La lengua, la cultura y América hacen de España una superpotencia
Fechas simbólicas como el 23 de abril nos recuerdan que nuestro país tiene pendiente explotar aquello que nos convierte en una referencia mundial: un patrimonio histórico y artístico unico.
La cultura y la educación no suelen formar parte de los asuntos centrales del debate público. Ni siquiera hacen falta el escándalo del proceso soberanista en Cataluña, las polémicas en torno a la corrupción o las luchas internas en los partidos para silenciarlos y arrinconarlos. Sencillamente, no son asuntos que ocupen la agenda de la clase política y gobernante, del mismo modo que tampoco aparecen en los primeros puestos de los temas que más preocupan o interesan a los españoles en los sondeos del CIS.
Sin embargo, en nuestro riquísimo patrimonio histórico y cultural, y su proyección en la educación y en la difusión al mundo, podrían estar muchos de los remedios a nuestros problemas económicos, sociales e incluso políticos. Porque es ahí donde reside la única fuerza que nos puede proporcionar hegemonía en el mundo.
El mayor embajador
La celebración de 23 de abril debería de ser una buena ocasión para reflexionar y darle la medida de valor exacta que posee ese formidable legado. En esa fecha se celebra el Día del Libro y la gran fiesta de la literatura en español, con la entrega del premio Cervantes de literatura, al conmemorarse la muerte del autor del Quijote, probablemente el mayor embajador de España.
Es, por consiguiente, un artista el que, como ningún otro personaje o cualquier referente material, sitúa a nuestro país en el mapa del mundo; con la colaboración inestimable, eso sí, de un Lope de Vega o un García Lorca; o con los Velázquez, Goya y Picasso en pintura; Albéniz, Casals y Paco de Lucía en música; o Buñuel y Almodóvar en cine, por citar otros ejemplos. Cualquier nación del mundo envidiaría nuestra suerte; la de poder distinguirse desde la nobleza y la libertad que envuelven a los creadores, y no desde el poderío que concede la posesión de grandes reservas petróleo o un armamento bélico temible.
Pero esta supremacía inmaterial alienta además expresiones prácticas de lo más halagüeñas. Porque hablamos de un acervo que se sustenta, ante todo, por la pujanza de una lengua que, tras el inglés, manda en el planeta. Y ya no solo porque existan alrededor de 600 millones de hispanohablantes repartidos por el mundo; lo más relevante es donde está presente nuestro idioma. Y tenemos que la primera potencia mundial, Estados Unidos, será el primer país hispanohablante de la Tierra de aquí a algo más de un par de décadas; o que la penetración de nuestra lengua en internet crece día a día, solo superado por el idioma de Shakespeare.
Nuestro país vende la lengua de Cervantes, el arte de Velázquez o la historia que reposa en las piedras de Santiago, Granada o Salamanca. Y el mundo se lo compra porque no hay una oferta igual en el mundo
Y todo ello debe tener, en primer lugar, una traslación inevitable al mundo de la economía y de los negocios, pues la presencia de la industria cultural en el conjunto del PIB es, de momento, casi testimonial. Los sectores editoriales y audiovisuales, que son inicialmente los de mayor proyección, todavía presentan mucho margen de mejora.
A su favor está, y estará, la firmeza de la industria turística, que aún ha de sacar más rendimiento al hecho de que seamos la segunda potencia mundial en este sector. Solo Francia nos superó en 2017, año en que batimos nuestro récord de visitantes internacionales, con la llegada de 82 millones de turistas. Y no se olvide que gran parte del tirón que ejerce nuestro país no procede del sol, playa y fiesta. Nuestro país vende el Camino de Santiago, la milla de oro de los museos de Madrid, la Barcelona de Gaudí, la Alhambra de Granada, la Mérida romana o la Salamanca universitaria; hitos de la historia milenaria, mestiza y abigarrada de nuestra nación. Y el mundo se lo compra porque no existe otra oferta igual en el mundo.
El gran activo
Y una segunda consecuencia de este vigor cultural tendría que ser el estrechamiento de nuestros lazos con Iberoamérica. Justo ahora en que comienzan a celebrarse el bicentenario de la independencia de las naciones del otro lado del Atlántico, sería un buen momento para restañar heridas y reconstruir los puentes de entendimiento y colaboración diplomática, social y económica con sociedades que ya atesoran mucho en común con la nuestra.
Nuestro ascendiente histórico y sentimental, en fin, ha de hacerse valer, por nuestro bien y por el de América. Y, cómo no, por el de la propia comunidad internacional, donde, a falta de materias primas, sí podemos ejercer con orgullo la condición de superpotencia cultural por la que ahora solo soñamos.