El Congreso del PP abre la puerta a Feijóo: Cospedal no quiere y Soraya no puede
El gallego es el dirigente que mayor consenso concita en la familia popular. Ni la secretaria general ni la aún vicepresidenta en funciones obstaculizarán la sucesión, todo lo contrario.
Los últimos días han servido a Mariano Rajoy para dar rienda suelta a sus emociones. Con lágrimas en los ojos, según me describen cercanos colaboradores, abandonó La Moncloa el pasado viernes para regresar al domicilio familiar de Aravaca.
Dado que el ex presidente del Gobierno no es precisamente un hombre que se caracterice por exteriorizar sus sentimientos, cabe deducir sin arriesgar demasiado que cuando se despidió de su gente estaba muy, pero que muy tocado.
El líder del PP se fue ese día a la cama teniendo medio claro que ya no podría, ni debía, seguir conduciendo la organización. Lo cual resulta comprensible desde el punto de vista humano. "Creíamos tener atada la legislatura con los presupuestos aprobados y nos han arrojado a los infiernos", sintetizan desde su formación. En cuestión de días, pasaron de paladear las mieles del poder a perderlo de forma rotunda. Nunca unas siglas habían sufrido un golpe de estas proporciones.
Por todo ello, tiene especial mérito la rápida reacción del "presidente derrotado". El Comité Ejecutivo Nacional del partido sirvió para oficializar su paso atrás después de una caída tan abrupta y dolorosa. Despojado por completo de su traje de presidente del Gobierno, Rajoy anunciaba conmovido su punto final: "Es lo mejor para mí, para el PP y para España".
A partir de ahora, estará "a la orden de quien decidáis, con la lealtad que mis 40 años de militancia y mi conciencia exigen". Un último golpe para José María Aznar, quien tanta guerra le ha dado en estos años.
La neutralidad será a partir de ahora la divisa de Mariano Rajoy, aun cuando es posible e incluso probable que se desaten varios pulsos internos destinados a medir las fuerzas. El principal partido de la Oposición va a ser inevitablemente un hervidero en las próximas semanas.
El expresidente del Gobierno es consciente de que se ha terminado una etapa y deja espacio para que se consolide un sucesor con una transición rápida y sin hipotecas. Condiciones le sobran al favorito, Alberto Núñez Feijóo, para tomar las riendas con claridad y contundencia para lograr la recuperación del partido.
Feijóo, escoltado por Sáenz de Santamaría, Ana Pastor y Cospedal
El presidente de la Xunta de Galicia es visto como la opción viable y potente. Sus tres mayorías absolutas en Galicia le avalan. Su gestión como presidente autonómico le ha aportado un currículum político de la mayor relevancia.
En un escenario tan voluble como el actual nada puede darse por sentado, pero deberá aguantar una travesía del desierto muy cuesta arriba, con Albert Rivera y Cs dando batalla, y Pedro Sánchez al frente de un gabinete presto a usar a pleno rendimiento todos los resortes del poder al servicio de los intereses de su partido.
Y para colmo de males, el nuevo líder deberá mostrar "piel de rinoceronte" ante un inexorable laberinto judicial difícil de esquivar. Pese a todo ello, el discurso moderno de Feijóo ya ha demostrado ser capaz de derrotar al PSOE cada vez que se han enfrentado en las urnas, y en las últimas elecciones gallegas, y esto ahora cobra mayor relevancia, frenó a Ciudadanos casi sin dejarlo despegar.
Actualmente, Alberto Núñez Feijóo es el dirigente del PP que mayor consenso concita en la familia popular. Pocos discuten que es el sucesor natural. En cuanto a las dos supuestas rivales que han aparecido a su lado en las quinielas a la sucesión, Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, dos políticas tan ligadas a Rajoy en su última etapa política, nadie duda de que colaborarán para que la transición que ahora se inicia sea un camino sin obstáculos hasta el desembarco del hoy presidente regional del PP gallego en la séptima planta de Génova 13.
Soraya, sin poder territorial
Sáenz de Santamaría porque, desposeída de la influencia que le otorgaba la vicepresidencia del Gobierno, tiene escaso poder territorial. Y la secretaria general del PP porque defiende con firmeza que Feijóo es quien mejor representa el futuro inmediato de la formación por la que se ha partido la cara como número dos los últimos diez años.
Además, los equipos de ambas han mantenido una"guerra de guerrillas" continua por preservar sus territorios que los mantiene exhaustos. Así mismo, el PP es la pura historia de la cultura del consenso, más que de la competencia entre distintos aspirantes, en sus congresos nacionales.
El control de daños obliga a una regeneración, un pasar página del pasado con generosidad y con aguante e iniciativa suficientes para desbaratar los frentes anti-PP. E, igualmente importante, capaz de repensar y renovar la ilusión por el proyecto del centro-derecha. El debate ideológico debe ser tomado en serio de una vez, más aún cuando la fragmentación política exige de todos los partidos emplearse a fondo para atraer a sus votantes.
Todo ello debe ser tenido en cuenta ante el próximo Congreso Nacional, al objeto de recuperar la credibilidad ante la ciudadanía y afrontar con garantías de éxito la vuelta a La Moncloa.
Quiere y puede
Rajoy se va con grandeza. Deja detrás de sí unas siglas en estado de depresión, así es, pero que tienen ante sí la oportunidad de volver a consolidarse como el partido fuerte y eficaz que siempre ha sido. Alberto Núñez Feijóo aparece por el horizonte con la tarea de aglutinar de nuevo al centro-derecha en torno al PP.
El líder gallego quiere y puede. De aquí hasta julio deberá afrontar los cambios personales y políticos que le exigirán sus nuevos compromisos.