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Zaplana, el síntoma de una época pasada que fustiga al PP ahora

La detención de otro de los iconos de los populares por posibles delitos de hace más de una década no es un tema del pasado a efectos políticos y obliga al PP a reaccionar con más eficacia.

Zaplana, el síntoma de una época pasada que fustiga al PP ahora

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La detención del expresidente de la Comunidad Valenciana y exministro de los Gobiernos populares de Aznar, Eduardo Zaplana, conmocionó ayer a su partido pero no sorprendió del todo a un país tristemente acostumbrado ya a este tipo de situaciones.

Pero es muy grave que un representante público tan cualificado, con tan altas responsabilidades, sea capturado a las puertas de su casa por la UCO con la sospecha de que amasó una fortuna cobrando comisiones ilegales y sacándolas de España para repatriarlas luego en una clásica operación de blanqueamiento.

Si además aparece en este caso todo un exdirector general de la Policía Nacional, como Juan Cotino, y los hechos se inscriben de nuevo en Valencia, epicentro del terremoto corrupto durante largos años; la sensación de repugnancia no puede ser más elevada.

De Zaplana se llevan lustros aireando sospechas sobre su conexión o participación con negocios privados irregulares auspiciados desde la Administración, con el impulso o connivencia de ésta de distintas maneras. Y su proximidad con Ignacio González, cabecilla de la trama Lezo y partícipe con Zaplana en conversaciones ya difundidas de lo más siniestras, acrecentó durante los últimos meses las peores impresiones, ahora confirmadas.

Aunque el detenido lleva diez años fuera de la política, su gran ascendencia en el PP durante una larga época y la variedad de funciones que desempeñó en ella confiere a su caso un impacto en el presente del partido que, sea más o menos justo, es inevitable.

Una larga época

Quizá los hechos ahora enjuiciados pertenezcan al pasado, pero también a una serie de bochornos que comenzaron entonces pero llegan a nuestros días en un hilo conductor plagado de nombres, acusados, condenados y tramas que la opinión pública siente como muy vigentes.

El inminente anuncio de una de las sentencias de la Gürtel, un una compleja red con varias piezas abiertas, consolida esa especie y sitúa al PP en el centro de un vendaval que o no se puede gestionar o no se sabe gestionar y zarandea su estabilidad. Desde luego en Valencia o en Madrid, asoladas por la corrupción o los escándalos, pero también en el conjunto de España.

Es muy grave que un representante con tan altas responsabilidades, sea capturado con la sospecha de que amasó una fortuna ilegal

Encontrar una manera de sacudirse ese estigma no sólo es necesario para el PP, a quien no debe valerle con recalcar que actúa a posteriori con cierta contundencia, también es imprescindible para España: la corrupción aquí no es superior a la de otros países avanzados, según atestiguan las instituciones europeas y las estadísticas judiciales, pero eso es un triste consuelo y un error de cálculo que los populares cometen a menudo.

La lista negra

Más allá de los datos objetivos, que no son precisamente positivos, en política deciden las percepciones, y ésas son muy negativas para los populares en este epígrafe, tal vez por el carácter icónico dentro de la formación de muchos de sus encausados y detenidos: ningún otro partido acumula nombres tan ilustres en su lista negra de la dimensión de Rato, Matas, Zaplana, Bárcenas o González, por citar algunos.

Reaccionar ante este fenómeno no es fácil, pues nunca parece suficiente en una España cansada de corrupción pero también desbordada por los autos de fe televisivos, pero es exigible por higiene pública y por respeto a las instituciones, los cargos, los militantes y los votantes de un partido que inició su ascenso desde la premisa de limpieza democrática ante un PSOE anegado entonces por la corrupción.