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Un buen Gobierno de Sánchez, en un contexto adverso y de debilidad extrema

El nuevo Ejecutivo está compuesto, salvo clamorosas excepciones, por perfiles sólidos y solventes. Pero se asienta en una debilidad extrema por sus aliados y su génesis alejada de las urnas.

Un buen Gobierno de Sánchez, en un contexto adverso y de debilidad extrema

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Pedro Sánchez ha presentado un Gobierno que, en realidad, es su primer acto de campaña para las próximas Elecciones Generales, se celebren éstas cuando se celebren. Es un compendio de nombres solventes que, salvo excepciones, honra las carteras que van a ejercer sus titulares, con especial claridad en los casos de Borrell, Marlaska, Calviño y Duque.

Especialmente positivo es que las dos carteras clave en el contexto nacional e internacional actuales, bien complejos para España, estén en manos de dos personas tan solventes como Josep Borrell y Nadia Calviño, cuyos conocimientos, experiencia e independencia en Asuntos Exteriores y Economía superan las barreras ideológicas del propio Sánchez y emiten un mensaje razonable allá donde su acción va a ser especialmente examinada, caso de la Unión Europea.

Los titulares de Fomento, Ciencia, Energía, Administraciones Públicas, Justicia, Educación y Justicia (Ábalos, Duque, Ribera, Batet, Grande Marlaska, Celáa y Delgado respectivamente) también ofrecen garantías de seriedad y descartan la improvisación o la mera cercanía al presidente como ingredientes fundamentales de sus nombramientos.

Es un Gobierno con nombres sólidos que prepara la campaña electoral de Sánchez sin aclarar, como es obligatorio ya, cuándo serán las Elecciones

Más dudas ofrecen los inquilinos de Sanidad, Carmen Montón; de Hacienda, María Jesús Montero; de Empleo, Magdalena Valerio; y la propia vicepresidenta, Carmen Calvo: en ellas destaca por encima de todo la fidelidad ciega a Pedro Sánchez, combinada a menudo con una mezcla de sectarismo e ineficacia que no se corresponden con las buenas sensaciones emitidas por el resto de miembros del Consejo de Ministros.

La buena nota media parece merecida. Pero, no obstante, conviene no engañarse: no estamos ante un Gabinete conformado tras una victoria electoral, con la autoridad y la fortaleza que confieren las urnas; sino ante un Ejecutivo derivado de una controvertida moción de censura que se asienta en una ínfima realidad parlamentaria y está intervenido por los inestables socios que auparon a Sánchez a la presidencia.

Con fecha de caducidad

El Gobierno es, desde un punto de vista conceptual, una anomalía perfectamente legal que necesariamente tiene una fecha de caducidad pues carece del primer requisito que, en democracia, ha de cumplir cualquier líder político: ser el preferido de los ciudadanos tras una competición en las urnas que le conceda la victoria.

Sánchez obtuvo las dos peores derrotas del PSOE en su historia, y si bien esto no deslegitima su Gobierno en un régimen parlamentario que permite las alianzas, sí lo define y contextualiza, le quita autoridad y le obliga a sentirse perecedero desde el primer momento.

Pero además, le impedirá con seguridad gobernar con calma y en todo caso le someterá los caprichos o a la inestabilidad derivada de su propia génesis: depender a la vez de Podemos, del nacionalismo catalán y de un infame partido abertzale pronostica un infierno constante, por mucho que paradójicamente las mayores dosis de tranquilidad del Gobierno socialista procederán de la inercia favorable de España provocada por la gestión del PP.

La mayor estabilidad de Sánchez viene, paradójicamente, de la inercia que le deja el PP. El resto es Podemos y el nacionalismo pasando factura

Con unos presupuestos aprobados en la práctica, a falta de trámites que antes o después se cubrirán por mucha vendetta legítima que el PP quiera con el PNV, el cuadro macro nacional en términos de crecimiento, deuda y empleo no variará y Sánchez le deberá a Rajoy los avances que se registren en los próximos meses.

Sin embargo, las exigencias de los aliados del PSOE en materia social o económica y el desafío catalán se mantendrán o crecerán, encontrando delante un Gobierno más débil que además le debe su existencia a ambos movimientos y tendrá que arreglarse con sus escasos 84 diputados: no hay en toda Europa un Ejecutivo tan endeble, como no hay partido en Occidente que gobierne quedando a 53 escaños del vencedor real.

La pregunta para Sánchez

El traumático acceso a La Moncloa del PSOE descarta además toda cortesía parlamentaria y política y hace inviable la oficiosa tregua de cien días que suele concederse en los inicios. Para esperar esa condescendencia hay que haber ganado las Elecciones y comenzar un ciclo legislativo natural. En la situación actual, ni se puede esperar ni se puede exigir, al menos mientras Sánchez no aclare la pregunta que debería haber respondido desde el primer momento: ¿Cuándo va a dejarle a los españoles que decidan con su voto?

La falta de concreciones y el glamour del nuevo Gabinete tiene una respuesta explícita. Es la primera vez en la historia de España que gobierna un candidato perdedor por abrumadora distancia, pero también la primera en que se convierte al Ejecutivo en el primer acto televisivo de precampaña con la mirada puesta en unas urnas sin conocar.

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