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Un catalanista llamado Miguel de Cervantes

El boicot al homenaje organizado por Sociedad Civil Catalana es una demostración más de ignorancia y de sectarismo ante el histórico vínculo entre el Manco de Lepanto y Cataluña.

Don Quijote en Barcelona, en una ilustración de una edición de 1905

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El boicot perpetrado este semana por un centenar de personas de un acto organizado en el Aula Magna de Universidad de Barcelona a cargo de Sociedad Civil Catalana en homenaje a Miguel de Cervantes es el penúltimo desprecio hacia el autor de El Quijote, convertido de unos años a esta parte en algo así como el emblema del españolismo. Pero frente a los que creen eso o que el autor de Alcalá de Henares es absolutamente ajeno a Cataluña, cegados por la ignorancia y el nacionalismo más sectario, la historia y el arte demuestran que hay muy pocos literatos más catalanistas que el Príncipe de los Ingenios. Y he aquí unas cuantas claves que lo certifican.

Don Quijote no pasó por Madrid pero sí por Barcelona

Aunque la mención a Barcelona más conocida se produce en la segunda parte de El Quijote, Cervantes habló de la Ciudad Condal también en su primera obra, La Galatea (1585), en la novela ejemplar Las dos doncellas (1613) y en el título póstumo Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617). Regresando al universal Quijote, se da la casualidad de que Barcelona es la única ciudad por la que pasan los protagonistas de la novela, lo que ayudó a ponerla en el mapa literario; y que el escritor no se ahorró elogios hacia el lugar donde su caballero andante recibió el reconocimiento de la gente, conoció el mar y fue derrotado por el caballero de la Blanca Luna. “Archivo de la cortesía, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos, correspondencia grata de firmes amistades y en sitio y en belleza único”, dejó escrito Cervantes. Y de los catalanes, en El Persiles, apuntó: “Los corteses catalanes, gente enojada, terrible y pacífica, suave; calidades que por defenderlas entrambas se adelantan a sí mismos, que es como adelantarse a todas las naciones del mundo”.

Tales piropos de alguien que entendía Cataluña como una parte más de los reinos de la Península fueron muy bien apreciados por los catalanes del siglo XVII, que fueron los primeros en imprimir en 1617 los dos volúmenes juntos. Y ya en 1640, con motivo de la Revolta dels Segadors, utilizaron la cita de El Persiles para defenderse antes los que les acusaban de deslealtad.

¿Vecino de la Ciudad Condal?

También los intelectuales de la Renaixença, el movimiento que quiso recuperar los valores de la lengua y de la cultura catalana en el siglo XIX, le profesaron un respecto y un afecto muy especiales a Cervantes. Fueron ellos, además, los primeros en sugerir una posible estancia de escritor en Barcelona.

Se especula con que Cervantes vivió algún tiempo en Barcelona. Incluso el eminente Martín de Riquer llegó a identificar la casa que habitó

En realidad, hasta la presente no ha llegado a confirmarse ese pasaje en la biografía de Cervantes, plagada, por lo demás, de inmensas lagunas. Es cierto que el escritor fue muy viajero. Y que Barcelona ya era famosa entonces por sus imprentas, que funcionaban además como las modernas editoriales. Incluso el académico Martín de Riquer, uno de los grandes cervantistas de la historia, y barcelonés para más señas, llegó a identificar incluso la casa que habría habitado frente al barcelonés Port Vell.

Una de las últimas aportaciones al respecto proceden de un cervantista, precisamente otro catalán: Jordi Gracia, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Barcelona. Aunque tiene muchas dudas con respecto a este extremo, el profesor Gracia sí considera que, de haberse producido, la estancia se habría consumado a comienzos del verano de 1610, cuando su mujer, Catalina de Salazar, hizo el testamento en su ausencia. “Podía estar en Barcelona con el fin de buscar alguna solución para el futuro de un escritor popular pero de otro tiempo, como demasiados rumorean y repiten aquí y allá”, afirma Gracia en su libro Miguel de Cervantes, la conquista de la ironía.

Cataluña, sede de la mejor escuela de cervantistas

El eminente Riquer, todo un símbolo de los estudios sobre la vida y obra de Cervantes, es uno de los pilares de la gran escuela de cervantistas existente en Cataluña, puede que la mejor del mundo. Un alumno aventajado suyo es el que pasa por ser el más brillante cervantista en la actualidad, el académico Francisco Rico, barcelonés como su maestro.

El Caballero de la Blanca Luna, a punto de enfrentarse a don Quijote en la playa de Barcelona, según una ilustración de una edición de principios del siglo XX.

Y en las universidades de Cataluña se dan cita en la actualidad algunos de los más doctos investigadores del universo cervantino, sean catalanes o no o de diferentes generaciones: desde Alberto Blecua a Carme Riera, de Rosa Navarro a Javier Cercas, de Jorge García López a Gonzalo Pontón Gijón, sin olvidar al citado Jordi Gracia.

Unas colecciones cervantinas únicas

Un comerciante de vinos de Reus, Leopoldo Ruis, logró reunir a lo largo de su vida una formidable colección de diferentes ediciones de las obras de Cervantes, que acabo vendiendo al acreditado bibliófilo y cervantista Isidre Bonsoms i Sicart. Su colección cervantina fue, en su momento, única en el mundo y acabó cediéndola en 1914 a la Biblioteca de Catalunya en Barcelona que, en 1916, permitió su acceso al público. Sus 3.367 piezas, principalmente libros, se han ido incrementando hasta las más de 9.000 (libros, grabados, manuscritos, pinturas, etc.) de la actualidad.

Continúa siendo hoy uno de los mejores centros cervantistas, puesto que posee piezas únicas y las primeras ediciones de la obra de Cervantes, salvo La Galatea, que solo se halla disponible en una rara segunda edición lisboeta.

Por otra parte, la colección cervantina de la Biblioteca Nacional de Madrid, que es el gran centro de referencia sobre Cervantes en el presente, se vio tremendamente enriquecida en 1968 a raíz de la adquisición del fondo de otro acreditado bibliófilo catalán, Joan Sedó Peris-Mencheta.

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