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Muera el Romanticismo

¿Es machismo encubierto el romanticismo? Eso sostiene la exministra de Culura Carmen Calvo, borrando de un plumazo un movimiento clave para entender la evolución del ser humano.

Muera el Romanticismo

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La semana pasada leí unas declaraciones de Carmen Calvo, ex ministra socialista de Cultura, sobre el romanticismo, en tanto manifestación de un machismo encubierto con el que, decía, debe acabarse. Al parecer, el romanticismo es una más de las ramificaciones de ese machismo que, como cabeza de serpiente de la Gorgona Medusa, se reproduce de mil maneras en tanto lacra social y que, año tras año, acaba con la vida de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas.

Nadie que esté en su sano juicio ignora la relevancia de esta epidemia; lacra contra la que, desde el gobierno del que ella participó, se promulgó una ley de violencia de género que hoy, más de diez años después, aporta algunas certezas pero también suscita muchos interrogantes.

Pero a lo que iba. Resulta sin duda curioso que se pueda establecer ese binomio entre el romanticismo y el machismo; además, del más rancio y ancestral de todos ellos, aquél de cuyo germen renacen y se reproducen creencias y conductas que, estoy seguro, la inmensa mayoría rechazamos con tan solo toparnos de frente con quienes las ejercen sobre las víctimas que, si bien las padecen en la soledad de lo que si antes fue un hogar, ahora infierno es, cuentan con el repudio activo de la sociedad, esa inmensa masa amorfa casi siempre y casi nunca integrada por la suma de conciencias individualizadas de las que se habría de derivar una macro conciencia pero, incluso así, galvanizada por un sentir colectivo, donde el horror y el dolor de tales víctimas se siente como el de todos y cada uno de nosotros.

Sorprende el que la ex ministra pueda crear sofismas tan atractivos para un cierto público como desacertados por lo que tras ellos queda

De ahí que me sorprenda el que la ex ministra, con un perfil académico sobradamente acreditado, y además experta constitucionalista, pueda crear sofismas tan atractivos para un cierto tipo de público, como desacertados por lo que tras ellos quedan.

Muera el romanticismo, puesto que el yugo ejercido por el hombre, violento y dominante por naturaleza, sobre la mujer, no se impone solo con la violencia y discriminación que en ella ejerce, sino que, bajo la artera trampa de la promesa de un amor que, como el rocío de una mañana primaveral, hará de los corazones enamorados un lugar de encuentro, al fin inunde con su densa niebla y profunda oscuridad el evanescente sueño, ahora ya cárcel, de un corazón epatado por un juramento devenido en rapto y eterna condena.

¿Qué tiene que ver el romanticismo con el machismo? No alcanzo a entender esa relación, no al menos cuando se trata de que ese concepto, el del Romanticismo, uno de los grandes movimientos del pensamiento y de las artes que han marcado la historia moderna, se vincule única y exclusivamente con el amor de pareja, solo el de hombre y mujer, ningún otro más, como si fuera en sí mismo desechable para todo aquel que lo sintiera, y condenable por esa misma razón.

Poner barreras al amor es ponerle puertas al firmamento, y etiquetarlo no es sino una mera invención de la que nos hemos dotado el ser humano para, tal vez, tratar de aprender sobre él; creo, sin embargo, que de él no se aprende, sino que él mismo es quien te prende y tú lo sientes; si acaso, se aprehende. Porque quizá este movimiento nació precisamente frente al triunfo de la razón, como si ésta y los sentimientos, el deseo y el anhelo de trascender, fueran en definitiva incompatibles.

La utopía es romántica

El ser humano siempre ha soñado y, estoy convencido, siempre lo hará; ¿acaso puede decirse que dejarse guiar por la sensibilidad y la imaginación, por la inacabable búsqueda de un mundo mejor, no es sino una muestra de profunda inteligencia? Pocas cosas me parecen tan románticas como el ideal de la utopía; ideal que aunque la historia se ha esforzado en mostrarnos una y otra vez desfigurado por el empeño de unos pocos en definir qué hacer, sentir y cómo pensar.

'Il bacio' (El beso); obra de Francesco Hayez, 1859

No siempre, pero sí a menudo, se piensa como se siente; y como sentimos, hablamos. Malos tiempos corren para quienes convencidos de que no solo es posible y deseable, sino hasta casi una irrenunciable obligación para con uno mismo, persiguen materializar sus sueños y anhelos, porque éstos son la materia de la que se nutre nuestra realidad; la presente, pero también la futura.

Muera el romanticismo, ideal marchito y trasnochado, rescoldo de un machismo irredento y mutante, adaptado a los nuevos tiempos

La búsqueda inalienable de uno mismo no siempre culmina con éxito, y no pocas veces arroja el saldo esperado; sin embargo, el viaje en sí mismo es la aventura, dijo Séneca, poco propenso a las alharacas y a las alegrías. Y por mucho que pueda parecer, no se encontraba tan lejos de Epicuro, para algunos un pequeño fauno procaz y vividor, a pesar de que fue él quien recomendó a Meneceo que si el fin último de la vida era el gozo, éste no residía en el vicio y en el placer, sino en la sensatez. Sensatez con la que aprender que “no es posible vivir gozosamente sin hacerlo sensata y hermosamente y de forma justa, ni tampoco sensata y hermosamente y de forma justa sin hacerlo gozosamente”.

Muera el romanticismo pues, que bien vale más una masa borrega de pensamiento y sentimiento único, dirigidos por un pastor que, siempre y abnegadamente, nos sacará de la caverna oscura en la que, sumidos, jamás hallaremos la luz que solo él podrá arrojar en nuestros vidriosos ojos.

Muera el romanticismo, ideal marchito y trasnochado, rescoldo de un machismo irredento y mutante, adaptado a los nuevos tiempos, esos en los que el hombre pretende sustituir el mazo de antaño por rosas y claveles de hogaño; tiempos en los que aún las damas, cándidas y desprovistas de su propia libertad para sentir, pensar y decidir, son embaucadas por la fragancia de una primavera engañosa que preludia la llegada de un frío invernal, del que pueden y deben ser protegidas, no importa de qué o quién.

Muera el romanticismo y con él, queden enterrados los cuentos victorianos de Mary Shelley, sospechosa como pocas de ser mujer débil y sojuzgada por el hombre y sus malditos convencionalismos; apáguese el genio universal de Oscar Wilde y su extremada y desafiante sensibilidad; entiérrese el Romanticismo con el que Rosalía de Castro y Concepción Arenal sacudieron la falsa moral que atenazaba su espíritu creador y que concedió tan poderosa voz a quienes, como a ellas, se pretendió silenciar, olvidando que cuanto mayor fue la contención de su genio, mayor fue la explosión de su espíritu.

El 'nuevo' lenguaje

Que se rasguen los telares y quemen en la hoguera los lienzos de los prerrafaelitas y el mundo que fueron capaces de ver más allá del que se nos representaba a diario, y con ella caiga en un pozo sin fin la música de Beethoven y Schubert, de Chopin y Wagner. ¡A la hoguera Goethe y su Educación Sentimental, preludio de esa falsa moral bobalicona!

Y, a cambio, un nuevo lenguaje nos iluminará ese camino que no tiene principio ni tampoco fin, pero donde las palabras ya no significarán nada, salvo el reflejo de la voluntad que borrará en las arenas del tiempo las raíces de nuestra historia.

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