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Una indignante derrota de España que no varía el fracaso seguro del separatismo

El independentismo no tiene ningún futuro, pero la sonrojante decisión de un tribunal alemán auxilia al cabecilla del Golpe, legitima su desafío ilegal y hace aún más complicado el arreglo.

Una indignante derrota de España que no varía el fracaso seguro del separatismo

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Un tribunal regional de Alemania ha decidido, de forma frívola, indignante e inesperada; dejar en libertad a Puigdemont al considerar que no concurría el delito de rebelión que le imputa el Tribual Supremo y que, en consecuencia, no concurren las circunstancias para mantenerle en cautiverio y proceder a su extradición con ese duro equipaje penal incluido.

Resulta chocante que tres jueces hayan resuelto en apenas unos días un complejo caso que contradice una parte del trabajo -la más sustancial- elaborado durante meses por hasta cuatro instancias judiciales españolas del máximo prestigio-el Supremo, el Constitucional, la Audiencia Nacional y la Fiscalía General-, rotundamente sustentado en pruebas de todo tipo que justifican la acusación de rebelión y la existencia de violencia en el tipo requerido para juzgar a alguien por ese delito.

Es indecente que tres jueces alemanes sin conocimientos derriben en 5 minutos el laborioso trabajo de meses de toda la Justicia española

La propia Fiscalía germana lo reconoció, respetando así la prolija instrucción española, en lo que parecía el preludio lógico de una decisión idéntica del tribunal decisivo que al final no ha llegado. Es de esperar que recurra ahora, y ojalá con éxito. En un país que prohíbe el independentismo como mera posición política, escandaliza la laxitud con que tolera el intento de aplicación por la fuerza de esa funesta ideología: en Alemania no se puede defender políticamente el separatismo, ni siquiera como simple declaración retórica; pero al parecer en España sí se puede intentar imponer esa postura por cualquier método.

Sorprende además la decisión porque el propio auto reconoce la existencia de violencia, requisito indispensable de este tipo penal que admite interpretaciones distintas pero no puede referirse en exclusiva al uso de armas, pero no le da la dimensión suficiente al considerar que no logró su objetivo de amenazar lo suficiente al Estado.

Sí hay violencia

De un lado, niega el carácter pacífico del que el soberanismo presume con su habitual desapego por la verdad. Pero de otro, lanza una pregunta al aire de lo más inquietante: ¿Se puede usar pues la violencia de manera gratuita sin que sea tenido en cuenta salvo que triunfe? ¿Puede el soberanismo, en definitiva, intentarlo cuantas veces quiera, que no le pasará nada si fracasa? Parece razonable pensar que, si triunfa, será tarde para procesar a nadie por un delito que quedará superado por los acontecimientos y, si falla, podrá volver a las andadas cuantas veces quiera hasta lograrlo.

La infumable decisión alemana es una indudable victoria de Puigdemont que, sin Govern elegido ni presidente investido, será presentada además como un éxito del soberanismo y una legitimación de sus objetivos. Entre otras cosas porque, de no anular ahora el Supremo la euroorden, el expresidente catalán podría incluso ser investido al volver a España si los plazos de la extradición lo permiten: el delito de malversación comporta penas de inhabilitación y hasta ocho años de cárcel; pero no prisión preventiva. En otras palabras, es probable que pueda perfectamente personarse en el Parlament para tomar posesión y ser designado mientras su situación procesal sigue su laborioso curso.

La debilidad de Europa para defenderse explica el auge del separatismo, el populismo, el fundamentalismo y fenómenos como el Brexit o Trump

Conviene preguntarse, sin duda, sobre la conveniencia de respetar un espacio judicial europeo que, lejos de garantizar el predominio continental del Estado de Derecho de sus miembros, ofrece cobijo a quienes lo pisotean: la cesión de soberanía atiende al principio de consolidación de un campo de juego mayor donde se refuercen mejor los valores y herramientas comunes de Europa para atender mejor los desafíos globales -desde el desempleo hasta el terrorismo, pasando por la economía o la Justicia-; no al de injerencia caprichosa en favor de quienes lo asaltan y se buscan métodos de evasión.

La debilidad de Europa

En episodios como éste, en los que Europa expone su débil carácter y su incapaz autodefensa para entender y responder la triple amenaza del independentismo, el populismo y el fundamentalismo; se refleja bien la causa de fenómenos mundiales tan inquietantes como el Brexit británico o el triunfo de Donald Trump, síntesis de la respuesta popular a la sensación de indefensión provocada por las instituciones tradicionales.

Que el soberanismo haya ganado esa batalla judicial no significa, sin embargo, que el 'procés' sea legítimo. Y mucho menos adecenta ni respalda la independencia, aunque todo ello se dirá con nulo aprecio a la realidad desde la maquinara propagandística del movimiento.

Las opciones de separación de Cataluña son las mismas hoy que ayer, ninguna; y aunque el fallo alemán auspiciará un incremento de la presión soberanista y dificultará aún más la estabilidad de España, no cambiará el estado estructural de las cosas: si Puigdemont o cualquiera de sus secuaces interpreta la decisión judicial como un plácet a su hoja de ruta y vuelve a intentar imponerla por el mismo método ilegal; sin duda incurrirá en los mismos delitos y tendrá la misma respuesta judicial, institucional y política.

Toca defenderse

Y simplemente habrá que evitar que se fugue para sortear el nefando auxilio de unos jueces insensatos que han agitado un avispero con efectos secundarios para toda Europa y estimulado una preocupante escalada de la agitación callejera en Cataluña cuando se compruebe que lo sustantivo no ha variado y la independencia es igual de inviable que siempre.

Sería un buen momento, en fin, para que España se defendiera por sí misma, desde la unidad de los partidos constitucionales y con arreglo a un Estado de Derecho democrático que tiene que respetar las jerarquías europeas, sin duda, pero nunca al precio de pagar un coste tan desmedido como el que pretende, ahora más que nunca, el secesionismo catalán.