8M: por la igualdad de la mujer; contra la manipulación de la mujer
La igualdad es la mejor causa posible. Nunca se logra del todo. España ha dado un inmenso salto que nadie puede estropear desde una visión sectaria que, lejos de ayudar, utiliza el problema.
No existe, seguramente, ninguna causa tan noble como la igualdad, pues en ella caben todas las demás y, sin ella, se debilita el conjunto de la estructura democrática y social de un país. La igualdad es un punto de partida, no de llegada, pues reconoce a todos las mismas oportunidades de salida pero luego condiciona la meta a las expectativas, decisiones, esfuerzos o talentos de cada uno: limitar las primeras al conjunto de la ciudadanía es incompatible con la justicia; pero equipar las segundas lo es con la prosperidad.
Todo el mundo tiene que poder hacer lo mismo pero no todo el mundo tiene que hacerlo, y entender un enunciado tan sencillo es fundamental para consolidar sociedades sanas, maduras, cívicas y libres. En ese sentido, cualquier oportunidad que sirva para reivindicar las dificultades u obstáculos que sufra un colectivo, es de agradecer y de fomentar.
No reconocer el enorme avance es tan condenable como negar los problemas existentes, que no se subsanan con sectarismo barato
Especialmente en el caso de las mujeres, no sólo por las trabas históricas que sin duda han sufrido, sino también por su inmenso peso en cualquier sociedad: es el único caso en que una mayoría se siente rezagada en términos de oportunidades y justicia. Y si a una minoría se le atiende, por supuesto, ¿cómo no escuchar y atender al 50% de la población?
De hecho, eso es lo que se lleva haciendo felizmente en España y en Europa desde hace décadas, y los avances experimentados permiten afirmar, sin temor al equívoco, que el valor de la igualdad entre el hombre y la mujer está aceptado, aplicado e interiorizado en nuestra sociedad: nunca como ahora las niñas han nacido en un clima tan favorable y justo para ellas; y no decírselo -sin olvidar de dónde venimos- equivale a restarles las oportunidades que merecen y tienen a su alcance.
Eso no significa que no haya problemas, algunos de ellos bien visibles, pero sí que lo más importante está conquistado, entre otras cosas por el formidable esfuerzo de las generaciones precedentes de mujeres que han logrado que sus hijas y sus nietas tengan el mundo que merecen y del que ellas carecieron.
¿A la inclusión desde la exclusión?
No reconocer esto es denigrante para todas ellas, pues olvida o ningunea el sacrificio que hicieron, voluntariamente o no, para que valores, leyes, costumbres y normas que hoy son felizmente normales y antes no se conviertan en un pilar ya invencible desde el que avanzar.
En España las mujeres sufren problemas particulares que necesitan un enfoque transversal y colectivo, desde los datos y la pedagogía; y no desde la confrontación y mucho menos la manipulación emocional. Nada hay más contrario a la igualdad que los discursos excluyentes, frentistas y colectivistas que, al calor de una fecha tan plausible como el 8M y de una causa tan necesaria como la igualdad, se escuchan en determinados foros políticos y mediáticos.
Presentar a España como Irán, dibujando una sociedad racista y machista como han hecho los promotores de la llamada 'huelga feminista', es falso, indignante, injusto y tan contraproducente como negar las evidencias sobre problemas que sí existen y que, aunque afecten a toda la sociedad, lo hacen especialmente a las mujeres: la conciliación, el trabajo, la crianza o el desarrollo de una carrera son problemas inherentes a nuestro tiempo que afectan sobre todo a la mujer, pero no sólo a ella.
Y las soluciones que ellas necesitan más que nadie no llegarán si no se acepta esa premisa ni se entiende que los remedios siempre requieren de una mirada amplia, de pedagogía y de un debate serio y constructivo.
Mucho han luchado las mujeres para que ahora algunas de ellas les digan con más paternalismo cómo tienen que ser y comportarse 'por su bien'
Sólo la maldita violencia de género y el machismo congénito que aún prevalece en algunos círculos son problemas específicos de las mujeres que requieren, por ello, políticas ad hoc. En todo lo demás, establecer una dicotomía entre derecha e izquierda o entre géneros es de una injusticia formidable, pero además de una perversidad elevada: se diría que algunos, más que atender una causa tan noble, se sirven de ella para edificar un discurso político o personal a la búsqueda de un beneficio electoral o mediático al que hay que oponerse.
El nuevo paternalismo
Celebrar el 8M y defender la igualdad de la mujer no requiere aceptar, en ese viaje, la visión paternalista y agresiva de Podemos y determinados colectivos feministas que buscan otros objetivos, menos confesables, y se sirven de unos medios que intenta patrimonializar para imponer a las propias mujeres su manera de ser mujer y de paso criminalizar al que no suscriba su visión tóxica de la vida.
Si el machismo fue -y es- un tipo de atadura deleznable, el radicalismo del momento es otra, pues intenta imponer un pensamiento único sobre qué tiene que pensar y cómo debe comportarse una mujer so pena de estigmatizarla si no lo comparte. Mucho han luchado las mujeres para librarse de unas cadenas para que ahora, de nuevo por su bien, o por caricaturizar a partidos conservadores y liberales a ver si así les ganan, intenten ponerlas otras.