Errejón, Espinar y Echenique no pueden dar lecciones de ética a nadie en España
Pase lo que pase con Cifuentes, es intolerable que sus máximos acusadores sean tres dirigentes con escándalos a sus espaldas que, con la misma vara de medir, debería llevarles a dimitir.
Resulta simplemente una desfachatez que tres de los dirigentes políticos que más insisten en expulsar a Cristina Cifuentes de la presidencia de la Comunidad de Madrid sean Íñigo Errejón, Ramón Espinar y Pablo Echenique, impulsados todos por una reprobación de carácter moral, ético y estético para la que ellos, por razones obvias, no está autorizados.
El regalo de un máster a Cifuentes es una sospecha, con indicios de ser cierta pero también con dudas sobre la responsabilidad real del abuso; pero el que recibió Errejón en la Universidad de Málaga es una certeza: un amigo le obsequió a dedo con una plaza de investigador que sólo ocupó para cobrar casi 2.000 euros al mes sin cumplir con las obligaciones que comportaba.
No es una afirmación cuestionable: la propia UMA le inhabilitó, certificando el bochornoso caso de enchufismo con dinero público que tuvo, por lamentable epílogo, la inclusión en las listas de Podemos del dadivoso amigo del dirigente político.
De Cifuentes se sospecha que recibió un máster de regalo. Con Errejón está comprobado que le regalaron un sueldo a dedo por no hacer nada
No mucho mejor es el ejemplo de Espinar, no del todo aclarado para su fortuna, pero en todo caso igual de inaceptable: primero le regalaron un puesto privilegiado entre los aspirantes a lograr una vivienda de protección oficial -esto aún exige respuestas que no se han dado, pues es preceptivo ser cooperativista primero y figurar en una lista que nunca se enseñó-; después le concedieron la financiación pese a carecer de ingresos y, por último, revendió la propiedad con un beneficio enorme pese a haberse querido presentar como un látigo de la especulación urbanística.
Echenique, por su parte, fue sorprendido por pagar en B a su cuidador, sin darle de alta en la Seguridad Social ni respetar los derechos laborales de los que tanto habla, en un ejercicio de cinismo especialmente triste teniendo en cuenta su estado físico y la naturaleza del trabajo de su asistente.
Un cinismo insuperable
Los tres, en fin, han incurrido en sonoros escándalos reputacionales y en sangrantes contradicciones entre su discurso en estos ámbitos, siempre agresivo y maniqueo, y su comportamiento personal, bien opuesto a sus palabras. Pero ninguno de ellos ha dimitido de sus cargos y, al contrario, no han dejado de medrar en sus formaciones, con Errejón como ejemplo máximo de esa paradoja.
Si alguien está inhabilitado para exigir la dimisión de un rival por una polémica de ámbito universitario es él, protagonista de una bien impropia, pero lejos de ocurrir eso, va a ser promocionado a candidato de Podemos al puesto de la propia Cifuentes.
Recordar todos estos bochornos no es una manera de activar un ventilador para salvar la piel de la inquilina de la Puerta del Sol, de quien sólo cabe decir algo: si se demuestra que obtuvo esa dádiva de manera fehaciente y con su consentimiento, deberá dimitir y disculparse por el espectáculo dado en todos estos días; pero mientras es la presidenta legítima y la carga de la prueba ha de corresponder al acusador y no al acusado.
Por eso es imprescindible que la Rey Juan Carlos ofrezca ya un dictamen definitivo e incontrovertible que despeje la incógnita y cierre el debate, bien con una dimisión al momento; bien con una restitución previa petición de disculpas.
En una democracia sana no puede haber más o menos impunidad en función del color ni una vara de medir para cada uno
Para una democracia sana, tan inquietante es conceder impunidad por afinidades ideológicas como aplicar varas de medir distintas para situaciones idénticas o similares. Ambas actitudes pervierten el juego político, envilecen el papel de los medios de comunicación, alteran a la opinión pública y degradan el debate hasta hacerlo irrespirable.
Todos iguales
Cuando además se permite que los paladines de una denuncia sean los menos indicados para nada, ocurre algo aún más peligroso: se evidencia que los principios desaparecen y se establece una jerarquía absoluta de los intereses, desde una manipulación cercana a la ingeniería social que permite el abuso y persigue al rival por cualquier método.
Si a Cifuentes le cuesta el cargo el llamado 'Mastergate' ha de ser por dos razones: porque no quepan dudas de que el vergonzoso apaño contó con su conocimiento y porque se aplique el mismo nivel de exigencia a todos los cargos políticos con independencia de su color. Lo que no tendría sentido es acabar con una carrera política de esta manera, bien oprobiosa, mientras se acepta que políticos como los aludidos campen a sus anchas y escándalos como los ERES ocupan una ínfima parte del abrumador tiempo televisivo que se dedica al célebre máster. La Justicia, en cualquiera de sus acepciones, ha de ser siempre la misma para todos.