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La huella de 'La Manada'

Los jueces son el último bastión frente a golpistas o corruptos. El ataque que sufren por casos como el de 'La Manada' pone en entredicho una tarea crucial para la democracia española.

El juez del voto particular en la sentencia de La Manada

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Con el tiempo, el incendio de las redes sociales se apagará. El recuerdo de la chica que tuvo la desgracia tropezarse con un hatajo de bestias se borrará. Y también lo hará el de un juez monjil, torpe en su expresión y suicida en su voto, que, tras examinar el vídeo y las declaraciones, optó por obedecer su conciencia y no el veredicto que ya sabía dictado por la calle, que había sentenciado sin haber examinado ni el uno ni las otras.

Puede que desaparezca incluso la propia sentencia, ya porque sea revocada por otra que la agrave, por estimarse el prevalimiento descrito un caso de intimidación; ya porque sea anulada, por juzgarse vulnerado el viejo principio acusatorio. Pero lo que no se borrará será la huella que este caso dejará en los jueces, es decir, en los guardianes de esa última línea de defensa frente al poder de los gobernantes y la fuerza de la masa, que es el Derecho.

El Derecho de un Estado democrático, garantía última de los derechos fundamentales y las libertades de los ciudadanos, conquistado tras doscientos años de lucha contra todo tipo de absolutismos, tanto de reyes como de partidos.

El ministro

Y, curiosamente, esa huella se deberá en gran medida al comportamiento de quien estaba llamado por su cargo a ser uno de sus principales valedores. Nada menos que el Sr. Ministro de Justicia.

Criticar una sentencia por una distinción, la que separa el prevalimiento de la intimidación, a la que estaba obligada por recogerla un Código aprobado sin votos en contra

“Este juez tiene algún problema singular”, “lo saben todos”… El Sr. Catalá no sólo se lanzó a criticar una sentencia por haber hecho una distinción, la que separa el prevalimiento de la intimidación, a la que lamentablemente estaba obligada por recogerla así un Código Penal aprobado sin un solo voto en contra de los políticos que hoy tanto se escandalizan (los tres que hubo lo fueron por error); sino que en un perfecto uso de las técnicas estalinistas más depuradas, llegó hasta el extremo de sembrar dudas sobre el estado del Magistrado autor del voto particular e, incluso, a extenderlas al propio CGPJ, susurrando prevaricación -naturalmente, sin nombrarla- por no haber acordado su inhabilitación previa.

Todo esto supone algo más que un vergonzoso desprecio a la separación de poderes. Lejos de cumplir su promesa de guardar y hacer guardar la Constitución, en su frívola inconsciencia -o no- el Sr. Ministro de Justicia se ha puesto al frente de quienes pretenden dinamitarla, suministrando a sus enemigos toda suerte de disparatados argumentos y sospechas en esa marcha suicida hacia la voladora de su principal fundamento: la confianza en la Justicia.

El último bastión

Mientras, los jueces, último y solitario bastión frente a golpistas y corruptos (obligados a ello por la inacción de un Gobierno que se acobarda frente a aquellos y se pudre por estos), se enfrentan, entre atónitos y desesperanzados, a un dilema frente al que sólo caben dos opciones: o traicionar la toga o ejercer como héroes a su pesar. O sea, o supervivientes o mártires.

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