La remontada que al final no fue
Siempre llega. A todo el mundo le llega. A todos. La desazón, esa casi injusta desazón, viene por la insana mala costumbre de haberlo ganado todo previamente.
Han pasado ya varios días desde la remontada que al final no fue. Todos tenemos los recuerdos aún muy presentes. Fue algo épico, la verdad. Cuando todo estaba perdido, cuando ya todos daban al equipo por muerto, surgió un espíritu digno del Real Madrid más glorioso, ese que todos tenemos en la retina y que ya no sabemos muy bien si realmente existió o fue una llana ilusión.
El partido estaba perdido. Completamente perdido y desahuciado. Pero una fe inquebrantable en la victoria rodea siempre a este equipo. Cuando se lo ha propuesto, es absolutamente imparable. Y en un arrebato casi de locura, trató de remontar lo irremontable. Y al final, efectivamente, no lo consiguió. No lo consiguió porque después de tantos años al final, quieras o no, siempre va a terminar llegando la derrota. Siempre llega. A todo el mundo le llega. A todos. La desazón, esa casi injusta desazón, viene por la insana mala costumbre de haberlo ganado todo previamente. Estábamos tan acostumbrados a salir siempre victoriosos que sencillamente lo creíamos inmortal. Y casi. Y por eso dolió tanto la derrota, por lo inesperado que era a pesar de la lógica que albergaba que sucediera. Y sucedió, como es lógico.
Son esos sentimientos enfrentados entre disgusto y orgullo los que nos rondan ahora la cabeza. El disgusto es obvio e inevitable. Pierdes, das la mano y aceptas con resignación lo ocurrido. Pero el orgullo es tan grande, tan tan grande, que tapa todo lo demás. El orgullo, además, abarca no solo a esta última batalla, sino que engloba años y años de momentos irrepetibles. Historias que pasarán de generación en generación. Historias que yo mismo me encargaré de pasar de generación en generación. Porque no olvidamos de dónde viene, las calamidades que pasó antaño, la supervivencia extrema en momentos en los que lo fácil era cortar por lo sano, la reconstrucción, la regeneración, la creación de un imperio, de un estilo de vida.
Es grande por lo que es intrínsecamente, por lo que ha conseguido de manera individual, pero sobre todo por lo que consiguió construir a su alrededor. Una piña gigante y exponencial que no para de crecer, en cantidad y en calidad. Este es el legado con el que nos quedaremos. Y a partir de aquí es nuestro deber seguir peleando en este mundo. Y por eso te queremos tanto, abuelo: por lo grande que fuiste y por lo grandes que nos hiciste. Hasta siempre.