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¿Quién se cree que es Quim Torra para pedir diálogo sin condiciones ni límites?

El presidente supremacista remite una carta a Rajoy que refleja el delirio soberanista pero también la frustración de quien se sabe derrotado por completo.

¿Quién se cree que es Quim Torra para pedir diálogo sin condiciones ni límites?

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El presidente xenófobo de la Generalitat, Quim Torra, se ha descolgado con una petición de reunión urgente a Mariano Rajoy en la que, sin límites ni condiciones, pretende proseguir con su inútil huida hacia adelante y perfilar un conflicto entre iguales.

Es todo un despropósito en el fondo y en las formas, que refleja desesperación de un lado y delirio de otro. Sobre lo último, el imaginario nacionalista ha mentido tanto que ya no distingue la ficción de la realidad, creando en torno a sí un microclima alucinógeno que reinventa la historia, asalta las leyes y manipula el lenguaje para adaptarlo todo a una falsedad tóxica que pretende imponer por todos los medios.

Una farsa más

Que el propio Torra tenga la desfachatez de presentarse como el presidente 131 de la Generalitat, que sólo ha tenido una decena en el cargo, resume con bochorno la insólita manipulación del nacionalismo y destapa, si hacía falta, su única intención: equiparar Cataluña con España para, a continuación, convertir a la segunda en una fuerza represora y a la primera en una víctima histórica luchando por su democracia.

La carta de Torra a Rajoy es una osadía arrogante de quien siente frustración y sabe que el Estado no retrocede cuando se activa

Pero si el tono de la misiva remitida a La Moncloa es una osadía arrogante, el fondo retrata una profunda frustración: Torra es consciente de que, más allá de la retórica, su proyecto y el de Puigdemont están abocados al fracaso y jamás lograrán, ni por la fuerza ni desde la negociación con peticiones imposibles, el objetivo que ambos y otros supremacistas tienen perfilado desde hace años, que no es otro que hurtarle al conjunto de los españoles sus derechos soberanos en nombre de un unilateralismo racial recubierto de indignante retórica pseudodemocrática.

El Estado se puso en marcha y, como ocurre en todas las democracias sólidas, es tan lento a menudo como imparable siempre. Ni las adversidades judiciales venidas de Europa, menores y en todo caso indiciarias de la falta de un espacio realmente común también en este ámbito; ni las mentiras sostenidas y publicitadas sobre la inexistente represión ni, desde luego, la malversación institucional constante con leyes y medidas que sobrepasan los anchos límites competenciales de la Generalitat; van a lograr nunca llegar a la meta ni tampoco frenar los procesos judiciales en marcha.

El soberanismo nunca va a lograr su objetivo. Y lo sabe, aunque mantenga su ficción plagada de mentiras

Si Puigdemont lo confesaba a su entorno en mensajes privados ya coocidos por todos, Torra lo evidencia en una carta al presidente de España en una semana horrible para el nacionalismo que ha fortalecido, pese a ciertas desavenencias, el consenso en lo sustantivo de PP, PSOE y Ciudadanos.

Sólo generan más tensión

La única baza del soberanismo es aceptar el Estado de Derecho o, en su defecto, aumentar la tensión social en una batalla que puede ser terrible a efectos humanos pero en todo caso inservible a efectos políticos.

Y son los líderes nacionalistas quienes tienen que bajarse de ese caballo, reconociendo sus errores y abusos y contándole la verdad a sus seguidores: ni reinventando la historia ni redoblando su victimismo político tienen otra salida que aceptar las reglas de juego. Con España no se negocia, y esa máxima es, simplemente, innegociable.

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