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El Gobierno blanquea al separatismo en lugar de ayudar a derrotarlo sin ambages

No tiene ningún mérito no cruzar 'líneas rojas' para satisfacer al soberanismo: simplemente no se puede. Pero sí se debe luchar contra sus argumentos y consecuencias, y Sánchez no lo hace.

Sánchez y Torra, en su rciente reunión previa a la comisión bilateral

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La misma parafernalia y liturgia del encuentro 'bilateral' entre el Gobierno y la Generalitat es un error, con independencia de que la comisión exista, pues la manera y el momento elegidos para desarrollarla legitima de algún modo una cierta equiparación entre ambas instituciones y da pábulo a la inexistente diferenciación entre el Estado, que es el todo, y la Generalitat, que es una parte del mismo y no un ente ajeno.

El Ejecutivo de Sánchez no puede dar lo que no está en su mano, y en ese sentido negarse a cruzar las líneas rojas que exige flanquear el separatismo -independencia o referéndum y políticos presos- no tiene especial mérito: ni aunque el PSOE quisiera hacerlo, que no quiere, tendría la posibilidad institucional, legal y social para lograrlo.

El Gobierno alimenta al soberanismo, aunque no cruce líneas rojas, porque le acepta con normalidad todos sus abusos y excesos

Pero sí está en su mano desmontar el relato, las falsedades y el pernicioso discurso que impulsa al soberanismo; en una pelea intelectual y política que Sánchez no sólo no libra, sino que contribuye a alimentar por necesidad parlamentaria o por convicción: al hablar de una supuesta España federal, coquetear con la idea de una imprecisa votación, aceptar la necesidad de una especie de nuevo Estatut o tolerar como si nada el boicot independentista a la Jefatura del Estado; el presidente y su Gobierno están renunciando a la primera de sus obligaciones políticas, que es defender la España constitucional tal cual existe.

Doble juego infausto

Lejos de eso, Sánchez pretende que su actitud sirva a la vez para demostrarle al conjunto de los españoles que no está blanqueando al independentismo y, a éste, que su vocación dialogante incluye un ancho margen de maniobra. Y con ello desprecia dos evidencias: el formidable hartazgo de la sociedad española -y muy especialmente su representación en Cataluña- y la nula disposición del soberanismo a conformarse con una simple actitud y con migajas.

Ganar tiempo, que es lo que pretende Sánchez y evidenció en el encuentro bilateral la ministra Meritxell Batet, tal vez le sirva a él para disipar la extendida sensación de que alcanzó La Moncloa con pactos ocultos con el nacionalismo que le puso en ella; pero no tiene una utilidad concreta para la estabilidad institucional de España ni desactiva para nada el vigor rupturista del nacionalismo.

Y de eso se trata. De hacer todo lo posible por desactivar un movimiento ilegal e inmoral cuyo victimismo artificial es tan impostado como alimentado por la equidistancia de un Gobierno que intenta patrimonializar una actitud de diálogo que nunca ha faltado en España pero nunca ha sido suficiente para el secesionismo.

¿Talante?

Éste quiere la independencia, por las bravas, y adopta todas las decisiones, actitudes y discursos necesarios para lograrlo, colonizando el espacio público catalán hasta un extremo deplorable y excluyente.

Frente a eso, presumir de talante, tolerar los abusos y asumir que España tiene una deuda, aunque no se pueda saldar como quiere el separatismo, es un error mayúsculo que auxilia y consolida una ideología edificada sobre el agravio de España aunque en realidad su condición real sea la de agresora de la convivencia.

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