Asaltar RTVE antes que enderezar TV3: el burdo intento fracasado del Gobierno
La cacicada en RTVE ha decaído por la torpeza de los asaltantes, pero no por su rectificación. Si quieren fijar lo ojos en una televisión que manipula y ofende, tienen TV3 bien cerca.
Que en el mismo país en el que una televisión, la catalana TV3, se comporta como un costosísimo altavoz de un movimiento ilegal como el separatismo, al Gobierno le pareciera más urgente intervenir RTVE; lo dice todo de la verdadera razón de ese asalto con un infumable decreto ley.
No se trataba de garantizar la imparcialidad de un medio público, pues en ese caso la prioridad hubiera sido la Corporación catalana; sino de poner al más importante de todos ellos al servicio de un Ejecutivo conformado a retales y sin el plácet de las urnas.
Presentar el asalto a RTVE como un acto de higiene democrática mientras se mira a otro lado con TV3 es inadmisible
El frustrado intento, por la insólita incomparecencia de varios diputados imprescindible para barnizar la cacicada, es el corolario razonable de una estrategia que se presentaba como un supremo acto de higiene democrática y era, en realidad, el mayor asalto nunca visto a un bien público que por vez primera no iba a tener representantes del partido vencedor en las Elecciones Generales -el PP- ni de uno de los principales en la oposición, Ciudadanos.
Un despropósito
Todo el Consejo de Administración, ya inviable, iba a estar compuesto por personalidades del PSOE y sobre todo de Podemos, más alguno cercano al nacionalismo, algo insólito en la historia del ente público: pretender que la monopolización de RTVE con afines a un partido cuyo líder, Pablo Iglesias, ha destacado por su visión sectaria y caciquil de los medios; era la mejor salida posible, era un despropósito que ni toda la propaganda del mundo podía camuflar.
Es una buena noticia, pues, que la chusca ausencia de varios diputados haya abortado la intentona y que, ahora, no le quede más remedio al Gobierno que seguir con el trámite ordinario: un concurso público en el que, sin injerencias políticas, se decida quiénes han de estar al frente de todos los canales de televisión y radio de RTVE, sometida en los últimos años a una campaña excesiva de descrédito que, errores aparte, no se corresponde con la opinión de los ciudadanos, reflejada en el éxito de audiencia de sus espacios informativos.
Mientras, Pedro Sánchez deberá nombrar un administrador único, pues a la chapuza del asalto se le añade la de la destitución del equipo previo, con el vacío de gestión que eso se comporta. Si el presidente ha aprendido algo de esta historia, es que no se pueden adoptar decisiones de tanto calado sin respetar la norma ni las mayorías y, en ese sentido, podría empezar a rectificarse a sí mismo designado una persona, de manera provisional, con el consenso de los cuatro partidos nacionales o al menos de tres de ellos.
Sin purgas
Otra cosa no se entendería, como tampoco despreciar de nuevo la opinión de los trabajadores de RTVE, que si bien no debe ser la única ni la más importante, sí ha de estar entre las más escuchadas y atendidas por el conocimiento interno que supone y como antídoto contra las purgas y caprichos que ya se preparaban. Algo que el próximo Administrador, obviamente, ha de evitar: su primera misión, si no la única mientras se dirime el concurso, es evitar las limpiezas internas, las persecuciones ideológicas y el sectarismo de una televisión que, efectivamente, es de todos.