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Lo de Llull

Ya no hará falta apelar al espíritu de Fernando Martín, que tristemente hay que ser muy devoto para creer que nos puede ayudar. Apelaremos a Sergio Llull. Pero le apelaremos a grito pelado.

Sergio Llull.

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De tanto reflexionar, pensar y escribir sobre él bien se podrá en el futuro, cuando se analice mi obra al completo (ja), sacar la conclusión de que Sergio Llull era mi musa. Y lo es. Sergio Llull es un tipo ciertamente inspirador. Traspasa las fronteras del llano deportista al que sigues, animas y loas sus hazañas. Es algo más y lo que ha demostrado en los últimos ocho meses de su vida lo eleva ya a la categoría de mito del deporte. Con menos se han montado religiones.

Suelo decir, no sin cierto revuelo, que Fernando Martín o Drazen Petrovic son lo que son hoy en día, es decir, unos mitos, porque murieron. Es triste, duro y crudo reconocerlo, pero es así. Al cortarse drásticamente sus vidas y, por ende, sus trayectorias como baloncestistas, no pudimos saber qué fue de esos años que venían. El horizonte era bonito y probablemente todo se habría materializado como nos imaginamos. Pero quizá no. Y nunca lo sabremos. Murieron, subieron al cielo metafóricamente y ascendieron al olimpo del deporte.

Sin embargo de Sergio Llull, cuando se retire, estudiaremos todo lo que hizo y llegaremos a una conclusión: se convirtió en un mito en agosto de 2017. Esa gravísima lesión de rodilla fue como una muerte deportiva. Lo hemos visto decenas de veces: jugadores magníficos que vieron truncada su carrera por una grave lesión. Es que si Sabonis no se hubiera destrozado la rodilla habría sido el mejor pivot de la historia, es que Raül López no se hubiera lesionado habría podido llegar a ser como Stockton, es que si Álvaro Benito no se hubiera roto no tenía que haber fundado Pignoise. Joder, esto último sí que es grave, fue como una doble lesión. Pero lo de Llull es diferente, ha sido diferente.

Desde que volvió en ese espectacular tercer partido de playoff en el Palacio he preguntado a mucha gente si recuerdan a algún deportista que, tras una lesión similar volviera a las canchas como si no hubiera pasado ni un solo día. Y la respuesta es unánime: no recuerdan nada igual. Sergio Llull resucitó y como buena resurrección volvió a la vida como si nada. Diré que volvió incluso con un poder más: ahora él sabe que es inmortal. Aún así, permítanme unos breves minutos publicitarios para agradecer a tanta gente anónima (y no tanto) que trabajaron porque se obrara el ‘milagro’: médicos, fisioterapeutas, preparadores físicos, entrenadores y todos aquellos miembros del equipo técnico del Real Madrid que pusieron su granito de arena. Gracias y enhorabuena.

Estuve allí y fue brutal, mágico. No era el clásico retorno tras lesión. Nada, unos minutitos, vas cogiendo forma, te vas quitando presión y al banquillo, y el próxima día un poco más. Nada de eso. Sal, tírate todo lo que te tengas que tirar y o das el cien por cien o te vas al vestuario, que nos jugamos el pase a la Final4. Y vaya que si lo dio. No solo no recuerdo nada parecido a nivel individual, es que ni siquiera la memoria me alcanza recordar la última vez que el Palacio de los Deportes estuvo tan enchufado en un partido. Más que en un partido, en la eliminatoria al completo. Fue absolutamente impresionante. Todo el pabellón desde el minuto uno apoyando a los suyos, celebrando cuando las cosas salían y animando cuando se torcían. Y todo esto fue, en gran parte, gracias a Llull.

Y esta es la magia de tener a un mito en vida en plenas facultades en el banquillo. Tenemos a Sergio Llull. Ya no hará falta apelar al espíritu de Fernando Martín, que tristemente hay que ser muy devoto para creer que nos puede ayudar. Apelaremos a Sergio Llull. Pero le apelaremos a grito pelado. Oye, que salgas y que ganes el puto partido. Como siempre hacías. Y como siempre harás.