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Esteban Goti

La tragedia catalana

¿Por qué quienes más invocan a la democracia suelen ser quienes más se la saltan? El caso del independentismo ejemplifica esa perversa utilización del lenguaje y de las instituciones.

La tragedia catalana

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No digo nada sorprendente si afirmo que la palabra “Cataluña”, probablemente, se ha imprimido en los últimos meses más que en toda su historia. Y si no es así, al menos, se me antoja la sensación. El desgraciado protagonismo de este territorio, ha ido moviéndose en direcciones múltiples; el intento de consulta ilegal el 1 de octubre de 2017, posteriormente, la detención de sus responsables, sus fugas, la elección de un nuevo president, y en los últimos tiempos, los delitos que se le imputan y se le absuelven a Carles Puigdemont.

Y el problema profundo de lo que ha sucedido en Cataluña, no se presenta adecuadamente en estos vericuetos. El fondo del proceso político, el real, que ha padecido Cataluña es más grave que todas las cuestiones mencionadas aquí. Sin ánimo de querer extenderme con una larga catilinaria, procuraré sintetizar el corazón del conflicto de forma clara.

No han cesado de vitorearse como víctimas de una España dictatorial. Pero el Parlament sólo les era válido si concurría con sus propósitos

Por supuesto que el llamado referéndum del 1 de octubre era ilegal, y tan graves como son las significaciones políticas de las condiciones en las que el Govern lo quiso impulsar. Decidió llevarlo adelante sin el respaldo de diputados suficientes que estipulan las normas del Parlament.

Si ustedes recuerdan, Jordi Évole entrevistó a Puigdemont en su programa “Salvados”, en los días previos al 1 de octubre. En dicha conversación, el periodista sacó a la luz este importantísimo detalle; cómo era posible que la ley de referéndum, sin el apoyo necesario de parlamentarios, pudiese avanzar. La respuesta de Puigdemont no pudo ser más relevante, puesto que aseguraba que les hubiese gustado contar con más apoyos, pero que no fue posible.

¡Fíjense! Es la mismísima democracia saltando por los aires, el parlamentarismo pasado por los bajos de las bajas pasiones. La vuelta del absolutismo. Y aun así, no han dejado de enarbolar la palabra democracia, no han cesado de vitorearse como víctimas de una España dictatorial. El Parlament sólo les era válido si concurría con sus propósitos. ¡Cuánta atención dedicada al hecho evidente de la ilegalidad del autoproclamado referéndum, y qué poca a este desprecio, desde el poder, a las normas básicas de un sistema parlamentario!

El silencio

Es un buen reflejo del paradigma político que han tenido el Govern y los partidos independentistas. Fue la puesta en práctica de una dictadura no tenida como tal, no declarada, y que buscaba disfrazarse de democracia. Y lo peor: tal vez no creían que estaban haciendo nada incorrecto. Entre los que sí, unos guardaron silencio, y otros, salieron del barco.



La segunda cuestión fundamental deriva de la primera; si el Govern y los partidos independentistas decidieron ir adelante con la consulta ilegal, sin la mayoría necesaria del Parlament, quiere decir que la población de Cataluña quedaba, en lo que se refiere a la administración de la Generalitat, en la más absoluta desprotección. El único marco político y jurídico autonómico era la voluntad del Govern.

El recurso dialéctico a que no se puede hacer política en los tribunales es, o una absoluta inconsciencia, o una trampa

Decididos a romper cualquier sujeción a la legalidad española, el futuro de la Autonomía catalana, era una incógnita. A la vista de los hechos, le hubiese bastado al equipo de Puigdemont, su sola voluntad para, justificados en el derecho de autodeterminación, ejercer el poder. Esta sería la razón más honda de la aplicación del artículo 155 de la Constitución; es una causa mucho más importante que el quebranto de la legalidad.

Ya de por sí es intolerable, pero mucho peor es que el Govern concentrase todas las garantías políticas, y ninguna de derecho, de una población que quedaría a su merced. A día de hoy, actualizados en su embriaguez, la incoherencia de los partidos independentistas, y del actual Parlament, consiste en que van a presentar, ante la Justicia que decidieron obviar, una acusación de prevaricación contra el juez Llarena.

¡Cuánta hipocresía! ¡Cuántas palabras denunciando la “judialización” de la política! Menos mal que se puede llevar ante un juez la acción política. ¿Se imaginan una democracia en la que no se pudiera elevar una acción ilegal de los poderes ejecutivo o legislativo, ante la Justicia? Estaríamos vendidos ante gobiernos y parlamentos como los que han intentado diseñar los partidos pro- independencia en Cataluña.

El drama final

El recurso dialéctico a que no se puede hacer política en los tribunales es, o una absoluta inconsciencia, o una trampa para que los partidos políticos, ansiosos por discurrir por sus fueros, puedan gobernar como quieran, mientras la sociedad se entusiasme o aguante. A mi juicio, el proyecto de la República catalana, pasaba inevitablemente por la asunción unilateral del Govern de poderes prácticamente completos, dejando a su solo proceder, la suerte de la población dependiente de su administración. Éste ha sido el núcleo de la tragedia catalana.


* Esteban Goti es historiador y miembro de 'El Sitio' de Bilbao.

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