otros para que sólo seamos de una manera, la suya.
El 8M
El 8 de Marzo ha de ser una fecha global, en la que todo el mundo se vea reconocido y obligado. Y no una especie de cita donde, si te da permiso la autoridad ideológica del momento, fiches y te veas obligado a demostrar tu perfecta subordinación al criterio que te impongan.
Que cada uno y cada una lo celebre y recuerde como estime, haciendo huelga si le apetece o trabajando o en el monte o la playa según sus circunstancias, sin dar explicaciones ni temer que se las pidan. Porque no hay yugos buenos y yugos malos, ni cadenas decentes a las que atarse por el qué dirán. Somos mujeres, de esas ataduras sabemos un rato y no nos gustan ningunas. Ni las de quienes, una vez más, nos dicen aquello tan viejo y zafio de que todo es por nuestro bien.