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Facebook, un peligro, un mal ejemplo y un agente desestabilizador

Facebook, y las redes sociales en general, son el inquietante trampolín de excesos y linchamientos que alcanzan un cénit inasumible de que Facebook altera incluso decisiones democráticas.

Facebook, un peligro, un mal ejemplo y un agente desestabilizador

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Ya es algo más que una sospecha que Facebook ha sido responsable, con la fuga o venta de datos personales de 50 millones de usuarios, de ayudar a orientar el voto ciudadano en asuntos tan delicados como el Brexit del Reino Unido, las elecciones en Estados Unidos o, en general, buena parte de la guerra cibernética que Rusia parece estar librando para influir en el tablero internacional.

Esa posibilidad, negada de manera reiterada por el fundador de la popular red, Mark Zuckerberg, se ha demostrado cierta al conocerse el escandaloso caso de Cambridge Analytics, la empresa que se servía de esa información para orientar procesos políticos e, incluso, para decidirlos con campañas mafiosas, presiones personales y falacias sangrantes.

No es un tema menor. Si internet ha permitido globalizar el conocimiento y el intercambio de información, también ha alimentado los excesos. Pero son las redes sociales las que, finalmente, los han canalizado y teledirigido de manera muy precisa buscando objetivos muy concretos en personas muy adaptables a todo ello.

Alterar la democracia usando el tráfico comercial de datos personales para inducir estados de opinión es un escándalo enorme

El bigdata ya es una realidad indispensable para mejorar la calidad de vida, aumentar el progreso científico y conocer los movimientos sociales; entre tantas otras prestaciones; pero también en una auténtica arma para degradar la democracia si se explota perversamente: el escrutinio de los intereses, las necesidades y los gustos de los ciudadanos permite identificar colectivos numerosos a los que inducir a un estado de opinión u otro desde una estrategia perfectamente orquestada, con un tráfico mercantil previo de las señas de identidad personales muy inquietante.

Demasiados casos

Si se confirmara que la victoria de Trump, la salida de Europa del Reino Unido o, en menor medida, la excitación del independentismo en Cataluña hubieran dependido del manejo fraudulento de datos personales gracias a Facebook o similares, por acción u omisión, estaríamos ante uno de los mayores escándalos de la historia de la democracia.

Sería, en términos reales, una especie de Golpe de Estado virtual y discreto pero igual de condenable que los habituales. Las redes sociales tienen sin duda algunas ventajas, en el sentido de que socializan a la comunidad y la hacen protagonista de sus debates públicos; pero los desperfectos que están generando son mayores: desde la apropiación de contenidos ajenos hasta la difusión de fake news, pasando por los linchamientos clandestinos y el acoso personal; son males del presente incentivados por este tipo de empresas incapaces de frenar tales abusos y casi se diría que encantadas de incentivarlos para mejorar sus resultados.

El nuevo terrorismo

El mundo no está preparado del todo para un nuevo tipo de terrorismo, de guerra cibernética y de delincuencia que tiene en la red su siniestro escenario. Y si lo están las instituciones, cosa por ver, no lo está la sociedad en su conjunto. Y eso la hace más permeable a vergonzosas manipulaciones que se sirven de Facebook y otras herramientas parecidas para crecer y actuar como un inquietante e imparable virus.

Las flojas explicaciones de Zuckerberg avalan las peores sospechas y obligan a la democracia a encontrar una manera de que, en el viaje genuinamente democrático de abrir la red al intercambio, no vaya implícita la conformación de plataformas antidemocráticas disfrazadas de lo contrario.

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