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La tumba

El presidente entrega a un episodio así parte de su campaña de promoción, obviando que la memoria necesita referencias que permitan recordar todo aquello que no se debe repetir.

La tumba

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La dignidad no se pierde por la derrota, ni se gana por la victoria. Básicamente, su conservación depende de lo que se haga después. La pierde el vencedor que se lanza a exterminar al enemigo una vez derrotado. Y la pierde también el vencido que, pasado el tiempo y el peligro y recuperado el poder, pretende resarcirse de su derrota con represalias sobre hijos y cadáveres.

Podría reflexionarse sobre el grado de dignidad que demuestra tener un pueblo que permite que un dictador muera en su cama y no en el exilio, o sobre qué tipo de servidumbre, forzada o voluntaria, explica que tolere ver a su patria convertida en un cortijo durante cuarenta años.


En definitiva, por qué, mientras los húngaros o los checoslovacos se ponían delante de los tanques de Kruschev y Brézhnev, la aspiración máxima de los españoles era irse a veranear a Benidorm en un seiscientos. Pero al margen de éstas u otras introspecciones colectivas a toro pasado sobre lo miserable que fue el precio por el que vendimos nuestra libertad, parece claro que no añade dignidad no asumir los propios pecados. O, lo que es lo mismo, empeñarse en hacer desaparecer los testimonios de nuestro pasado.

La memoria

Pero en eso está Pedro Sánchez. Llevando a su extremo más esperpéntico la inmadurez habitual de esta pseudo-izquierda adolescente y analfabeta que nos ha tocado sufrir, nuestro Tarantino castizo ha decidido reescribir la Historia con una suerte de versión necrófila de “Malditos bastardos”, en la que el Sargento Donny Oso Judío Donowitz, que bateaba las cabezas de los nazis, es sustituido por una cuadrilla que taladra lápidas.

Asaltar una iglesia y desenterrar a un muerto. Éste es el proyecto estrella con el que Pedro Sánchez pretende seducir a la España del siglo XXI.


Franco y Azaña, presidente de la II República


Mientras, instalado en su torpeza habitual, el PP se opone invocando como todo argumento que desenterrar a Franco supondría volver a “la España de la confrontación y la tensión social”. O sea, que para regocijo de sanchistas y podemitas, el PP viene a confirmar el eterno mantra de que cuarenta años después, nutridos de rock, Internet, redes sociales y porno digital, aún quedan millones de españoles (naturalmente, liderados por los populares) dispuestos a morir y matar por el brazo incorrupto de Santa Teresa y por la España “Una, Grande y Libre”.


El argumento a oponer no es el de evitar la confrontación entre unos bandos que ya no existen. El argumento es el mismo que explica que Alemania conserve intactos Dachau, Buchenwald y los demás campos de concentración: conservar la memoria de lo que un día fue, para no volver a serlo jamás.

Y, por qué no, quizás también en lo que mamá y papá nos enseñaron en casa de niños: no está bien escupir, no está bien robar y no está bien asaltar tumbas, por malo que haya sido (que lo fue y mucho) el enterrado.