El separatismo le pasa factura a Sánchez, pero pagan los españoles
El separatismo y Podemos han dejado claro al presidente por qué le auparon al puesto y ahora le pasan una factura que España no puede asumir ni pagar pero ya está pagando de algún modo.
Todos los grupos políticos que permitieron a Pedro Sánchez convertirse en presidente del Gobierno, tras dos derrotas históricas en las urnas que evidencia un inquietante antagonismo entre la opinión de la ciudadanía y las decisiones del Parlamento, le recordaron ayer en qué condiciones y para qué lo habían hecho en un asunto tan crucial como Cataluña.
Sánchez sustituyó a Rajoy gracias a Podemos, ERC, PdeCat, PNV y Bildu; y los cinco le exigieron en la tribuna del Congreso que pagara ahora una factura inasumible para España: o aceptar la independencia de Cataluña o impulsar un referéndum legal que le permitiera a los catalanes, y solo a ellos, tomar una decisión al respecto.
¿Contra la oposición?
Frente a tan meridiana exigencia, y las argumentadas críticas que PP y Ciudadanos esgrimieron para reprochar al presidente que sus anhelos personales hayan situada al separatismo en esa situación de ventaja; Sánchez invirtió más tiempo en arramblar contra la oposición que en explicar cómo iba a salir ahora del laberinto en el que él mismo se había metido.
Por mucho que Sánchez hable de diálogo, sus socios le recuerdan que le pusieron ahí para facilitar sus planes al independentismo
Y lo hizo apelando, una vez más, al "diálogo" y al "talante", dos conceptos siempre razonables que se convierten en meras excusas en este caso para intentar dignificar algo indigno: por mucho que se repitan esas palabras, la realidad no encaja en ellas por una poderosa razón. Y es que al nacionalismo, como se encarga de aclarar cada día incluso en sede oficial, no le basta: quiere hechos, y los quiere en una dirección que hace dos meses parecía inviable por la alianza constitucional de PP, PSOE y C's resumida en el artículo 155.
Que el soberanismo exija un imposible y que, por tanto, el Gobierno no pueda -ni seguramente quiera- concedérselo, no le resta importancia ni gravedad a la situación ni aminora la responsabilidad de Sánchez en este asunto: no se trata solo de impedir que prospere un proyecto de secesión inviable, algo de lo que ya se ocupa la Constitución como símbolo de la soberanía de todos los españoles; sino de dejar de regar al nacionalismo que, en palabras del propio presidente hoy olvidadas, está marcado por la xenofobia y el supremacismo.
Que el soberanismo no pueda lograr su fin no significa que no esté ganando el relato por la actitud de Sánchez
La insólita decisión del líder socialista de apoyarse en estos partidos para obtener lo que le negaron las urnas alimenta su discurso, invierte la carga de culpabilidad, ensancha su base social y sitúa a España como perdedora de un debate que, aunque no prospere ya, sigue y seguirá más vivo que nunca.
La 'okupación'
Tienen razón el PP y Ciudadanos, durísimos en sus intervenciones con Albert Rivera y Rafael Hernando, en describir la presencia en Moncloa de Sánchez como una especie de okupación sustentada en partidos que le ayudaron con el único fin de tener más fácil conseguir sus objetivos. Y eso, aunque no le guste escucharlo al Gobierno, es indecente.