Mientras Sánchez ha enchufado ya a 500 amigos, sólo cuenta el máster de Casado
La doble vara de medir es insoportable en España: la prospección con lupa de unos dirigentes, siempre del mismo partido, contrasta con la indiferencia ante los demostrados manejos de otros.
Desde que Pedro Sánchez llegara a La Moncloa, sustentado en los votos de los partidos independentistas, a pesar de su doble fracaso reciente en las urnas y anunciando una convocatoria electoral inmediata que luego olvidó; ha colocado en distintas empresas y organismos públicos a 500 personas cuyo principal mérito era su cercanía al presidente y su militancia oficial en el PSOE.
Hay casos escandalosos que resumen a buena parte de los demás, como la designación del senador Óscar López en Paradores Nacionales o de Juan Manuel Serrano, su antiguo jefe de Gabinete, para Correos: ambos carecen de los conocimientos exigibles para tales puestos, como tantos otros que han logrado ese premio por razones ajenas a su valía.
Que sólo se hable de un máster de Casado de hace años mientras Sánchez convierte el amiguismo en política pública es un escándalo
Sánchez, en fin, ha desmontado la Administración y utilizado el BOE para colonizar el Estado con amigos leales, sin ni siquiera disponer primero del plácet de las urnas y sin valorar, obviamente, la valía de los inquilinos previos de esos destinos: simplemente les ha quitado para poner a unos amigos, es un bochornoso caso de nepotismo apenas salvado por honrosas excepciones.
¿Y la ejemplaridad?
Si algo así sería un escándalo en cualquier circunstancia, mucho más lo es cuando la epidemia de amiguismo está provocada por un presidente que ha llegado a La Moncloa por la puerta de atrás y que, para no adulterar los principios más esenciales de la democracia participativa, debería extremar el celo y funcionar con un criterio claro de interinidad. Especialmente cuando se esgrimió, como única causa para imponer una moción de censura en malas compañías, la necesidad de ejemplaridad ante la sociedad española.
Y sin embargo, sólo se habla del máster de Pablo Casado, que será juzgado en el Tribunal Supremo si el Congreso concede el suplicatorio para que esa instancia judicial prosiga con una controvertida causa iniciada en un juzgado de instrucción corriente.
La falta de proporción entre la indiferencia que provocan las insólitas decisiones de Sánchez en el presente y la severidad con que se trata el pasado muy remoto del presidente del PP es evidente, y ahonda en la sensación de que en España se ha impuesto una férrea y asfixiante doble vara de medir que no enjuicia los hechos por su gravedad, sino por el color político de su protagonista.
La doble vara de medir
Exigirle explicaciones a Casado es más que razonable, pero necesita de una premisa básica que se incumple clamorosamente: hacerlo también con cualquiera y, especialmente, con quien gobierna y va impartiendo lecciones diarias de regeneración y ejemplo personal. No hacerlo evidencia que el objetivo no es tanto salir de dudas con respecto al expediente académico del líder del PP cuanto evitar que su partido siga siendo la primer opción política para los españoles. Y eso es inadmisible.