Alsasua juzga a unos matones pero también a los políticos que les ayudan
El intento de linchamiento de guardias civiles en Navarra no fue una reyerta de bar. El juicio de Alsasua retrata también al populismo, volcado en auxiliar a los matones y no a las víctimas.
Hoy comienza el juicio contra los ocho detenidos por un posible delito de terrorismo en Alsasua, la localidad navarra donde una marabunta abertzale dio una paliza a dos guardias civiles en presencia de sus parejas. El intento de la defensa de convertir los hechos en una reyerta de bar resulta absolutamente ridículo, pues la acumulación de pruebas documentales es del calibre suficiente para determinar, ya de antemano, el origen político de la brutal agresión y el contexto histórico en que se cometió.
Se trató de una de tantas coacciones que los Cuerpos de Seguridad sufren históricamente en parte del País Vasco y de Navarra, resumidas en una campaña constante, reiterada e institucionalizada que exige públicamente su expulsión y las consideras fuerzas de ocupación.
Echar a los 'txacurras' fue y es una estrategia constante del entorno de ETA. La agresión de Alsasua forma parte de ese objetivo
Covite, una de las asociaciones que más titánicamente defiende a las víctimas del terrorismo y vela por su memoria, ha explicado muy bien este fenómeno en incontables ocasiones, entre otras cosas para justificar por qué acudió a la Audiencia Nacional a denunciar que estos hechos se juzgaran bajo el tipo penal de terrorismo.
Nadie en su sano juicio o con un mínimo aprecio por la verdad puede negar, sin incurrir en una mentira vergonzosa, la vigencia de una campaña auspiciada siempre por Batasuna y sus nuevas marcas hermanas, como Sortu o Bildu, destinada a hacer la vida imposible a policías y agentes de la Benemérita que, en otras acciones, incluye la coacción en los locales de ocio. La campaña incluso tiene nombre, Alde Hemendik, y entidades como Ospa que la alimentan y desarrollan siempre que pueden.
Eso es precisamente lo que ocurrió aquel día cuando una jauría atacó sin compasión a cuatro personas, de manera premeditada y concertada, como evidencian los mensajes de Whatsapp interceptados a los acusados en los que se citaban para atacar a los txakurras. Y lo hicieron, con crueldad y cobardía, sometiendo a sus víctimas a una violencia desmedida que puso en peligro su integridad física y demostrando que, aunque ETA ya no asesine, su entorno sigue activo y dispuesto a marcar al enemigo.
Unos hechos tan contrastados y graves debieran tener una condena unánime, y no un respaldo tan lamentable como el que sin embargo han tenido entre demasiados dirigentes políticos y no pocos medios de comunicación. Todos ellos, con evidente desprecio por la realidad, han transformado a los verdugos en víctimas, dedicando más tiempo a intentar desmontar la acusación por terrorismo o a criticar la permanencia en prisión preventiva de los acusados que a atender a los verdaderos damnificados y a repudiar cualquier justificación a la barbaridad.
Que Monedero, Garzón o Iglesias se pongan del lado de los agresores les retrata a ellos y a sus partidos
Uno de los fundadores de Podemos, Juan Carlos Monedero, llegó a acudir a Alsasua a manifestarse con los amigos de los detenidos, y la misma línea la han seguido su partido o IU en su práctica totalidad. Los mismos, en fin, que consideran "libertad de expresión" amenazar de muerte a un rival político con nombre y apellidos si se hace cantando un rap o, también, que consideran legítimo en Cataluña cortar autovías con barreras de neumáticos ardiendo.
En auxilio del verdugo
Legitimar la violencia, en cualquiera de sus versiones, apelando a argumentos políticos o interpretaciones interesadas de derechos tan cruciales como el de la protesta o la expresión; otorga a los salvajes una fuerza añadida y confiere a sus objetivos una razón germinal. Y si grave es agredir a pobres agentes o buscar la muerte civil del disidente, igual lo es que partidos y dirigentes supuestamente serios y democráticos salgan siempre en defensa de los matones.
El juicio a Alsasua no es sólo a los bárbaros que casi linchan a cuatro personas, sino también a una manera de entender la política y los derechos de inquietante éxito en España que tiene ya demasiados capítulos a sus espaldas. Y que lejos de decrecer, se refuerza a diario.