La cuchillada final a Cifuentes
El caso Cifuentes resume las miserias de la vida política actual, marcada por el escarnio, los linchamientos y la crueldad. Ésta es la crónica de 37 días sin precedentes.
Lógicamente, tras el in crescendo de esta semana horrible, Cristina Cifuentes se encuentra en estado de shock. Eso cuentan sus más próximos. No me sorprende: ha vivido una cacería descarnada. Supongo que, cuando pueda ver las cosas con cierta perspectiva, reflexionará sobre dos principios que planean siempre sobre la política: que cualquier mala decisión de un día puede acabar con una carrera de décadas, y que es obligado estar más prevenido con los afines que con los adversarios.
Con el vidrioso episodio del antiguo vídeo del supermercado de Vallecas y su dimisión horas después, seguida del abandono del cargo de presidenta regional del PP, Cifuentes ha puesto fin a un calvario con pocos precedentes en la política. Treinta y siete días de exposición constante en los medios, de distanciamientos obscuros, desconfianzas y traiciones que han sacado a luz la faceta humana más cruel.
Poco podía imaginar la presidenta autonómica más valorada del PP, junto a Alberto Núñez Feijóo, e inmejorablemente situada en la “verosímil” carrera por la sucesión de Mariano Rajoy, que el 21 de marzo no solo iba a cambiar radicalmente su devenir político, sino que también se iba a demoler su existencia personal. Un simple titular de Eldiario.es, "Cristina Cifuentes obtuvo su título de máster en una universidad pública con notas falsificadas", abrió la veda que llevó al impúdico vídeo de los tarros de crema.
Cifuentes ha puesto fin a un calvario con pocos precedentes en la política. Treinta y siete días de exposición y traiciones
Catorce palabras fueron el principio del fin de una de las carreras políticas más prometedoras del centroderecha. Desde aquel primer momento, Cifuentes pudo comprobar que no tendría margen de confianza. PSOE y Podemos vieron enseguida la posibilidad de conquistar en los despachos lo que no les conceden los votos, y Ciudadanos la ocasión propicia para agrandar su discurso regeneracionista mirando a los ojos a los muchos votantes desencantados del PP.
Día a día, con cada nueva revelación periodística, se ponía otro clavo al ataúd político de Cifuentes. Su comparecencia en la Asamblea, el 4 de abril, fue un mero aperitivo de las fechas "horribilis" que llegarían. El PSOE, por orden de Pedro Sánchez, anunció una moción de censura como torpedo contra una de las citas preparadas con más mimo por Génova 13: la Convención Nacional de Sevilla que abría María Dolores de Cospedal al día siguiente.
Unas horas decisivas
Cifuentes recibió allí el apoyo de sus compañeros expresado en diez minutos ininterrumpidos de aplausos. Distinta fue, en privado, la frialdad que comprobó en ilustres mandatarios nacionales del partido, molestos porque un cónclave tan vital para su formación quedaba eclipsado por “el dichoso máster de Cristina”. Nadie calibraba todavía lo que estaba por ocurrir.
"Tiene bemoles que Iglesias y Sánchez hayan sido más respetuosos con el final de Cristina que nosotros mismos", me confesaba un diputado
Pese a los signos de adhesión inquebrantable llegados desde la capital hispalense, Albert Rivera, listo como él solo y disfrutando de alguna información privilegiada transmitida curiosamente a CS desde el cuartel general de los populares, olió la sangre y se arriesgó a dar un paso más. Ignacio Aguado exigió la inmediata dimisión de Cifuentes. La presidenta madrileña supo en aquel instante que sus cartas estaban servidas.
Desde entonces, Cristina Cifuentes simplemente nadó para llegar "viva" a la recepción del 2 de mayo. Deseaba convertir esa cita en un baño de multitudes que obligase a reflexionar a sus “aliados” naranjas sobre la importancia del apoyo social frente a la izquierda que deseaba despojarla de la Presidencia de la Comunidad.
También pensó que sería un buen mensaje para Mariano Rajoy, en cuyas manos había puesto su futuro, pendiendo la moción de censura como una espada de Damocles sobre la nuca del PP de Madrid. Cifuentes se aferraba más al deseo que a la realidad, pues era consciente de que, llegado el caso, jamás condenarían a Madrid a un gobierno de Ángel Gabilondo maniatado por Podemos.
Un escarnio cruel
Y en esas andaba Cifuentes: mustia, nerviosa, visiblemente más delgada y alarmantemente demacrada, transitando el camino más tortuoso de la política… cuando le llegó la "cuchillada" final. Si fue "fuego amigo", como la expresidenta sostiene, o un nuevo manotazo de los más turbios personajes sin escrúpulos de las cloacas del Estado, o un excelso ejercicio de periodismo de investigación, quizá algún día lo sabremos. Lo cierto es que en el desayuno del miércoles pasado le sirvieron la cicuta suficiente para ajusticiarla civilmente. Nadie merece tal escarnio.
Una grabación convenientemente -e ilegalmente- guardada a la espera de ser utilizada en el peor momento para Cifuentes, un chusco y grotesco vídeo de hace seis años donde era interceptada por un vigilante de seguridad con dos botes de crema de 40 euros sin pagar en su bolso, fue la gota que colmó el vaso de los interminables días de proceso público a los que se la había sometido.
Atrincherada ya con su círculo de hierro (su fiel consejero de Presidencia, Ángel Garrido, y su jefa de gabinete, Marisa González), arrojó la toalla en cuanto recibió de Cospedal el mensaje irreversible de Rajoy: "Te tienes que ir". Con todo, y a pesar del bochorno generado por el vídeo y la inhumana ejecución que sufría en las redes sociales, murió políticamente fiel a sí misma, dando la cara y renunciando al cargo ante los periodistas.
30 años a la basura
Apenas unos segundos de grabación bastaron para dar al traste con tres décadas de carrera política como parlamentaria, vicepresidenta de la Asamblea, delegada del Gobierno en Madrid y presidenta regional del PP. Quien se propuso abrir las ventanas de la Comunidad para que entrara aire fresco, regenerar el PP madrileño y buscó con ahínco “despolitizar” la Radio Televisión Madrid pública, acabó abatida por el fuego mediático.
Cinco minutos después de que Cifuentes anunciara su marcha, Rajoy llegó al debate de los presupuestos en el Congreso de los Diputados y dictó sentencia: "Ha hecho lo que tenía que hacer, ahora se abre una nueva etapa en Madrid". Me resumía a la perfección el ambiente en el PP un veterano diputado: "Tiene bemoles que Pablo Iglesias y Pedro Sánchez hayan sido más respetuosos con el final de Cristina que nosotros mismos".