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Por qué el populismo detesta la Semana Santa y todos los símbolos de España

Un Estado aconfesional no renuncia a sus tradiciones. El empeño en perseguirlo tiene un objetivo claro: debilitar la identidad colectiva ligada a España. El nacionalpopulismo lo intenta.

Por qué el populismo detesta la Semana Santa y todos los símbolos de España

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La aconfesionalidad del Estado es una razonable conquista de la civilización occidental, en el sentido de que separa los ámbitos de actuación del poder político y de la representación religiosa, cuya mezcla depara tantos problemas en zonas del mundo donde aún no se ha producido ese salto: sólo hay que mirar a aquellos países donde el Estado es una herramienta más de la confesión hegemónica -que no es precisamente católica- para entender los riesgos de integrar en un único mando ámbitos pertenecientes a esferas bien distintas.

Pero ese valor no equivale a perseguir la religión, desde un rancio anticlericalismo guerracivilista, ni tampoco a imponerlo a toda costa allá donde adquiere unos valores culturales, sociales y por tanto públicos con un abrumador respaldo de la ciudadanía.

Atacar la Semana Santa, la Cabalgata de Reyes y otras manifestaciones no es inocente: resume el intento de 'crear pueblo' a su medida

En ese sentido, las críticas a la Semana Santa o la artificial indignación por ver las banderas a media asta en los cuarteles son improcedentes y absurdas, pues generan un problema donde no lo hay, lo transforman en algo político que en realidad no existe y desatiende la evidencia del formidable apoyo popular que tiene, por creyentes desde luego, pero también por millones de personas que ven en todo ello el reflejo de una tradición o un precioso espectáculo.

Nada de ello es casual. El populismo, a menudo anclado en las enseñanzas de pensadores radicales como Gramsci o Laclau -referencias constantes de Iglesias, Errejón y Monedero-, encuentra en su particular versión de la 'revolución cultural' una de las estrategias clave para "construir pueblo", adaptándole por su puesto a sus parámetros ideológicos, bien alejados del espíritu democrático, plural y abierto que dicen defender.

Y en ese viaje, acabar con toda aquella manifestación que de algún modo represente la identidad colectiva, desde muchos prismas, resulta crucial: reinventar himnos, banderas, canciones, costumbres, iconografía y tradiciones es, pues, uno de los retos más prioritarios de este tipo de movimientos, que necesita borrar la memoria general para insertar en ella un nuevo código adaptado a su visión social uniformadora. Desde el peronismo hasta el comunismo soviético, pasando sin duda por el chavismo venezolano, la recreación de un 'ciudadano nuevo' ajeno a sus propios recuerdos compartidos ha sido clave.

No es casual, pues, que desde que en 2015 Podemos llegara al poder municipal y autonómico, sus intentos por acabar con ciertas tradiciones hayan sido reiterados: desde las Cabalgatas de Reyes hasta la Semana Santa, pasando por los toros y las banderas; todo ello ha sido objeto de sus críticas y proposiciones incluso legales para cambiarlas o hacerlas desaparecer. No lo han logrado, por la formidable resistencia popular a esa inquietante injerencia, pero que lo hayan intentado e intenten ya con más disimulo lo dice todo de la naturaleza de sus objetivos.

Convivencia sin uniformidad

Existe una razonable, legítima y hasta necesaria posición laica, antitaurina o antimilitarista que merece respeto y atención, se comparta o no, pues nace de la misma concepción democrática que sostiene la postura contraria, y ambas se ubican en un espacio constitucional que regula la convivencia de ambas actitudes en un marco compartido que enriquece al conjunto de la sociedad.



En este caso, sin embargo, son meras excusas políticas, perfectamente diseñadas, que se sirven de esos pretextos para lograr un efecto muy indeseable allá donde ha prosperado y que tiene por aliado, en el caso de España, al propio secesionismo: perseguir ciertos símbolos, que no son ideológicos ni se imponen a nadie pero sintetizan una parte del acervo popular, intenta debilitar a la propia España, algo en lo que coinciden por distintas razones e intereses los partidos soberanistas y el llamado populismo.

La sociedad se resiste

Sólo la evidencia de que es la propia ciudadanía la que respalda de manera tranquila, con su mera presencia, todos estos hitos del calendario festivo o espiritual español, ha frenado un desafío latente, nada inocente, que siempre buscará el momento y las circunstancias para redoblar sus esfuerzos.

Por eso otras confesiones como el Islam u otros espectáculos taurinos como los correbous en Cataluña jamás encuentran la oposición y la protesta que siempre padecen la Pascua, la Navidad, el Ejército o la tauromaquia: todos éstos reflejan una parte cultural y ancestral de la idea de España, perfectamente compatible con tantas otras bien diversas, y es eso lo que no les gusta y aspiran a cambiar.