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La guerra interna en el independentismo expone al público su verdadera esencia

El separatismo está roto y dividido desde hace meses y eso explica la radicalidad del movimiento: todos aspiran a quedarse al frente engullendo al resto de protagonistas. Un espectáculo.

La guerra interna en el independentismo expone al público su verdadera esencia

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La guerra fraticida en el seno del independentismo, que explica en buena medida la radicalidad del llamado procés, ha estallado en público con estruendo a cuenta de la suspensión de Puigdemont como diputado autonómico junto a otros cinco en la misma condición de presos o fugados, tal y como imponen las resoluciones judiciales dictadas por el juez Llarena.

La negativa a proceder de una de las facciones, la más próxima al expresidente, ha roto la aparente conexión entre los restos de Convergencia -disgregados en un sinfin de facciones y siglas- y ERC, hasta el punto de tener que suspenderse el pleno del Parlament que iba a tramitar la congelación de las actas de esos diputados y, si sus formaciones de referencia así lo estimaban, la sustitución por otros candidatos de sus propias listas.

El procés es la consecuencia del enfrentamiento en el independentismo: nadie quería parecer menos soberanista que el otro

Lo que en realidad subyace bajo ese enfrentamiento es un pulso estrictamente electoral por el liderazgo en el soberanismo que, a su vez, ayuda a entender buena parte del absurdo e ilegal desafío constitucional que lleva perpetrando este movimiento desde hace años y, especialmente, desde septiembre del año pasado.

División feroz

Cabe recordar que los mismos partidos y líderes que hablan en nombre de todo un pueblo y le confieren a éste una inexistente cualidad unitaria e indivisible, no han hecho otra cosa que dividirse y enfrentarse entre ellos, rompiendo incluso la alianza electoral que crearon hace apenas tres años para concurrir por separado a los comicios de diciembre, ganados por Ciudadanos en medio de una feroz batalla entre Puigdemont y Junqueras con sus respectivas siglas.

Y es ahí donde se encuentra la auténtica razón de que, en contra del sentido común y de las leyes, el golpismo haya sido la hoja de ruta de una sopa de intereses internos representados por dirigentes con pocas miras: nadie quería parecer menos independentista que el otro y, por mucho que con ello abocara a Cataluña a la parálisis y a su sociedad a una tensión insoportable, ha preferido mantener la entelequia con tal de evitar que su rival se apuntara el liderazgo del soberanismo.

Esta batalla ofrece al Gobierno otra oportunidad de cambiar el relato en lugar de hacer constantes gestos al soberanismo

Si el nacionalismo es división frente al espacio común llamado España, con el subsiguiente reflejo agresivo en el seno de una sociedad catalana que no es mayoritariamente separatista; el independentismo es además fractura y enfrentamiento entre sus propios protagonistas, con Puigdemont intentando dirigirlo todo desde Alemania y Junqueras tratando de frenarlo desde la cárcel.

¿Reacciona el Gobierno?

Y es ese enfrentamiento el que ofrece la enésima oportunidad al Gobierno, y a todos los constitucionalistas, de imponer un relato alternativo que rompa la feroz propaganda nacionalista: si no son capaces ni de entenderse entre ellos y sólo se generan desperfectos y fracturas a sí mismos, ¿cómo van a representar con decencia a todo un pueblo con muchos más matices, sensibilidades, opiniones y expectativas que todos ellos?

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