¿Ya no son xenófobos los que pedían la regulación de la inmigración, presidente?
Por mera propaganda personal, Sánchez ha extendido el rechazo al inmigrante en la calle. Ahora sí resulta sospechoso el fichaje de su mujer para trabajar con África.
El Gobierno de España se ha encargado en las últimas horas de recalcar que los 87 inmigrantes del barco Open Arms atracado ya en Algeciras no tendrán el mismo trato que los arribados hace unas semanas en el Aquarius, pese a que su estado y procedencia son similares.
La insistencia en ese mensaje, días después del violento asalto a la valla de Ceuta, refleja la evidencia de que ningún país, y especialmente España por su situación geográfica, puede asumir un flujo migratorio descontrolado, al margen de su capacidad, de las normas europeas y de los recursos existentes.
Sánchez ha logrado, con su propaganda personal, que la inmigración se perciba ya como un problema en la calle
Que es, precisamente, lo que dijeron tanto el líder del PP, Pablo Casado, cuanto el de Ciudadanos, Albert Rivera; para ser presentados a continuación como una especie de radicales de ultraderecha, desalmados y xenófobos. ¿Significa eso, pues, que el presidente y su Ejecutivo merecen de repente esa misma definición?
Obviamente, ni los partidos de la oposición ni Sánchez son racistas ni carecen de los principios ni de la humanidad inherentes a cualquier persona corriente: nadie es ajeno al drama de muchos de esos inmigrantes y a todo el mundo le gustaría poder acogerlos sin cupos para ofrecerles una vida a la altura de sus expectativas. La cuestión es que eso es imposible y las opciones son negar esa evidencia y generar un problema mayor -en la zona de Algeciras ya existe- o asumirla y gestionarla con eficacia.
La bipolaridad de Sánchez
Sánchez ha intentado las dos cosas a la vez, para parecer un presidente distinto en función del foro al que se dirigía. A la vez que se concedía una campaña de autobombo con el Aquarius, respaldaba al presidente francés Macron en su iniciativa de construir 'campos de refugiados' donde alojar y clasificar a los migrantes. Y al mismo tiempo en que intentaba presentar a sus rivales como unos majaderos racistas, emitía el mensaje internacional de que no habría más Aquarius.
Con todo ello, el Gobierno ha empeorado un problema ya preexistente, incitando un 'efecto llamada' inasumible para el litoral andaluz y las ciudades autónomas en el norte de África; irritando a Marruecos; preocupando al resto de Europa y, en definitiva, sacrificando el sentido común y de Estado por la enésima acción propagandística en beneficio propio.
La inmigración es el gran reto de la Europa presente. Y encontrar la fórmula para combinar con eficacia las tareas de auxilio humanitario, cooperación internacional en origen (sospechosamente el nuevo encargo de la esposa de Sánchez, Begoña Gómez), concesión de asilo y control del flujo descontrolado; la clave para que una oportunidad no se transforme en una pesadilla.
Es de lo más sospechoso que el mensaje de cooperación en África coincida con el fichaje de la esposa de Sánchez para una tarea similar
Nada de eso ha hecho Sánchez en su enésimo viaje promocional, provocando un fenómeno que antes o no existía o no se proclamaba con la claridad con que ahora se hace: la inmigración se percibe ya socialmente como un problema y el rechazo crece en la calle de manera abrumadora, como prueban los sondeos oficiales al respecto.
Él sí estimula el radicalismo
Por querer pasar por el más concienciado y pretender que sus contrincantes sean etiquetados por todo lo contrario, Sánchez ha estimulado, él sí, una reacción contraria en buena parte de la sociedad española y alimentado un fuego que ya prende en toda Europa en favor del recelo al de fuera. Un gran balance, presidente.