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El encuentro de Sánchez y Torra, un acto de propaganda con demasiadas sombras

Si la solución fuera tan fácil como pretende Moncloa, ambos presidentes deberían verse a diario. Es obvio que no es así y que estamos ante una efímera campaña de imagen de líderes en apuros.

El encuentro de Sánchez y Torra, un acto de propaganda con demasiadas sombras

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Si la solución al conflicto en Cataluña generado por el independentismo pasa por el talante y las reuniones, como sostiene implícitamente el Gobierno tras el encuentro entre Sánchez y Torra, ambos presidentes deberían verse casi a diario para poner fin a una etapa tan negra.

Es una teoría infantil que se cae obviamente por su propio peso. La complejidad del problema es de tal magnitud que los gestos -que nunca han faltado en España- sólo sirven para ganar tiempo y adornar la imagen propia, que de eso se trata: para Sánchez, vender la idea de que con él en La Moncloa se puede calmar al separatismo sin romper España siempre ha sido tentador; y para Torra no lo es menos moderar su imagen de ultra mostrando disposición al diálogo siempre y cuando éste sea sobre sus objetivos y no los altere.

De eso fue la reunión de Moncloa, precedida y sucedida por un discurso nacionalista que no varía ni una coma su hoja de ruta: exigen la independencia y reiteran que prefieren lograrla con el beneplácito de España, pero que la buscarán igualmente sin éste. Porque nada ha cambiado en el seno del soberanismo, y si algo lo ha hecho no ha sido por los gestos, sino por la combinación de la acción política y jurídica simbolizada en el artículo 155 y en las decisiones de los tribunales Supremo y Constitucional.

¿Qué concesiones?

Una respuesta en la que estaba el PSOE antes de llegar a La Moncloa con los votos, precisamente, de todo el independentismo. Sin menospreciar el valor temporal de la distensión que supone ver a Quim Torra conversando con el presidente de España, lo único importante es el objetivo, las concesiones y los límites de esas conversaciones.

Y de momento, parecen más destinadas a blanquear al nacionalismo y a estigmatizar al PP y a Ciudadanos que a encontrar una salida definitiva y constitucional que depende en exclusiva, o debe depender al menos, de algo que no ha ocurrido: la renuncia total a la independencia, por vías unilaterales o no. Eso no ha sucedido ni sucederá, por mucho que el presidente de la Generalitat vuelva a participar en la Comisión bilateral entre el Estado y la Autonomía que reconoce el Estatut y que lleva tiempo hibernada por culpa del delirio nacionalista.

Si esa renuncia no llega, todo lo demás son fuegos artificiales en beneficio de ambos protagonistas y en perjuicio de una idea constitucional de España que también depende de los gestos: hacerse perdonar ante Torra mientras el nacionalismo sostiene sus desprecio retórico, mantiene sus decisiones rupturistas y añade un boicot al Rey; sería de una gran torpeza.

La duda

Ojalá y fuera viable la simplona visión del sanchismo al respecto de la solución en Cataluña, pero el escepticismo y la preocupación parecen respuestas más acordes con la naturaleza del encuentro si en el guión va incluido hablar de la absurda plurinacionalidad española, de los métodos para lograr celebrar un referéndum o de las compensaciones al nacionalismo de todo tipo. Y la duda también se justifica por una certeza inquietante: no está nada claro si Sánchez actúa como presidente de todos los españoles o como deudor de los votos que le dieron un puesto negado por las urnas.