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Aquarius: tras los gestos, la realidad de una oleada que España no puede asumir

Evitar el 'efecto llamada' es una obligación. Tras el gesto con el 'Aquarius' no puede perderse la perspectiva de que promocionar las puertas abiertas es irresponsable e insostenible.

Aquarius: tras los gestos, la realidad de una oleada que España no puede asumir

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La acogida del Aquarius es, sin tener en cuneta contexto alguno, un acto de humanidad incontestable. Dar una oportunidad a niños, embarazadas y seres humanos en general huidos de sus países y a la deriva en el mar no admite tacha una vez que le pones cara a cada uno de ellos y el debate se focaliza en una única pregunta: ¿Les abandonamos o no?

La respuesta es obvia y es la que ha dado el Gobierno de España tras la negativa de su homólogo en Italia a hacer lo propio, adornada con una actitud nefanda de su ministro del Interior, que no ha dudado en recrearse en su negativa sin la pedagogía mínima necesaria para no parecer que incluso disfrutaba con su rechazo.

Sánchez no tiene más valores que nadie y el fenómeno de la inmigración no se gestiona con emociones, sino con recursos y leyes

Pero tras el gesto, uno más de un Sánchez que parece abonarse a ellos como única manera de tapar la debilidad de su Ejecutivo y la controvertida manera de llegar a la presidencia sin pasar por las urnas, tiene un contexto que ahora sí hay que tener en cuenta. No hacerlo sería de irresponsables.

Desde que se supo que el Aquarius iría a Valencia con más de 600 inmigrantes a bordo, la avalancha de pateras ha alcanzado cotas inéditas desde 2014. Más de mil africanos han llegado a las costas españolas, fundamentalmente de Cádiz y Granada, a bordo de más de 60 embarcaciones, en un alud que desborda la capacidad logística de los servicios de salvamento y, sobre todo, de posterior acogida y ubicación.

Puede no estar relacionado un fenómeno con el otro, pero la coincidencia entre ambos obliga a pensar en la existencia de un 'efecto llamada' cuyos resultados son conocidos ya en otros países como la propia Italia o Alemania: cuando en ellos se detectó una especie de política de puertas abiertas, la presión migratoria creció exponencialmente hasta el punto de crear la sensación de invasión.

El efecto social

Y sea ésta o no cierta, que generalmente no lo es, sí tiene unas consecuencias reales en la estabilidad política, los recursos económicos y la percepción social que genera, a su vez, el auge de movimientos radicales y la crispación de las clases más desfavorecidas, fundamentalmente.

En el caso de España, su condición de frontera sur de Europa le hace especialmente sensible a este fenómeno, con puntos tan calientes como las vallas de Ceuta y Melilla, en cuyos entornos se hacinan miles de personas esperando la oportunidad de dar el salto y entrar a un paraíso prometido que a menudo no es tal.

El colapso y mala prensa de los CIE, centros de internamiento saturados que acaban pareciendo auténticas cárceles para personas que no han cometido delitos, añade una penúltima gota de realismo a una gestión que, en definitiva, no puede ser exclusivamente emocional.

Prescindir de realismo en este asunto solo acaba valiendo para alimentar movimientos radicales y ultras

Y el nuevo Gobierno, cuya buena voluntad es innegable, parece circunscribirlo todo a ese ámbito con un objetivo político y estético. Hacer coincidir la aceptación del Aquarius con la recuperación de la tarjeta sanitaria universal para los inmigrantes 'sin papeles' o la retirada de las concertinas en las vallas no es casual, y atiende sin duda a un objetivo promocional de los valores humanitarios que, al parecer, son más amplios en Sánchez que en el resto.

No es así, y resultaría irresponsable servirse de problemas tan complejos para edificar una imagen propia. Lo cierto es que España, como Europa, necesitan a los inmigrantes y que, más allá de cuestiones humanitarias siempre dignas, han de integrarlos en su ecosistema social para mantener la natalidad e incluirles en un sistema de cotizaciones que es pilar esencial del Estado de Bienestar.

Del rescate al refugio

Pero ese proceso no puede hacerse de cualquier manera ni en solitario, por razones de capacidad y también de fondo. Lanzar el mensaje de que todo inmigrante localizado en el mar va a ser tenido por refugiado o asilado y va a quedarse en Europa es negativo y no lo hace ningún país del mundo: sus presidentes tienen los mismos valores que Sánchez, pero le añaden un obligatorio realismo incompatible con la barra libre que sugieren las decisiones de Moncloa en este ámbito.

Rescatar a todo el mundo es incuestionable. Acogerlo no, por mucho que nos duela. Sin orden, en fin, el caos está asegurado y se esconde el verdadero debate que ha de vivirse en Europa: cómo colaborar de verdad en origen para que nadie tenga que irse ni escapar en un viaje incierto con su propia vida en juego.

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